Lejos del nido

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09.05.2013 Views

* Lejos del nido —Pero…¿qué? —Que ya le dije lo que hay... le suplico que suprima el don... —¡Ah! y ahora caigo en una cosa, siguió Andrea, no me ha dicho a que punto vamos. Yo sólo sé que voy de huída de isidoro Quirama, y del brazo con don… nó, con mi hijí, ¡huy!... Andrea hizo un movimiento de hombros, tratando de sacar la lengua que apenas asomó rosada y húmeda a los labios, y se apoyó con tanta fuerza en Luciano, que éste casi se va al suelo, sin poder por esta vez disimular la risa. —De veras, volvió Andrea, a dónde vamos? —Por ahora, a casa de Daniel, un amigo mío. —De un amigo? —sí, de un joven estimable, con el cual vivo en mucha intimidad. No a la de él precisamente, sino a la del mayordomo, donde quedará bien acompañada de su esposa, que es buena señora. —Y, esa casa no queda lejos de “Chontalito’? —No, muy inmediata, en medio de Daniel y la mía. —No, don... señor... Luciano pues: yo no quiero ir a casa ajena... porqué no nos vamos directamente a “Chontalito”? —Y esa no es casa ajena, le dijo Luciano, riendo. —sí... ajena, sí, porque no es mía… pero... —Pero, qué? —Pues yo no sé tampoco, contestó Andrea un tanto picada. —No Andrea, es por el asunto de vivir yo, sólo en ella. —Y, qué le hace? —Cómo no le ha de hacer, vamos a vivir juntos? —Y qué, ¿no vivíamos juntos en “Guacimal”? —Pero.... allá era diferente. —Más grande la casa? —No, eso no, porque vivíamos con toda la familia. —Mejor. solos quedamos más holgados. —si…pero… y… el qué dirán? —Y... qué han de decir? —Habladurías, enredos que no faltan. —¡Hombre de Dios!, qué habladurías ni qué nada, a ver, diga, explíqueme, qué es eso que dicen porque un hombre y una mujer vivan... * 176

* Juan José Botero Aquí iban de tan embrollada conversación, sin poderse zafar de ella Lu ciano, cuando, entrando en una honda estrechura del camino, toldada por el rastrojo, llamada “el canalón del drago”, se oyó a un tiempo esto: un garrotazo, la voz de un hombre que colérico gritaba: ¡Ah! pícaro, la de otro que decía ¡me han matado! y la de una mujer que exclamaba ¡Virgen santa! Volviendo a quedar todo en silencio. Adivinado estará que el garrotazo fué descargado por isidoro Quirama sobre la cabeza de Luciano, con aquel apóstrofe insultante, la queja dada por éste y la exclamación por Andrea. Jacinta y Basilio que iban a retaguardia, viéndose perdidos volvieron grupas poniendo pies en polvorosa y a su casa tornaron a eso de la media noche. Andrea fué rodeada por tres hombres: isidoro y dos matones sus amigos, cogiendo cada uno de estos a la niña por un brazo, como con tenazas mientras isidoro, abriendo una navaja de barba, la blandía cerca de su angelical semblante, diciéndole: —Ah! perra guyidora!, no intentés movete gu gritar, porque te chambéo ese rostro hipócrito de güestra cara. Y sin preocuparse por el hombre que dejaban en “el Arenal”, a donde llegaron con ella cerca del amanecer, casi desmayada, sin oírsele en todo aquel amargo camino más expresión que ésta: —¡Por Dios señores!, no me aprieten tan duro que me quiebran los brazos! A la hora de la llegada hicieron levantar a la vieja Romana, quien despertó furiosa, con Andrea y su comadre Luisa, por la que le habían jugado. el indio isidoro, llegó mal de la cabeza por los tragos, armándola con la Grisáles y ordenándole que recogiera cuanto chisme se encontrara, para seguir todos a la casa de los Quiramas, de donde no pudiera salir Andrea y menos verse con Luisa, antes del casamiento. Y así sucedió que allá fueron a dar. Y aquí tenemos a la niña viviendo con los Quiramas, mal mirada por aquellos indios; con centinela de vista a toda hora; mal alimentada y habitando, en un desmantelado y desaseado cuchitril… Por esta vez el hado adverso de Andrea iba encadenando los acontecimientos, de tal manera, que ya se veía venir irremediablemente, sin estorbo alguno, el * 177

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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />

—Pero…¿qué?<br />

—Que ya le dije lo que hay... le suplico que suprima el don...<br />

—¡Ah! y ahora caigo en una cosa, siguió Andrea, no me ha dicho a que<br />

punto vamos. Yo sólo sé que voy de huída de isidoro Quirama, y <strong>del</strong> brazo con<br />

don… nó, con mi hijí, ¡huy!...<br />

Andrea hizo un movimiento de hombros, tratando de sacar la lengua que<br />

apenas asomó rosada y húmeda a los labios, y se apoyó con tanta fuerza en<br />

Luciano, que éste casi se va al suelo, sin poder por esta vez disimular la risa.<br />

—De veras, volvió Andrea, a dónde vamos?<br />

—Por ahora, a casa de Daniel, un amigo mío.<br />

—De un amigo?<br />

—sí, de un joven estimable, con el cual vivo en mucha intimidad. No a la<br />

de él precisamente, sino a la <strong>del</strong> mayordomo, donde quedará bien acompañada<br />

de su esposa, que es buena señora.<br />

—Y, esa casa no queda lejos de “Chontalito’?<br />

—No, muy inmediata, en medio de Daniel y la mía.<br />

—No, don... señor... Luciano pues: yo no quiero ir a casa ajena... porqué no<br />

nos vamos directamente a “Chontalito”?<br />

—Y esa no es casa ajena, le dijo Luciano, riendo.<br />

—sí... ajena, sí, porque no es mía… pero...<br />

—Pero, qué?<br />

—Pues yo no sé tampoco, contestó Andrea un tanto picada.<br />

—No Andrea, es por el asunto de vivir yo, sólo en ella.<br />

—Y, qué le hace?<br />

—Cómo no le ha de hacer, vamos a vivir juntos?<br />

—Y qué, ¿no vivíamos juntos en “Guacimal”?<br />

—Pero.... allá era diferente.<br />

—Más grande la casa?<br />

—No, eso no, porque vivíamos con toda la familia.<br />

—Mejor. solos quedamos más holgados.<br />

—si…pero… y… el qué dirán?<br />

—Y... qué han de decir?<br />

—Habladurías, enredos que no faltan.<br />

—¡Hombre de Dios!, qué habladurías ni qué nada, a ver, diga, explíqueme,<br />

qué es eso que dicen porque un hombre y una mujer vivan...<br />

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