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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
campesino. La cuestión que nos debe preocupar es su salvación, a eso vine y aquí<br />
estoy dispuesto a todo lo que esté a mi alcance, para conseguirla.<br />
—A ver, Luisa, siguió éste, qué es lo que vamos a hacer y por donde comenzamos?<br />
—Pues… por ahora... nada. estarse en su prisión quietecito. Yo voy a<br />
arreglar el almuerzo y que Andrea le dé palique, entre tanto, para que no se<br />
aburra.<br />
Luisa iba a salir, pero Luciano, viendo lo embarazosa de la situación en que<br />
quedaban, como hasta allí no tenían acordado nada en forma, le atajó el paso y<br />
tomándola de una mano le dijo:<br />
—Luisa, amiga mía. Ya que vamos andando los tres por una resbaladiza<br />
pendiente y que no sabemos si al pasar por ella y vernos <strong>del</strong> otro lado, darémos<br />
con un peñascal o saldremos a un ameno valle, es preciso que usted, que hoy,<br />
si ante la sociedad nó, sí ante Dios, representa aquí la madre de esta angelical<br />
criatura, presencie lo que yo, Luciano Ruiz, poniendo a Dios por testigo y con<br />
la mano sobre este altar voy a decir:<br />
Luisa conmovida, se fijó en Luciano que en aquel momento estaba magnífico,<br />
así como transfigurado, y en Andrea que casi ni respiraba y a la cual tuvo que<br />
dar la mano porque desfallecía en visible <strong>del</strong>iquio.<br />
—Hoy se decide nuestra suerte y por lo pronto debemos hablar con toda<br />
franqueza, con la verdad en los labios, trayendo el corazón a la mano.<br />
—Andrea: ya que usted sabe cuanto la amo, porque le he dicho y jurado<br />
ese amor, quiero que ahora y sin rodeos, aquí <strong>del</strong>ante de Dios cuya imagen se<br />
ve en el altar y a nuestro lado y en presencia de la madre de usted, representada<br />
en Luisa, me conteste esta pregunta:<br />
—usted me ama?<br />
inmutada la niña, exhaló un hondo suspiro, y llevándose las manos al<br />
pecho, para atajarlo, pues sentía como que quisiera escapársele el corazón,<br />
le contestó:<br />
—señor: no tengo que agregar otra cosa a aquello que le dije en su casa y en<br />
el ordeñadero, lo quiero tanto, señor, que por usted hiciera cuanto me ordenara...<br />
por supuesto que usted no me ordenaría lo indebido...<br />
—Yo, siguió la niña cobrando ánimo, pienso tanto en usted y es para mi tan<br />
dulce este pensamiento, que me hace olvidar mi desgracia, y... sabe que más?,<br />
hasta mi santica la olvido por... eso. ella me perdonará.<br />
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