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Lejos del nido

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*<br />

Juan José Botero<br />

—Vendrán a misa.<br />

—A soperiar, gruñó la madre de isidoro.<br />

—Pur eso ajualá ses pachara esto pruntico, volvió ña Romana.<br />

—Barajo con su confesión, exclamó uno de los matónes, dirigiéndose al<br />

novio.<br />

—Y es bobón, mano sidoro, pestas cosas, siguió otro, está en cuclillas pa<br />

batise con curas.<br />

—es medra, saltó un tercero, canteándose la ruana.<br />

—Jué que tuve que hacele unas consultas al, padre, de güestras cosas, cuestión<br />

de concencias....<br />

—Agora sí, muchachos, dijo Celedonio mirando al interior de la iglesia, se<br />

van preparando que ya el curita baja.<br />

A estas, efectivamente, se acercaban por uno de los ángulos de la plaza unas<br />

cuatro personas y en su seguimiento otro grupo más retrasado, aunque por la<br />

oscuridad no se distinguía qué clase de gente era, tomádolos por curiosos que<br />

venían a misa.<br />

De pronto y de los que más se avecinaban, se desprendieron dos como una<br />

flecha, sin dar tiempo a nada, y plantándose en la puerta de la iglesia, de machete<br />

en mano, gritaron a los de aquel séquito:<br />

—Nadie dá un paso a<strong>del</strong>ante!<br />

—¡Ni atrás!, dijeron los otros dos, que empuñando las mismas armas, llegaban<br />

en pos de sus compañeros y rodeaban el grupo <strong>del</strong> atrio.<br />

Los indios se quedaron de una sóla pieza y antes de que hubieran vuelto<br />

de la sorpresa, el plotón retrasado que allí llegara con armas de fuego y que no<br />

era otra que una comisión o piquete reclutador, estaba formado en dos alas, y<br />

novio, y padrino y comparsa masculina en el centro de aquellos que, sin aguardar<br />

conveniencias de nadie marcharon camino de “el Carmen”, la órden que diera<br />

un señorón de luenga barba y voz chillona, que llegó a caballo recibir la presa<br />

de tan suculenta cacería; seguramente el jefe de la escolta.<br />

Por supuesto que en el atrio se volvió una vocería de mujeres y muchachos,<br />

y lloriqueos y ruego de aquellas a la comisión, y el sacristán que sale de vela en<br />

mano a alumbrar aquel tremendo desbarajuste, y luégo el señor Cura con bonete,<br />

estola, y casulla, que asoma por la nave <strong>del</strong> medio a casar… ¿a quiénes?, si<br />

cuando llegó al andén no encontró sino mujeres y niños, pues todo lo reclutable<br />

iba llegando a “Pereira”, según el afán y paso que llevaba aquella gente que, con<br />

tan odiosa comisión, acababa de salvar, inconsientemente, la pobre víctima.<br />

*<br />

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