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Juan José Botero<br />
sentido de hacerla desistir de él o por lo menos de diferirlo para más tarde, a<br />
fin de ganar tiempo; pero todo en vano, porque ésta, aferrada a su pro pósito,<br />
contestaba a las razones de Luisa:<br />
—Pes nó, comadre, yo no me meto a empedir aquello, porque esa jué la<br />
última estreminación <strong>del</strong> dijuntico, mijo, y si no se hace así, se prefunda más y<br />
más el alma de mi bello, allá en el Purgatorio.<br />
No había esperanza!<br />
escrito estaba que Andrea se casaría con el indio isidoro, y... no tenía remedio.<br />
Llegó pues el momento en que ña Romana le hablara a su nieta, diciéndole<br />
que se preparara para el casamiento.<br />
¡Qué pecao! ¡qué culpa!, qué <strong>del</strong>ito estaba purgando en este valle de miserias<br />
la pobre Andrea?<br />
si no se fué al suelo desplomada, en aquel instante debióse esto a que con<br />
su larga escuela de infortunios, había aprendido a recibir golpes tan rudos, con<br />
heróico valor y... seguramente porque allá a lo lejos miraba una protección, una<br />
esperanza en el hombre que un día, le declaró su amor y le ofreció su apoyo.<br />
Luégo que la vieja hizo aquella revelación, la niña corrió a “Los Alticos”,<br />
y con los ojos escaldados por el llanto y oyéndose con violencia dentro de su<br />
castísimo seno las martilladas de su apenado corazón, cayó desfallecida en los<br />
brazos de su protectora, como buscando allí la defensa, el socorro, para salir de<br />
tan terrible trance…<br />
Desahogada un tanto, contó a Luisa lo que su madrina le acababa de decir.<br />
Y aquellas dos almas fundidas en el crisol de la virtud y la bondad, quedaron<br />
mudas sin treverse a interrumpir el silencio que les rodeaba, descaecidas, porque<br />
presentían la inmediata y definitiva despedida.<br />
Larga iba siendo esta situación, cuando de pronto, Luisa, radiante de alegría,<br />
encarándose con Andrea, le dijo a ésta, cerrando los puños y dándose con<br />
fuerza en la cabeza.<br />
—¡Y don Luciano!<br />
—¡Don Luciano!, exclamó a la vez la niña, al parecer volviendo a la vida.<br />
—Andrea, dijo Luisa con resolución: usted tiene confianza en mí?<br />
—Como en una madre.<br />
—Y, en usted?<br />
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