Lejos del nido
Lejos del nido Lejos del nido
* Lejos del nido —ese zambo nó. De cuando en cuando me echa una entradita, y de ahí se zafa…es más liso que una bola de jabón. —Y eso? —Pues... dizque le tiene miedo a papá, por seco. —Allá veremos. Aquí lo traigo y hemos de armar unos parrandones… de chuparse uno los dedos. sobre todo, cuando vengan algunos de mis condiscípulos que me ofrecieron visita en las vacaciones. —Muy buenos cuartos? —feroces, pues. — Y sí crees que venga Pepe a casa? —¡Píííí! aunque sea con acial lo traigo. —¡Jum!, lo dudo. —Y no sólo a Pepe, al resto de la cola. —Y que la tengo y larga… mi querido. —¡Cajonero!... si mi hermanita no es cualquier chucha. —Cuando voy a Rionegro se me llena la esquina. —No digo pues, pues… —Y lo sabroso que es que le hagan a uno rueda, y tener harto donde regodearse. —¡Ah! Mujercitas!, siempre con esa manía de arrastrar, de dominar... —¡es tan dulceciiiito! Así poco más a menos siguió la conversación entre aquellos dos hermanos, hasta “el Alto de los Arrayanes”, a inmediaciones de la casa de “Guacimal”. XXX Al acercarse aquel alegre acompañamiento a “el Alto”, mencionado, Luciano distinguió a sus hermanos menores que batían palmas y le abrían los brazos, abriendo él también los suyos, desde lejos, saludándolos con chanzonetas y llamándoles con los apodos que les daba anteriormente. Mas al llegar allí, cuál fué su sorpresa al reparar en una señorita muy bella que estaba con los chicos. Luciano, galante como era, echó pie a tierra, y quitándose el sombrero, con una fina reverencia saludó a Andrea: * 128
* Juan José Botero —Buenas tardes, señorita. Y… qué corrida la del cachaco, cuando los muchachos echaron a reír, y que uno de ellos le dijo: —Ah! bobo!, si esa es la criada. Pero mayor fue la de Andrea, que hecha una pieza y roja de pena y de vergüenza, se inclinó a recoger los pañolones y sombreros que habían dispersado por el llano aquellos diablitos que estaban a su cargo. A Luciano, después que pasó aquel encuentro, y las consiguientes cuchufletas de sus hermanas, ya un tanto serenado, al fijarse en la criada, no le pesó en nada el respetuoso saludo que le dió, y antes como que, discurría en sus adentros, más atenciones merecía aquella niña; pero todo lo disimuló, y al seguir camino y adelantarse con su padre y hermanas de la comitiva pedestre, interrogó a éstas sobre tal sirvienta. —Verdad, Luciano, dijo Camila, que como en estos primeros momentos de un encuentro, no es fácil tratar de todo, quién se había acordado de cuestión criadas. —Muy bien, Camila, pero al llegar debieron haberme advertido, para saludar de otra manera, no porque crea que hice mal y que la niña no merece atenciones sino por aquellos muchachos... Me van a sacar la piel por esto. Ni para la chacota que me van a hacer. —No ve mi doctorcito, le dijo Camila, eso le pasa a todo fidalgo andante; por milagro no se le arrodilló a su Maritornes para que le armara caballero, ciñéndole ahí mismo la tizona. —Para eso que nada le faltaba a este nuevo tocado de la Mancha, contestó Luciano; hasta su sancho traía, aunque de faldas. —se picó el niño? —Nada, hermana, dejemos las chanzas, y dime quién es la niña. Camila, en el trayecto de “el Alto”, a “Guacimal”, contó a su hermano lo poco que sabía de la historia de Andrea, cosa esta que Luciano oyó así... así... ni con mucho interés, pero tampoco muy desentendido que digamos... A eso de las cinco de la tarde se avistaron con la casa, y como en el corredor de ella estuviera doña ignacia, Luciano saltó agilmente del caballo y cayó en brazos de su madre... A poco fueron llegando los del encuentro, y Andrea, la más retrasada fijándose en lo que pasaba, vio: un llanito con arbolado, frente a una casa de * 129
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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
—ese zambo nó. De cuando en cuando me echa una entradita, y de ahí se<br />
zafa…es más liso que una bola de jabón.<br />
—Y eso?<br />
—Pues... dizque le tiene miedo a papá, por seco.<br />
—Allá veremos. Aquí lo traigo y hemos de armar unos parrandones… de<br />
chuparse uno los dedos. sobre todo, cuando vengan algunos de mis condiscípulos<br />
que me ofrecieron visita en las vacaciones.<br />
—Muy buenos cuartos?<br />
—feroces, pues.<br />
— Y sí crees que venga Pepe a casa?<br />
—¡Píííí! aunque sea con acial lo traigo.<br />
—¡Jum!, lo dudo.<br />
—Y no sólo a Pepe, al resto de la cola.<br />
—Y que la tengo y larga… mi querido.<br />
—¡Cajonero!... si mi hermanita no es cualquier chucha.<br />
—Cuando voy a Rionegro se me llena la esquina.<br />
—No digo pues, pues…<br />
—Y lo sabroso que es que le hagan a uno rueda, y tener harto donde regodearse.<br />
—¡Ah! Mujercitas!, siempre con esa manía de arrastrar, de dominar...<br />
—¡es tan dulceciiiito!<br />
Así poco más a menos siguió la conversación entre aquellos dos hermanos,<br />
hasta “el Alto de los Arrayanes”, a inmediaciones de la casa de “Guacimal”.<br />
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Al acercarse aquel alegre acompañamiento a “el Alto”, mencionado, Luciano<br />
distinguió a sus hermanos menores que batían palmas y le abrían los brazos,<br />
abriendo él también los suyos, desde lejos, saludándolos con chanzonetas y<br />
llamándoles con los apodos que les daba anteriormente. Mas al llegar allí, cuál<br />
fué su sorpresa al reparar en una señorita muy bella que estaba con los chicos.<br />
Luciano, galante como era, echó pie a tierra, y quitándose el sombrero, con<br />
una fina reverencia saludó a Andrea:<br />
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