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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
pues cuando cantó el primer gallo, ya todos se hallaban en el atrio de la<br />
iglesia, aguardando al señor Cura, quien había quedado comprometido a<br />
madrugar mucho.<br />
Y no se hizo esperar el sacerdote, porque en compañía <strong>del</strong> sacristán llegó<br />
antes de amanecer.<br />
Luégo que el sacristán encendió velas, preparó libros, árras, agua bendita,<br />
lazos, etc. etc., y tocó a misa, entró la novia a la iglesia por llamado <strong>del</strong> cura,<br />
para confesarla y darle los últimos consejos.<br />
Los demás <strong>del</strong> acompañamiento permanecieron en el atrio, aguardando que<br />
se diera principio a la ceremonia: los hombtes de pie fumando, y las mujeres<br />
sentadas en las gradas <strong>del</strong> andén recostadas unas a otras, buscando calor, y aun<br />
algunas buscando su puntica de sueño.<br />
Como la confesión de Andrea se demora, entre tanto, volvamos atrás a ver<br />
que ha sido de Luciano, porque a todas partes podremos seguir a la niña, pero<br />
al templo <strong>del</strong> señor y en el acto de hacer la confesión de sus culpas si nó. Aquí<br />
no necesita de nuestra compañía; aquí no queda sola, está con Dios, en la Casa<br />
de Dios, y entendiéndose con Dios, por boca de su Ministro.<br />
XXXXII<br />
¡Valiente garrotazo!<br />
Así debiera titularse este capítulo pues hay que admitir aquella descarga<br />
<strong>del</strong> indio isidoro, tan certera, que de un sólo golpe llevara a tierra a Luciano.<br />
¡Valiente garrotazo!, repetimos.<br />
sí, que de admirar es, el de ver que cuando amanecía en la noche de la huída,<br />
Luciano apenas se movía e iba dejando la rigidez de cuerpo y aquella incomoda<br />
posición en la cual pasó la noche casi difunto, encontrándole afortunadamente,<br />
en aquel amanecer dos peones que por allí pasaban a su labranza, los cuales<br />
al entar en “el Canalón”, y ver a un hombre en el suelo y bañado en sangre,<br />
retrocedieron, sobresaltados; pero luégo al reponerse se acercaron al herido y<br />
cuál fué la sorpresa, cuando reconocieron en él a Luciano.<br />
en el acto, uno de los peones, puesto en cuclillas y tomándole con sumo<br />
cuidado, le enderezó el cuerpo, que, lívido y bañado en sangre, más que de ser<br />
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