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Lejos del nido

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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />

postrado cual angel ante dios te os juraba un amor sin límites para<br />

contigo.<br />

hoí que escribo esta corta nota solo es testiga la una ese astro iluminoso<br />

que esparse su lus al universo... tenga la bondad de dispensar<br />

estos mal informados renglones i recibir el corto presente de mis<br />

manos i el corason de güestro amante que nunca la olbida asta la<br />

tumba. isidoro.<br />

Al fin se acabaron las novelerías por la llegada de Luciano, y en la casa de<br />

“Guacimal”, todo el mundo tornó a sus acostumbradas tareas, con aquella regularidad,<br />

aquél método y orden que decían muy alto de las buenas costumbres<br />

y honrada vida de los que formaban tan cristiano hogar.<br />

Y como no era tiempo todavía de que Luciano, se decidiera por el trabajo,<br />

que en forma debía emprender, mientras se resolvía este punto, él pasaba los<br />

días contento en medio de los sencillos pasatiempos que le proporcionaba la<br />

nueva vida, en familia. Pero como el hábito <strong>del</strong> trabajo, particularmente el <strong>del</strong><br />

estudio, estaba en él tan arraigado, poco a poco se fué apoderando <strong>del</strong> cargo de<br />

preceptor, arrebatado a Camila, formando así en “Guacimal”, no sólo ya escuela<br />

primeras letras, sino un verdadero colegio de enseñanza superior; donde dictaba<br />

a diario clases a las cuales asistían : Camila en calidad de simple discípula,<br />

Carmen y Rosario, como también Andrea, la cual al principio lo hacía un poco<br />

retrasada, y luego cuando fué perdiendo el miedo o vergüenza que le tomó a<br />

Luciano, desde que éste llegara a la casa, ya más de cerca, hasta que a instancias<br />

de discípulas y maestro, adquirió formalmente asiento, en los bancos de aquella<br />

campesina universidad.<br />

Y ¡qué a<strong>del</strong>antos los que hacía Andrea!<br />

Pero, ¡qué turbación!, qué cosa la que le sucedía, cuando el preceptor se dirigía<br />

a ella; se atragantaba, la sangre le asomaba al rostro, y sabiendo también lo que<br />

se le preguntaba, no contestaba, o lo hacía con trabalenguas y tragaderitas que<br />

todos interpreteaban por “tímidez de la muchacha”.<br />

Y el maestro, cuando tenía que encararse con su discípula, también se turbaba,<br />

sin acertar con nada, dejándose coger “enredado en la traba”, tomando en<br />

la casa esto a pena o molestia de Luciano, por tenerle que dirigir la palabra a<br />

“una infeliz zambita”.<br />

Por la noche, cuando Luciano se retiraba a su aposento, después de la velada<br />

de ordenanza en la sala principal, leía un rato, luégo a darse unas idas y venidas<br />

en la hamaca, y al fin a la cama, a dormir.<br />

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