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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
Y luégo al cuarto que le tenían preparado, adonde le llevaron en procesión,<br />
madre y hermanas, con puntillos de amor propio, a ver qué cara hacia el excolegial,<br />
y qué decía <strong>del</strong> arreglo de la pieza...<br />
Cuantos fueron los elogios que hizo de ella, alabanzas que llenaron de satisfacción<br />
a Doña ignacia y sus hijas, como también a la aseñorada doméstica<br />
que alguna participación tuvo en el asunto; recalcando, Luciano, más que todo,<br />
sobre la belleza de un ramo de flores frescas y olorosas que había en la mesa, lo<br />
mucho que le gustaban éstas, y que ojalá ningún día faltaran de ahí...<br />
entrando a su habitación, el recién llegado respiró a todo pulmón la atmósfera<br />
de bienestar que le rodeaba, y como su madre y las niñas le hicieran tomar<br />
la hamaca “mientras servían la comida”, allí se vino un chubasco de preguntas,<br />
de parte y parte, pero más <strong>del</strong> lado de las muchachas, para que Luciano les<br />
contara de modas en Me<strong>del</strong>lín, de teatro, de muchachas de fama, de bailes, etc.<br />
etc… hasta que al fin llamaron a comer.<br />
Y entre tanto, qué hacía Andrea?<br />
ella, apenadísima en el corredor de la casa, cerca al cuarto de Luciano<br />
oyén dole a éste contar “tan bueno”, de Me<strong>del</strong>lín; pero eso sí, sin dejarse ver “de<br />
ese señor a quien le tenía tánta vergüenza”, por haberle pasado con él la que le<br />
pasó en “el alto de los Arrayanes”, cuando le dio el saludo como si ella fuera<br />
una señorita....<br />
La comida estuvo animada, porque reinaba ese día la más completa felicidad<br />
en aquella familia, y <strong>del</strong> comedor fueron todos a la sala principal a seguir<br />
con sus interminables preguntas a Luciano, el que a todo contestaba con su<br />
calma habitual y con aquel modo de decir las cosas tan sazonado que daba<br />
gusto oírle: ya fuera remedando alguno de los locatos callejeros de la Villa,<br />
ya contando chistes de Cosiaca y Cabriolas, (dos andariegos de la baja esfera,<br />
y de fama proverbial en Antioquia, por lo muy oportunos en el decir), o bien<br />
refiriendo las barbaridades de Canuto Villa y Pedro Advíncula (bandoleros de<br />
nota); otras veces imitando la voz gangosa <strong>del</strong> doctor federico Jaramillo C.,<br />
cuando este genio derrochaba bellezas de lenguaje, donde quiera que alzara<br />
tribuna; otras la golpeada, contundente y en frases cortas e inimitables <strong>del</strong><br />
doctor Camilo A. echeverri; esto, cuando nó, contrahaciendo algún profundo<br />
sermón en alti-bajos, <strong>del</strong> ilustrado presbítero Doctor Zuleta... en fin “el niño”,<br />
los entretuvo con su charla hasta más tarde de lo acostumbrado, como hora<br />
de dormir en “Guacimal”.<br />
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