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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
le deseaba ese mal, yo lo que quería era que él no fuera mi marido! Gracias a<br />
Dios que ya esto no sucedió…”<br />
No necesité más, Luisa me complementó lo ocurrido, enterándola yo, a mi<br />
vez de todas tus peripecias, enviándole por su conducto, todos los recuerdos a<br />
la niña.<br />
—¡Oh! nuncio sublime! exclamó Luciano con gravedad cómica, cuando yo<br />
sea Presidente de Colombia, te enviaré de embajador a la nación más potente<br />
<strong>del</strong> globo. Y cambiando de tono, siguió:<br />
Así es como un plenipotenciario cumple con la misión que se le confía.<br />
Pueda ser que más tarde me necesites para algún asunto de estos, y entonces, el<br />
yerno de Mateo Blandón, a tus órdenes, (y se golpeaba el pecho).<br />
—Y, ¿no le hablaste?, Daniel.<br />
—¡Cómo, hombre!, si yo casi era la primera vez que la veía, al menos así<br />
ya mujerona como está hoy. Y luégo que, pensando en tu impaciencia, yo no<br />
quería perder tiempo.<br />
—Y... ¿muy linda?<br />
—¡Ah! eso si, preciosa no te dije ya?<br />
—Mira: cuéntame cómo estaba vestida; cómo llevaba el cabello; si la encontraste<br />
pálida... si me nombró para algo... todo, todo... decía Luciano, acercando<br />
más el asiento al de Daniel, como para no perderle palabra.<br />
—si yo nada más puedo decirte, hombre, no seas geringón, pues con el<br />
deseo de darte tan buenas nuevas, todo lo hice a la carrera volviéndome por el<br />
mismo camino.<br />
—Pero...volvió Luciano, apretando los labios, sacudiendo la cabeza como<br />
un epiléptico, tomando a Daniel de la muñeca y estrujándole, ¿muy linda?...<br />
muy linda?<br />
—suéltame, no seas niño, camína a dormir que te puede hacer daño, y<br />
mañana sigues en la tarea de indagatoriarme a tu gusto, primero está tu salud<br />
que todo, por ahora.<br />
—¡Ay! Daniel!, qué buen amigo eres!... deja que te apachurre a abrazos...<br />
Luégo se acostaron, quedando a oscuras, haciéndose el embajador el dormido;<br />
pero no le valieron sus maturrangas, porque el convaleciente le hacia oír,<br />
quieras que nó, la historia de su amor, repetida tantas veces, que cuando menos<br />
pensaron, narrador y oyente, vieron la luz <strong>del</strong> día por las rendijas de las puertas,<br />
y oyeron el canto de los pajaritos, saludando la mañana.<br />
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