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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
ocurrido, le faltó poco para dar en tierra, al ver a su comadre. Luégo al ser<br />
interrogada ésta <strong>del</strong> suceso, la viuda <strong>del</strong> Villada se dejó caer en un banco de<br />
la cocina y desde aquel instante se vió flaquear a la mujer fuerte, a la valerosa<br />
hermana de la caridad, sin que volviera a levantar el ánimo, porque muy bien<br />
comprendía que Andrea estaba perdida, que ya si no había a dónde volver<br />
los ojos.<br />
Pensó dirigirse al punto <strong>del</strong> siniestro, para informarse dé la situación de<br />
Luciano, pero se vió agotada de fuerzas, sin el ánimo que antes le acompañaba,<br />
teniendo que renunciar por esto a tan caritativo proyecto.<br />
Asi pues no quedaba otra cosa por hacer que, conformarse con la idea de<br />
que Andrea, sería la esposa de isidoro y rogar a Dios por su suerte.<br />
Pero, sigamos con la niña.<br />
es martes.<br />
en la casa de los Quiramas se ve mucha gente preparándose a seguir el<br />
acompañamiento de los novios a san Antonio, caserío que ya conocemos, en el<br />
cual al siguiente día antes de amanecer, debe celebrarse el matrimonio.<br />
Todos andaban endomingados. Hasta ña Romana se ha recogido las greñas,<br />
que a fuerza de tirones le han podido desenredar, porque su revuelta caballera<br />
hacía muchos años gozaba de completo divorcio con el peine.<br />
Los Quiramitas, felices, carilavados, remendadamente limpios en el vestido<br />
y correteando por casa y patio, por estar declarados este día y el siguiente, de<br />
holgorio.<br />
Ño Celedonio se estrenaba capisayo, sombrero de palmera, calzón de manta<br />
<strong>del</strong> reino y camisa de liencillo, y su esposa, camisón de fula y pañolón colorado<br />
jamaiqueño.<br />
A Andrea le hicieron cambiar de vestido, sin oponer resistencia, para que?,<br />
con qué objeto?, cuando por camino que iban siguiendo las cosas, lo veía todo<br />
perdido. A Luciano le lloraba por muerto y a Luisa poco menos, pues consideraba<br />
cuál sería el desaliento de su protectora, al ver fracasado el plan de fuga.<br />
Y aquél pánico a la barbera de isidoro que traía a la niña triste, lánguida y<br />
marchita, a tal extremo que en ese día, casi no se conocía por lo pálida, demacrada<br />
y muda, pues no soltaba palabra, andando sola, retraída, separada de toda<br />
la indiana reunión.<br />
Con la que sí no dejaba sus coloquios era con la compañerita, la amada<br />
de su corazón, su santica, como ella la llamaba, aquella pequeña imagen de la<br />
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