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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
esta amonestación era de cada momento pero no porque se atendía, pues<br />
con mayores risotadas emprendían de nuevo sus carreras aquellos diablines.<br />
el sol que se hundía detrás de las montañas andinas, sólo daba una luz<br />
mortecina, dibujando en la inmediata y ancha vía los árboles de la orilla, como<br />
tendidos, largos fantasmas que se balancearan sobre sus anchas espaldas.<br />
A estas llegaron a descansar cerca a la portada, dos indios que parecían<br />
marido y mujer; ambos de edad avanzada, de caras patibularias, socarrones<br />
como los de su raza. Venían <strong>del</strong> sur y en dirección al interior de Antioquia,<br />
con acopio de hoja de palmera real, abundante por aquellas regiones, para tejer<br />
trenza y hacer con ella sombreros, porque esa era su industria.<br />
Largo rato estuvieron en determinaciones, fluctuando entre si llegaban o<br />
no a aquella casa en solicitud de posada, para pasar la noche que ya se les venía<br />
encima; pero viendo el aspecto imponente de tal habitación, no se atrevieron a<br />
hacerlo, y, ya se preparaban para seguir camino, cuando notaron que una niña de<br />
corta edad, balbuciente apenas, (filomena), blanca como una garza, rubia como<br />
la cabellera de una mazorca en choclo y hermosa como un cielo, se acercaba a<br />
ellos risueña y confiada.<br />
Qué cruzó en este momento por el alma de aquellos despiadados indios?<br />
sólo Dios lo sabe; pero algo tenebroso y diabólico pasaría, porque ellos perplejos,<br />
se miraron mudos y luego con un movimiento simultáneo se llegaron a la<br />
niña, la que cogida con las callosas y mugrientas manos <strong>del</strong> viejo, fue arrebatada<br />
bruscamente, desapareciendo con ella en las sinuosidades y vueltas <strong>del</strong> camino,<br />
sin que su lloro y gritos de espanto fueran oídos.<br />
Y no lo fueron, porque a tiempo que los indios llegaron a la portada, llamaron<br />
a Matilde <strong>del</strong> interior de la casa, demorándose por allá algún tiempo.<br />
Qué pasó, ¡Dios mío! en el alma de la desolada Matilde, al volver y no hallar<br />
completo el collar de perlas, que ella llevaba siempre consigo y que mostraba<br />
tan satisfecha con el santo orgullo de madre?<br />
¿Qué hizo la angustiada madre?; llorar y gritar como una loca y poner en<br />
movimiento a todos los de la hacienda, pero nada, ella no discurría medio alguno<br />
ni en “san Pablo” hubo a tiempo persona avisada que uniendo cabos, pudiera<br />
inferir, deducir algo, que con un poco de malicia se salva filomena, no se va el<br />
avecita tan lejos <strong>del</strong> <strong>nido</strong>.<br />
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