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Juan José Botero<br />
No así Andrea, que si al principio estuvo un poco cohibida y corta, luégo<br />
fué desapareciendo aquel apocamiento y con esa dulce ignorancia en que<br />
había vivido y el candor de los primeros años, se dió a enredar y travesear,<br />
apoyándose y recostándose en Luciano a toda fuerza, como si lo hiciera con<br />
su propia madre.<br />
Así que, perdiéndole aquel respeto, que desde “Guacimal”, le tuviera, entabló<br />
una conversación tan cándida y franca, que muchas veces, por esto mismo; puso<br />
al galante escudero en buenos aprietos.<br />
Cuando sentía temblar a Luciano, se reía, y una vez, por este motivo le<br />
dijo:<br />
—Don Luciano, ahora me toca preguntarle lo que usted me preguntó una<br />
vez, cuando eramos ordeñadores.<br />
—A ver, ¿qué será? le dijo el hijo de don Nicolás, muy distraidamente,<br />
preocupado como iba por la huída, y más, porque en aquel momento pasaba<br />
cerca a la casa de “Guacimal”, la que de allí bien se distinguía a la luz de la<br />
luna.<br />
—Que si usted es miedoso?<br />
—Y ¿porqué la pregunta?<br />
—Como va temblando.<br />
—es por el frío de la noche.<br />
—Tiene frío?<br />
—Y mucho.<br />
—Pues arrópese con la capa de su tío, y tírese al río, le dijo Andrea, riendo<br />
con el mayor candor.<br />
¡Qué bella es la inocencia!<br />
Andrea, después de reírse iba a hacerle otra pregunta, comenzando así:<br />
—Oiga, don Luciano...<br />
Aquí Luciano le interrumpió diciéndole:<br />
—Alto ahí, la señorita, o niña, o mejor Andrea, como la he ve<strong>nido</strong> llamando;<br />
voy a exigirle una cosa: déjese de ese don que me suena tan mal: Luciano, a secas,<br />
y tú o vos, o usted, como quiera; pero que se acabe aquello de don.<br />
—¡Hombre!, ¿y cómo le digo?: “mi hijito”, como casados!, eso si que nó lo<br />
verá usted, hasta que no gane a pura muñeca a esta Blandoncito...<br />
—Pues... no tanto... pero... titubeaba Luciano, luchando por contener<br />
la risa.<br />
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