Lejos del nido
Lejos del nido Lejos del nido
* Lejos del nido Luciano se apeó, amarró el caballo a la sombra de naranjo y sin quitarse los zamarros, entró a la sala de la casita precedido de Luisa… —siéntese, niño, le dijo ésta, aunque sea en la banquetica. estoy tan mal de muebles. —Gracias, no se moleste Luisa. —Y... de veras, don: qué era que no había venido a ver a estos pobres cristianos. Así se hace. Después que aquí le hemos tenido tanto cariño. —Y es la verdad. —Y de haberlo llevado tanto tiempo en mis brazos, cuando chiquito, porque fui su carguera, mi rey, aunque le pese. —el peso era para usted. —Y que sí, porque ¡ah necio que era! Pero queda el consuelo de que lo casqué duro, siempre le arrimé sus palmaditas —eso dicen en casa, que era muy necio. —¡Virgen!... y, se compuso? —No, Luisa, me quedé con el resabio. (Pausa). —fuera de chanzas, niño Luciano, lo había extrañado. Por qué nos había dado con el pié? —sí, es verdad, es que... lo envolatan a una cuando menos piensa... lo entongan... —eso, por lo visto. Alguna de Medellín que me lo tiene enguaralado. esas villanas que serán más enamoraditas y, enamoradoras. —Nó, Luisa, si no es de esa tierra. —entonces, rionegrera, por allá si hay unas bien pispas y... gustadoras. —Tampoco: la brujita, que me persigue está muy cerca de aquí. —Pues, será,… ¡ah! sí ya caigo en el chiste, ña Rufina. Vean cómo se ganó la rifa el diantre de la vieja, sin apuntarse. Y que no tiene mal gusto. —Quién? ella o yo. —No charle Luisa. No charle. es de veras. —De veras, qué? —Que estoy enamorado. —¡Válgame! Pues eso se le ve a leguas. —Y mucho. Vea por esta... —sin que lo jure. * 152
* Juan José Botero —Pero mucho!... mucho! —¡Aúpa que se revienta! Y Luisa, que ni por asomos veía por dónde iba a zafarse Luciano de aquel enredo siguió la zumba y le agregó: —Y se podrá saber cual es esa venturosa de quien está prendado tan apuesto caballero? —Cuénta, Luisa, que le puede tocar generales... —A mí? —A usted. —Ahora me toca decirle que no charle. —Porque no es charla es que le repito... —A ver: de mi madre no puede ser, porque a ella no le gustan los viejos, dijo Luisa en tono chancero. De Rita, menos. De Tomasita, mucho menos. No me queda más parienta cercana que... la que habla. Luego yo la preferida del más bien parado cachaco que viera jamás tierra antioqueña. Declarase, pues, mi caballero. —¡Ah! Luisa, siempre hermosa, y siempre buena. Cree usted que yo no sé lo bondadosa que es usted? que acaso ignoro todo lo que usted ha hecho por… por una persona que mucho me interesa?, cree acaso... —¡Ah! bruta, yo si soy del gajo de abajo. No haberle entendido antes o no haber adivinado… si eso era cajonero. —Y, me disculpa, Luisa? —¡Válgame la Virgen!, pues demás. Lo culpara don Luciano, si usted hubiera visto, con indiferencia el tesoro que guarda hoy en su casa. —Gracias, Luisa. No digo: siempre cachaca. —Pero... ¡cuenta por Dios! cuenta con ese angelito! —Luisa; me creo muy caballero, por lo menos incapaz de hacerla pasar a usted como encubridora de una mala acción, y cuando he venido en su solicitud para hablarle de lo que usted ha adivinado, de Andrea, es porque no intento nada que no sea digno. La conozco a usted, Luisa, y mal podía yo venir a desahogarme de una pasión mezquina, delante de una mujer virtuosa y buena. —Gracias, don Luciano, gracias por Andrea y por mí. Por ella particularmente a quien he visto hasta hoy como a una hija. ¡Pobre huérfana! estoy * 153
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—Gracias, Luisa. No digo: siempre cachaca.<br />
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—Luisa; me creo muy caballero, por lo menos incapaz de hacerla pasar<br />
a usted como encubridora de una mala acción, y cuando he ve<strong>nido</strong> en su<br />
solicitud para hablarle de lo que usted ha adivinado, de Andrea, es porque<br />
no intento nada que no sea digno. La conozco a usted, Luisa, y mal podía yo<br />
venir a desahogarme de una pasión mezquina, <strong>del</strong>ante de una mujer virtuosa<br />
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