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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
¡Pobre paloma candorosa, adivinando, presintiendo tantas cosas, y sin<br />
saber de donde había llegado ella por aquellos parajes, y de qué árbol pendía<br />
su <strong>nido</strong>.<br />
XXXXVI<br />
el día que siguió al de la muerte de Romana, después que los vecinos sacaron<br />
el cadáver de aquella mortuoria estancia, todos los acompañantes fueron<br />
desfilando, excepto Luisa, Andrea y Jacinta, que permanecieron en ella, en tanto<br />
que ponían algún arreglo en la destartalada habitación, recogiendo el reducido<br />
ajuar de la niña y lo poco que pudiera utilizarse de lo que dejaran los difuntos<br />
indios, que a la verdad no era otra cosa que el baúl ya conocido, y que hizo, in<br />
illo témpore la desesperación de Andrea, por la prenda que encerraba.<br />
Así pues, cuando ya no les quedaba por hacer otra cosa, rezando las tres<br />
mujeres una oración por el alma de los finados esposos, cargando Jacinta con el<br />
baúl, dejaron “el Arenal” y se dirigieron a “Los Alticos”, en donde los aguardaban<br />
con impaciencia Tomasa y los hijos de Luisa.<br />
Al salir <strong>del</strong> patio, mientras le cruzaban unos palos al portillo que servía de<br />
entrada, para que aquello no quedara a merced de los ganados, Andrea se sentó<br />
en un pequeño barranco, emocionada, y mirando para la desvencijada habitación<br />
que dejaban, exclamó:<br />
—¡Ay! Dios mío!, qué horrible es la miseria!...<br />
—Nada hay más aterrador, contestó Luisa.<br />
—Me cree, señora, que siento un profundo dolor al dejar estos lugares?<br />
—¡Cómo, Andrea, yo no comprendo!...<br />
—sí, señora, un dolor mezclado con alegría. Yo no sé cómo es esto, pero...<br />
—¡Con tristezas, hoy, primer día de su libertad?... no hija, eso no puede ser<br />
y más sabiendo lo que sabemos.<br />
—Por lo mismo, porque pienso en esa madre que debo tener y que no conozco,<br />
y en que tal vez ella vivirá así como he vivido yo en el desamparo. ¡Pobre<br />
madre mía!, cuánto habrá sufrido por mí!<br />
—Algún día acabará ese sufrimiento. Para Dios nada hay imposible. Así,<br />
deje estos tristes pensamientos y vamos a gozar de su libertad.<br />
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