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Juan José Botero<br />
Pero nos falta por decir, que como el protagonista de la velada era tañedor<br />
de vihuela, y por ende, cantó acompañado de este instrumento, aquella noche.<br />
—Que muy cansado estarás, le decían sus hermanas, pero nos tienes<br />
que cantar algo, las ultimitas, porque hace tiempo que no se oye nada nuevo<br />
por aquí.<br />
Y la complacencia de Luciano siguió y cantó algunos airecitos de nuestro<br />
malogrado amigo Juan de Dios escobar, que fueron debidamente aplaudidos<br />
por sus hermanas y que Andrea, que estaba sentada en un rincón de la sala, sola<br />
y olvidada, (el placer es tan egoísta), le supiera a pura almendra, a vino moscatel;<br />
recordando los tanguitos cubanos que cantaba su inolvidable amiga Olivia; y<br />
también, porque la voz de ese señor de los saludos imprudentes, le daba sobre<br />
su corazoncito, como aldabazos de viejo impaciente cuando no le abren<br />
pronto la puerta…<br />
Al fin, a eso de las once de la noche, sin el rezo acostumbrado en “Guacimal”,<br />
después de una chocolatada general, hubo desfile, y cada cual a su respectivo<br />
dormitorio, a soñar así:<br />
Don Nicolás, viendo en Luciano a un hombrón capaz de derribar un toro<br />
de un puñetazo, y por tanto, ya en disposición de encargarse de los trabajos en<br />
la hacienda.<br />
Doña María lgnacia, admirando en el mismo a un doctor de guantes, cubilete,<br />
leontina y bastón, solicitado y consultado por todos los altos personajes<br />
conocidos.<br />
Las muchachas, con teatro, retretas, serenatas, paseos en coche, en Me<strong>del</strong>lín,<br />
y en holgorio con los condiscípulos de Luciano, en “Guacimal”.<br />
Camila, además, se sofocaba, entre el sueño y la vigilia, haciendo conjeturas<br />
si vendría Pepe o nó, de si Luciano lo traería o no lo traería....<br />
Los chicos soñando con los soldados de plomo, perinolas, carritos, escopeticas,<br />
que les llegarían al día siguiente en los baúles de Luciano.<br />
este saludando a una niña muy esquiva y vergonzosa, la cual no podía<br />
verle la cara, porque se andaba agachadita pero adivinando en ella un mundo<br />
de gracias.<br />
Por último, Andrea, echando también su cuarto a espadas, se vino con una<br />
engorrosa pesadilla, que nó placentero sueño, huyendo de un indio de la peor<br />
catadura, que le perseguía, barbera en mano, y sin atreverse a decirle que la<br />
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