Lejos del nido
Lejos del nido Lejos del nido
* Lejos del nido —Que no, qué? —Que no le entiendo. —¡Ah! ya me volvió el alma al cuerpo. —Y, a dónde se le había ido? —Allá, a donde vive a toda hora, usted no siente el ruido muy cerca? —De la acequia? —No vuelva la hoja, Andrea. —Y entónces, de qué, pues, es que me pregunta? —De mi alma, de mi corazón. —usted como que se ha embobado después que vino, y me dispensa el atrevimiento. —Y sin poderlo negar. —Le dieron yerbas? —sólo que usted las sepa administrar. —Yo, sí. —De veras soy de familia de yerbateros. —¿usted? —Como lo oye. —Y tiene alma de enyerbar a un pobre prójimo? —Pues... yo gozo con eso. —Cómo así? —Por tener un gustico. —Pero, qué gusto puede sacarle a eso? —Cuál? el de curarlo después. —De suerte que también sabe desenyerbar? —Demás, señor, ese es mi fuerte. —Con qué? a ver. —Pues… con las mismas yerbas. Con pelos del mismo perro, como dicen en casa. —similia, similla… Homeopatía pura. —eso sí no lo entiendo yo, de latines. —Y, así se curan los males? —Así... don Luciano. —es decir, que si la causa de mi enfermedad o bobera, como usted dice, fuera la de que usted me hubiera dado a tomar… por ejemplo… amor, Andrea, con qué me curaba? * 158
* Juan José Botero —Pues... dándole más am... Mire, don Luciano, usted sí que es... me está haciendo hablar disparates. Aquí otro largo silencio y ordeña que ordeña. Al fin Luciano, por reanudar la conversación y por rastrear mejor la intención de la niña le dijo: —Andrea, qué le parece que no le he contado una cosa. —Qué cosa? —Me voy a casar. —¡sííí!, con quién? —Con una de Medellín. si otra vez en aquel punto y en un caso análogo se le volteó la vasija, derramando el contenido, ésta no sólo se le derramó, sino que la dejó ir al suelo. Y pálida y temblorosa, para disimular su desfallecimiento, se sentó en un pequeño barranco que allí había. Luégo, cuando ya se repuso, con acento de suma tristeza le dijo a Luciano suspirando: —Qué dichosa va a ser esa señorita! —si yo me casara con ella, qué haría usted? —Yo... rezar mucho por su felicidad. —Y, qué más? —Pues... rezar también... digo…llorar por la suerte de... de la que sería de usted y de ella tan buena amiga, si no estorbaran tantas cosas. —Andrea!, le dijo Luciano loco de amor, yo le estoy mintiendo; yo no tengo dado mi corazón a otra persona sino a usted. este, este, como le dije otra vez, es suyo... Y cuanto soy y cuanto tengo. —Yo me iré mañana, siguió Luciano, y bien sea que usted quede aquí o vaya a “el Arenal”, o a donde Luisa, volveremos a estar juntos, volveremos a hablar. Hay una persona que es ya confidente de nuestro amor: Luisa. ella que ha sido su ángel custodio, su amparo, su madre, será la mediadora de nuestro amor. Ya estamos convenidos ella y yo. Viva tranquila, Andrea, hasta el día no lejano, en que pueda llegarme a usted, no así temblando como un criminal, sino sereno y tranquilo a darle mí… —Dizque no estaba aquí, gritaron de la puerta del corral algunas voces. —Andrea!, Andrea!, se apresuró a decir Luciano, el tiempo se acorta, dígame si es cierto que me ama, si en el campo del verdadero amor, del puro y * 159
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Juan José Botero<br />
—Pues... dándole más am... Mire, don Luciano, usted sí que es... me está<br />
haciendo hablar disparates.<br />
Aquí otro largo silencio y ordeña que ordeña.<br />
Al fin Luciano, por reanudar la conversación y por rastrear mejor la intención<br />
de la niña le dijo:<br />
—Andrea, qué le parece que no le he contado una cosa.<br />
—Qué cosa?<br />
—Me voy a casar.<br />
—¡sííí!, con quién?<br />
—Con una de Me<strong>del</strong>lín.<br />
si otra vez en aquel punto y en un caso análogo se le volteó la vasija,<br />
derramando el conte<strong>nido</strong>, ésta no sólo se le derramó, sino que la dejó ir al<br />
suelo.<br />
Y pálida y temblorosa, para disimular su desfallecimiento, se sentó en un<br />
pequeño barranco que allí había.<br />
Luégo, cuando ya se repuso, con acento de suma tristeza le dijo a Luciano<br />
suspirando:<br />
—Qué dichosa va a ser esa señorita!<br />
—si yo me casara con ella, qué haría usted?<br />
—Yo... rezar mucho por su felicidad.<br />
—Y, qué más?<br />
—Pues... rezar también... digo…llorar por la suerte de... de la que sería de<br />
usted y de ella tan buena amiga, si no estorbaran tantas cosas.<br />
—Andrea!, le dijo Luciano loco de amor, yo le estoy mintiendo; yo no tengo<br />
dado mi corazón a otra persona sino a usted. este, este, como le dije otra vez,<br />
es suyo... Y cuanto soy y cuanto tengo.<br />
—Yo me iré mañana, siguió Luciano, y bien sea que usted quede aquí o vaya<br />
a “el Arenal”, o a donde Luisa, volveremos a estar juntos, volveremos a hablar.<br />
Hay una persona que es ya confidente de nuestro amor: Luisa. ella que ha sido<br />
su ángel custodio, su amparo, su madre, será la mediadora de nuestro amor. Ya<br />
estamos conve<strong>nido</strong>s ella y yo. Viva tranquila, Andrea, hasta el día no lejano, en<br />
que pueda llegarme a usted, no así temblando como un criminal, sino sereno y<br />
tranquilo a darle mí…<br />
—Dizque no estaba aquí, gritaron de la puerta <strong>del</strong> corral algunas voces.<br />
—Andrea!, Andrea!, se apresuró a decir Luciano, el tiempo se acorta, dígame<br />
si es cierto que me ama, si en el campo <strong>del</strong> verdadero amor, <strong>del</strong> puro y<br />
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