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Lejos del nido

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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />

—Hija: qué inguandos traen entre manos que las veo en tales placenterías.<br />

si es por la muerte de la Grisales, aunque fué tan ardilosa, que mi Dios la perdone,<br />

uno no debe alegrarse por pasativas ajenas.<br />

—¡Madre!, por María santísima!, dijo Luisa, cómo cree de nosotras esas<br />

cosas ¡sumercé! ¡Pobre de mi madre!, ya dió cuenta a Dios de su vida y por eso<br />

nosotras no tenemos hoy que ver con ella y más cuando murió tan arrepentida.<br />

Recuerda, madre, lo que yo le decía, que Andrea no era nieta de ellos?, pues así<br />

mismo resultó. Ya vé como mi comadre, a la hora de la muerte confesó <strong>del</strong>ante<br />

de todos que esta niña era robada; pero como ya estaba en las últimas, cuando<br />

resolvió revelar el secreto, apenas se le oyó decir una cosa así como... Don...<br />

Juan... Pablo...<br />

en éstas, Andrea, que oyó desde el patio aquella conversación, entró a la<br />

cocina y tomó parte en ella.<br />

—Verdad, mana Luisa, que no habíamos vuelto a hablar de eso. Valiente<br />

susto me dió, y valiente temblor, cuando se dirigió a mí, con los ojos tan abiertos<br />

y vidriados, retorciéndose... y, yo, qué sé, tan horrible!<br />

—Pauto, pauto con el enemistre, gruñó ña Tomasa, atizando el fogón.<br />

—es que el trance no es para menos, dijo Luisa.<br />

—¡Ave María!, señora, volvió Andrea, y mire usted qué lástima no haber<br />

alcanzado a decirnos dónde están mis padres, y de dónde me trajeron.<br />

—sí, mi hija, mucha lástima, pero siquiera lo que confesó fue dicho <strong>del</strong>ante<br />

<strong>del</strong> señor Cura, y el principal de los Quiramas, para que esas gentes no vuelvan<br />

a molestar. Por una parte se persuaden que mis difuntos compadres no tenían<br />

derecho sobre usted, y por otra, ven que por ahora estando usted a mi cargo, no<br />

es fácil llevar a<strong>del</strong>ante sus pretensiones.<br />

—Gracias a Dios, señora! Cómo ha cambiado mi suerte, después de la vida<br />

tan triste que he llevado. Me alegro de saber lo que sabemos, por el deseo de<br />

conocer a mis padres, si los tengo, y porque ya don Luciano, o mejor dicho su<br />

familia, no me verán en la baja condición que antes, pero...yo no sé…¿sabe?<br />

yo viviría feliz en esta casa, al lado de ustedes, compartiendo el trabajo, y no<br />

ambicionaría otra cosa, después de saber cuál es mi propia familia, que...(decía<br />

la niña bajando los ojos ruborizada), que don Luciano no se casara con otra...<br />

—Don…Juan... Pablo... repetía Luisa, como hablando a solas, pero... ¿sí<br />

será esto lo que quiso decir mi comadre?, ¿cuál será este hombre?, ¿cómo damos<br />

con él?<br />

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