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Juan José Botero<br />
Y si esa vuelta se hace a un campo en donde nos aguardan nuestros padres<br />
y nuestros hermanos con los brazos abiertos y con toda clase de comodidades<br />
y cuidados; donde nos espera una vida de libertad y expansión; de dilatados<br />
horizontes para cansar la vista con bellos panoramas; de vírgenes selvas para<br />
montear; de grandes sabanas para correrlas a caballo; de frescas aguas para el<br />
baño; de escopetas, de perros de caza; de amarillos rejos de enlazar... en una<br />
palabra, una casa de campo con todas las comodidades y sobre todo, aquel<br />
monísimo retrete con hamaca, con libros y con flores, arreglado por la mano<br />
de de nuestra madre; y de nuestras hermanas… tal como lo encontró Luciano<br />
por aquella vez...<br />
Cuando esto escribimos, el llanto acude a nuestros ojos, y los anubla,<br />
porque a nosotros, como al mimado hijo de Don Nicolás, allá en muy lejanos<br />
y dichosos días, nos sucedía otro tanto... esto...esto que pasa entonces<br />
desapercibido, y que más tarde, en forma de recuerdos, lo lloramos; cuando<br />
hemos andado largo trecho en el camino de la vida, y que volvemos nuestros<br />
ojos al pasado; cuando ya no vemos de todo aquello, sino: dos tumbas donde<br />
duermen el sueño eterno los seres que nos dieron aliento, unos hermanos<br />
dispuestos y llenos de penalidades; y una casa de campo... tan bella, tan rica<br />
y animada en otro tiempo, y hoy en ruinas, casi por tierra, y lo que es peor,<br />
en ajenas manos.<br />
siempre estuvo muy feliz el bardo antioqueño, G.G.G. cuando hablando<br />
de su perdido hogar, dijo:<br />
“Hoy también de este techo se levanta,<br />
Blanco-azulado, el humo <strong>del</strong> hogar;<br />
Ya ese fuego lo enciende mano extraña,<br />
Ya es ajena la casa paternal”<br />
sigamos, pues, viendo cómo “el niño” llega a “Guacimal” y cae en brazos de su<br />
madre, de allí se desprende y sigue al interior de la casa como un loco, saludando<br />
a todo el mundo con su natural jovialidad y dulce cariño, desde la negra vieja<br />
liberta, ña Rufina, hasta el último negrito motilón. entrándose por la huerta a<br />
ver el naranjo que dejó plantado por su propia mano, y el manzanar, y el baño<br />
que tanto trabajo le costó arreglar en las últimas vacaciones, y la palomera, y<br />
el gatito que él llamaba “Julepe”, y la cotorra, y la mirla de Camila, que, según<br />
ésta, hacía muchos días que no cantaba, y la troje, y las pesebreras, y su potro<br />
“Canario”, y... todo, todo, como un loco, como un niño...<br />
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