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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
honrado amor, usted se resuelve a todo conmigo, si desde hoy para siempre<br />
puedo, llamarla mía…mía.<br />
—Don Luciano, dijo temblando o suya o de nadie!<br />
Ya era tiempo de dar la última pincelada a aquel amoroso cuadro, porque<br />
el corral fué invadido por niños, peones, ganados, perros... la mar de vivientes,<br />
pues en aquel momento se daba principio a la encerrada de los cuadrúpedos que<br />
desde la víspera, de aquel día, eran huéspedes de la pequeña “manga <strong>del</strong>antera”<br />
o “potrero de las madrugadas”.<br />
Aquella confusión, aquel ruido de voces humanas, de relinchos, de bramidos,<br />
de ladridos, de saltos, de carreras, ahogaron, para los que allí llegaban, la última<br />
frase que dirigió Andrea a Luciano, palabras que tuvieron tanta resonancia en<br />
el corazón <strong>del</strong> desterrado a “Chontalito”.<br />
Y si en aquel día fueron las últimas que se cruzaron entre los dos enamorados<br />
ordeñadores, también fueron para Luciano, las primeras en la dulcísima<br />
historia de su amor.<br />
Hermoso, por cierto, cuanto original, estuvo aquel juramento de amor al<br />
pié de la “Cachipanda”.<br />
XXXVIII<br />
Han pasado algunos días después de aquél en que Andrea y Luciano, en el<br />
ordeñadero de “Guacimal”, se hicieron el más sencillo juramento de amor que<br />
se haya conocido, y de entonces a esta parte, veamos lo que ha sucedido dentro<br />
<strong>del</strong> escenario, donde giran los principales personajes de esta historia.<br />
Andrea, como era natural, salió con Luisa de “Guacimal” para “Los Alticos”,<br />
con el pretexto de descansar unos días, motivo éste inventado por doña ignacia<br />
y Luisa, después que éstas tuvieron una larga conferencia en la despensa.<br />
Luciano, al ver partir a Andrea, le dio una adiós tan triste con los ojos, que<br />
conmovía, y sólo hubo en ese momento otra cosa más triste todavía, y fue la<br />
despedida que con la mirada le devolvió Andrea.<br />
Y, ¡qué remedio!<br />
era necesario someterse a los mandatos supremos. era preciso que aquellas<br />
dos aves que andaban en el alborear de su callado amor, alzaran el vuelo a regiones<br />
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