Lejos del nido
Lejos del nido Lejos del nido
* Lejos del nido ¿Y qué fue de Andrea? sentada en las gradas del atrio, sóla, aislada, tiembla de frío y de miedo. empuña entre sus manos el pequeño cuadro de la inmaculada, que siempre ha llevado consigo y reza a su virgencita, besándola, unas oraciones sin hilación. Oigámosla, trémula y asustadita: “Padre nuestro que estas en los Cielos, y bendito es el fruto de nuestra vida perdurable, amén. santo Dios, santo fuerte, santo inmortal, del poder de Bonifacio Pilato, concebido sin mancha de pecado original. Amén”. el señor Cura, viendo que no había remedio en tan terrible conflicto, cuando ya fué informado de lo ocurrido, invitó a los destrozados tercios de aquél ejército, a oír la misa que se tenía preparada, y ya que no para celebrar el matrimonio, tan en buen hora estorbado, para aplicarla, dijo él, por la paz de los cristianos y por terminación de una guerra que a cada paso regalaba con escenas como la presente. el mismo sacerdote dijo a la novia que, en ningún caso se fuera sin la comunión, pues no debía perder aquella tan arreglada confesión. Además, para que la ofreciera a Dios por la pronta vuelta del novio. (!) Y, ¡Qué cosa más bella!, ¡qué acto tan solemne aquel cuando llegó el momento de la comunión para Andrea. Ver destacarse de en medio de aquellas fachas patibularias y socarronas de los indios, la graciosa esbelta figura de la niña, radiante de hermosura y de felicidad, a hospedar en el castísimo santuario de su pecho a tan majestuoso huesped. Terminada la misa, el alicaído acompañamiento se dirigió a la casa de Juan Colorado, a tomar un ligero desayuno, alzando cada cual su lío de ropa, sin más noticias de los reclutados. A tiempo de pasar por “el Arenal”, y como nada se dijera a Romana, de volver a casa de los Quiramas, esta siguió para la suya, con gran contentamiento de Andrea, que caminaba en silencio, pero feliz, felicísima, presa de la impaciencia por llegar donde Luisa a referirle lo sucedido Las dos mujeres, Andrea y Romana, con pensares muy diferentes, llegaron a “el Arenal”, bien adelantado el día, sin haber pasado mas bocado que el pequeño desayuno donde la Quinchía, y sin hallar en aquella desmantelada casa, nada absolutamente nada, que pudiera servirles de alimento. era aquel momento para ella, un estado verdaderamente miserable, infeliz, desgraciado... * 188
* Juan José Botero Y sin embargo, Andrea radiante de felicidad y de hermosura; Andrea en el colmo de la dicha! La vieja Romana que bufaba de coraje, quejándose de dolor en la cabeza, y de hormigueo en las sienes, llegó directamente a la cama, convirtiéndosele tal zozobra en fiebre gravísima, que no le dejó ya levantar el ánimo. Andrea, sola, abandonada, y más que huérfana, se sentó en el banco de la cocina a pensar, ¡pobrecita!, en lo que había sucedido, sacando esto en limpio: Que había estado al borde de un precipicio, es decir, al ser la esposa de isidoro. Que no había caído en el abismo, por un milagro de su virgencita. Que a isidoro se lo habían llevado para el cuartel, reclutado, y que como estaba de apurada la guerra, y por consiguiente la necesidad de soldados que había, a un hombre de las condiciones de isidoro, no lo soltarían así poco más o menos, considerándose por entonces libre de aquel hombre. A estas y en su terrible abandono y soledad, le asaltó con más vehemencia el recuerdo de Luciano, del hombre a quien ella había dado su amor y prometido la mano de esposa; del hombre que tan generosamente se había sacrificado por ella, por salvarla, y así a oscuras de lo que pudiera haber sucedido a su amado, acongojada por la incertidumbre, rompió a llorar con toda la fuerza de su alma... Y cuando ya se desahogara, después de enjugar el llanto con aquel pañuelo histórico que tántas lágrimas guardara en sus pliegues, se dirigió al interior de la casa y presentándosele a Romana: —¿Cómo sigue, señora, le dijo. —Yo, muy enferma, hijita. —Y, ¿qué hacemos sin nadita que darle de comer? —Yo no lo sé, ya no veo forma de nada. —Pues si a usted le parece voy a prestar algo a la vecindad, cómo le dejo morir de ham... un sollozo no dejó acabar la frase a la abandonada flor de “san Pablo”. —Haga lo que quiera, peso que ya se llevó el enemigo malo esta casa. —Pues... yo fuera a “Los Alticos”, pero… como usted ha estado tan brava con mana Luisa… , ella que ha sido tan buena con nosotros... —Yo, con mi comadre? ¡Dios me libre!, yo no tengo nada que sentir de la pobre mi comadre. Antes ajualá me la salude si va allá. * 189
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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
¿Y qué fue de Andrea?<br />
sentada en las gradas <strong>del</strong> atrio, sóla, aislada, tiembla de frío y de miedo.<br />
empuña entre sus manos el pequeño cuadro de la inmaculada, que siempre ha<br />
llevado consigo y reza a su virgencita, besándola, unas oraciones sin hilación.<br />
Oigámosla, trémula y asustadita:<br />
“Padre nuestro que estas en los Cielos, y bendito es el fruto de nuestra vida<br />
perdurable, amén. santo Dios, santo fuerte, santo inmortal, <strong>del</strong> poder de<br />
Bonifacio Pilato, concebido sin mancha de pecado original. Amén”.<br />
el señor Cura, viendo que no había remedio en tan terrible conflicto, cuando<br />
ya fué informado de lo ocurrido, invitó a los destrozados tercios de aquél ejército,<br />
a oír la misa que se tenía preparada, y ya que no para celebrar el matrimonio,<br />
tan en buen hora estorbado, para aplicarla, dijo él, por la paz de los cristianos<br />
y por terminación de una guerra que a cada paso regalaba con escenas como<br />
la presente.<br />
el mismo sacerdote dijo a la novia que, en ningún caso se fuera sin la comunión,<br />
pues no debía perder aquella tan arreglada confesión. Además, para<br />
que la ofreciera a Dios por la pronta vuelta <strong>del</strong> novio. (!)<br />
Y, ¡Qué cosa más bella!, ¡qué acto tan solemne aquel cuando llegó el momento<br />
de la comunión para Andrea. Ver destacarse de en medio de aquellas<br />
fachas patibularias y socarronas de los indios, la graciosa esbelta figura de la<br />
niña, radiante de hermosura y de felicidad, a hospedar en el castísimo santuario<br />
de su pecho a tan majestuoso huesped.<br />
Terminada la misa, el alicaído acompañamiento se dirigió a la casa de Juan<br />
Colorado, a tomar un ligero desayuno, alzando cada cual su lío de ropa, sin más<br />
noticias de los reclutados.<br />
A tiempo de pasar por “el Arenal”, y como nada se dijera a Romana, de volver<br />
a casa de los Quiramas, esta siguió para la suya, con gran contentamiento de<br />
Andrea, que caminaba en silencio, pero feliz, felicísima, presa de la impaciencia<br />
por llegar donde Luisa a referirle lo sucedido<br />
Las dos mujeres, Andrea y Romana, con pensares muy diferentes, llegaron a<br />
“el Arenal”, bien a<strong>del</strong>antado el día, sin haber pasado mas bocado que el pequeño<br />
desayuno donde la Quinchía, y sin hallar en aquella desmantelada casa, nada<br />
absolutamente nada, que pudiera servirles de alimento.<br />
era aquel momento para ella, un estado verdaderamente miserable, infeliz,<br />
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