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Juan José Botero<br />
su ración de leche. el grito de los negritos arriba en la falda <strong>del</strong> potrero,<br />
arreando el ganado. Dos enormes toros, pitando airados, preparándose para<br />
entrar en lucha, escarbando en el suelo y formando sendas grietas con los<br />
cuernos en la pared de un barranco, haciendo caer sobre su lustrosa piel una<br />
lluvia de tierra.<br />
Teniendo por complemento de todo aquello, un sol claro y tibio, mostrándose<br />
risueño por detrás de las altas montañas andinas, curioso intruso que viene<br />
con luz en mano, a alumbrar aquella escena de paz, de bienestar, y sobre todo,<br />
de... amor.<br />
Ya por aquel día quedó truncada, la declaración amorosa de aquella pareja,<br />
sea porque Andrea le huyera al lance o bien porque la ocasión no llegaba, es<br />
lo cierto que menos llegaba el término de la declaración y los pobres amantes<br />
mudos, sorbiéndose en silencio tan honda pasión.<br />
Pero ya tantos cabos cogidos, dieron base para sacar el hilo <strong>del</strong> cuento,<br />
en “Guacimal”, no fue un secreto los amores de Andrea y Luciano, y luego se<br />
enteró la señora de Ruiz, pues que informaba la vieja, chispeaba de impaciencia,<br />
aguardando a don Nicolás de un viaje, para poner punto final en aquel enredo.<br />
—Bien lo decía yo, decía soliqueaba muy por lo bajo doña ignacia, el<br />
día que Luisa trajo aquí a esa muchacha, que quién sabe qué casta de pájaro<br />
sería...y dizque muy buenita... y dizque muy señora… una gatita muerta que<br />
no quebraba un plato... Jum!, ya ven en las que anda, embobándome al pobre<br />
de mi hijo, y lo peor <strong>del</strong> cuento, haberla recibido ese día sin estar en la casa<br />
Nicolás. De ésta se va a pegar él, y, quién le aguanta la cantaleta. Pero no le<br />
hace, hoy ha de llegar y esta misma noche lo pongo al corriente de lo que<br />
sucede, a ver qué pasos damos, porque más vale que me coma de una vez,<br />
que no se me pierda el muchacho.<br />
Dicho y hecho. Aquel día llegó el señor de “Guacimal”, y por la noche,<br />
sentados en el corredor de la casa, después de despachar sendas jícaras de chocolate,<br />
la señora, a la cual le bailaba la sin-hueso por chismearle a su esposo, sin<br />
muchos rodeos le contó el asunto.<br />
Casi quiebra la silla, el señor de Ruiz, con la sacudida que dio al oír<br />
aquello.<br />
—¡Diagiro!, no puede ser! exclamó, cuando doña ignacia terminó la<br />
acusación.<br />
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