Lejos del nido
Lejos del nido Lejos del nido
* Lejos del nido Y si había momentos en que trataba de revelarse su limpia procedencia, con esa fuerza de voluntad adquirida en tan larga escuela de infortunios, volvía sobre su corazón y lo refrenaba, mostrándose en seguida resignada ante la suerte. ¡Qué luchas, Dios santo! Y eso que Andrea se andaba, como ya dijimos, en el amanecer de una castísima adolescencia. Para ella apenas alumbraba la luz sonrosada que precede la salida de un hermoso sol. ¡Ay!, cuando ese sol llegue al cenit! Luciano que no las tenía todas consigo, desde la escena de la víspera en “el Alto de los Arrayanes”, cada vez que por casualidad hacía encuentro con la dentroderita se turbaba, dándose luego a admirar aquel porte, aquella hermosura, extrañando, eso sí, que más se turbara ella, cosa que se le iba haciendo muy notable, pues no encontraba causa para tanto miedo, o repulsión, o vergüenza, máxime cuando él procuraba hacerse el desentendido con ella y casi ni aun la miraba. Y la curiosidad de Luciano crecía y tomaba cuerpo, de tal suerte que, estando por la tarde en su cuarto, al entrar Camila a darle conversación, aquél se adelantó, y sin más preámbulos le dijo: —Mila, me crees que me tiene impresionado la tal niña que tienen aquí de sirvienta. —Ahora, sí!, exclamó Camila riendo: amores tenemos con la nieta de ño Mateo Blandón... —¡Amores!, qué amores ni qué niño muerto!, no es eso, Mila, no es eso; lo que me preocupa es otra cosa. —Pues hombre de Dios, qué cosa puede ser? —Yo no lo sé; pero desde ayer, cuando llegamos a “Los Arrayanes”, que le eché aquel tan comentado saludo, y que luégo me referiste lo que sabías de su historia, y aun más, después que al descuido me he fijado en ella, he comprendido que la tál sirvienta no es tál sirvienta. —Y qué es, pues?, bobito. —esa niña, Camila... esa niña es... yo no sé pero es... —Naturalmente que algo tiene que ser... —Pues, sí... pero... ¡yo no sé! * 136
* Juan José Botero —¡Válgame Dios!, con el hombrecito, no desata. —Cuando te digo que ella es.... —Blandón, Grisales, Villada, Harding, Thompson, scovil... en fín, de cualquier indio o de cualquier mistereque vendrá, y se acabó la historia. Nosotros qué tenemos que ver con eso. —Pues, nada. Yo bien lo sé, pero… te quería decir, que en este asunto hay algo grave, volvió Luciano, preocupado, y sin hacer caso de la zumba de su hermana. —Punto novelesco. ¡ si que vino el niño!... —No te burles, Camila. —Luciano, yo no me burlo, y de Andrea menos, y mucho menos de su condición, dijo Camila, alzándose de la silla que ocupaba y tomando un aire serio, quería tergiversar las enredadas conjeturas tuyas, por no lanzar concepto en este asunto; aunque yo pienso del mismo modo que tú piensas: que en el fondo de él hay algo muy grave, como tú dices, gravísimo... —Mira, hermano, siguió Camila, por el estudio que tengo hecho de la niña, y el que ella ha hecho conmigo, he venido a comprender que esa sirvienta que vemos en Andrea, tan callada, oficiosa, y dulce... es un gran talento; es de una alma muy bien templada; es un ser superior que no ha tenido tiempo, espacio, o teatro, mejor dicho, oportunidad para mostrarse en toda la plenitud de su hermosura y de su genio. —Me haces dar nervios, oyéndote hablar así, Camila. —¡Ah!, y ¿porqué?, no ha sido el niño el promotor de la cuestión? —Yo, sí, pero no aguardaba que fuéramos tan lejos, y por eso cada vez estoy más impresionado. Tú dirás que he venido con humos de romántico… novelesco... pero... lo que se relaciona con Andrea, no es éste el nombre de la joven? —Como no, Andrea. —Pues, sí, que se relaciona con ella, en mi concepto, tiene mucho de misterioso.... encierra sucesos fatales... desgraciados…quizá más de lo que podamos imaginar... eso el tiempo lo dirá. —Luciano, ahora es a mí a quien toca decir aquello de los nervios con esa tu habladuría. —sí, ¿con mis sospechas? —¡sospechas!, cómo así?, piensas acaso... * 137
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Juan José Botero<br />
—¡Válgame Dios!, con el hombrecito, no desata.<br />
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indio o de cualquier mistereque vendrá, y se acabó la historia. Nosotros<br />
qué tenemos que ver con eso.<br />
—Pues, nada. Yo bien lo sé, pero… te quería decir, que en este asunto<br />
hay algo grave, volvió Luciano, preocupado, y sin hacer caso de la zumba de<br />
su hermana.<br />
—Punto novelesco. ¡ si que vino el niño!...<br />
—No te burles, Camila.<br />
—Luciano, yo no me burlo, y de Andrea menos, y mucho menos de su<br />
condición, dijo Camila, alzándose de la silla que ocupaba y tomando un aire<br />
serio, quería tergiversar las enredadas conjeturas tuyas, por no lanzar concepto<br />
en este asunto; aunque yo pienso <strong>del</strong> mismo modo que tú piensas: que en el<br />
fondo de él hay algo muy grave, como tú dices, gravísimo...<br />
—Mira, hermano, siguió Camila, por el estudio que tengo hecho de la niña,<br />
y el que ella ha hecho conmigo, he ve<strong>nido</strong> a comprender que esa sirvienta que<br />
vemos en Andrea, tan callada, oficiosa, y dulce... es un gran talento; es de una<br />
alma muy bien templada; es un ser superior que no ha te<strong>nido</strong> tiempo, espacio,<br />
o teatro, mejor dicho, oportunidad para mostrarse en toda la plenitud de su<br />
hermosura y de su genio.<br />
—Me haces dar nervios, oyéndote hablar así, Camila.<br />
—¡Ah!, y ¿porqué?, no ha sido el niño el promotor de la cuestión?<br />
—Yo, sí, pero no aguardaba que fuéramos tan lejos, y por eso cada vez<br />
estoy más impresionado. Tú dirás que he ve<strong>nido</strong> con humos de romántico…<br />
novelesco... pero... lo que se relaciona con Andrea, no es éste el nombre de<br />
la joven?<br />
—Como no, Andrea.<br />
—Pues, sí, que se relaciona con ella, en mi concepto, tiene mucho de misterioso....<br />
encierra sucesos fatales... desgraciados…quizá más de lo que podamos<br />
imaginar... eso el tiempo lo dirá.<br />
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