Lejos del nido
Lejos del nido Lejos del nido
* Lejos del nido A la señora, le decía: —Mire, misía María ignacia, aquí le traigo la muchachita, y no es porque usted a vea con ese aire de señora, la crea una paranada; usted verá y se persuadirá qué dócil y hacendosa es. A Carmen y Rosario: —Aquí vengo con Andrea, ya saben que no tiene más doliente que ustedes, a cuidármela mucho y a tratarla bien. Ahí les dejo esa compañerita. A los niños: —Vengan mis preciositos, acérquense a la muchachita, sin recelo y sean bien queriditos con ella, y usted Andrea, a manejarse con ellos, como lo ha hecho con los míos siempre. ultimamente volvió donde Camila, y así le habló: —Misiá Camila, usted que es tan bondadosa, duélase de esta huérfana. Al amparo de ustedes viene. No descuide darle algunas leccioncitas, que Dios se lo pagará. si viera usted lo que se afana por aprender y lo fácil que comprende todo. Yo en esto he hecho lo que he podido, pero... una pobre como yo, qué podrá enseñarle!, y ella que se me adelanta a todo lo que trato de explicarle. —No tenga cuidado, Luisa, que la trataremos muy bien, y si ella tiene buen manejo, no le pesará el haber entrado a esta casa… Terminadas las recomendaciones, la viuda se dirigió a la señora: —Ahora sí, Misiá María ignacia: ya se cumplieron mis deseos, vuelvo a recomendarle la niña… y eso que... yo no sé... parezco boba, hasta pesada me vuelvo, qué dirán que a mí qué me va ni qué me viene... pero es, señora, que la que es madre y vé rodando así una criatura... y de qué modo!... en fin, me voy complacida, perdonen tanta necedad y adiós!... —No, María Luisa, dijo doña lgnacia, eso sí no lo consiento, sin comer no te vas. —señora, ¡por Dios!; y mis muchachitos, y mi madre enferma… —Por lo mismo, hija, por lo mismo, para que les llevés algunas cositas a los muchachos y a Tomasa, y ver qué le mandamos a la pobre vieja Romana. Además, que Carmen y Rosario están con el enguando de hacer pandequeso. Ya tienen prendido el horno y me les vas a enseñar. Qué les va a suceder a tu niños. No hay remedio, quitate el pañuelón, alita, y caminá para la cocina... A ver, muchachita, Andrea, dijo la señora, dirigiéndose a ésta, vení yo te señalo tu pieza, que por ahora será junto a mi alcoba, para que pongás allá tu ropita… * 118
* Juan José Botero No hubo que hacer; a tan obsequiosa gente nada se podía contrariar y Luisa, quedándose en cuerpo siguió para el horno, y las pandequeseras tras ella dando brincos de Contento... Misiá ignacia cogió por su cuenta a Andrea para iniciarla en los quehaceres de la casa; Camila le dió a la costura, anudando la interrumpida labor y todo volvió seguir su habitual orden en aquel hospitalario lugar. Por la tarde, Luisa, calculando la hora de no ser sorprendida por la noche, se despidió de “Guacimal”, dándole un cariñoso abrazo a Andrea, y con un sinnúmero “Dioselopague”, a la señora, por la buena acogida que daba a aquélla. Y, ¡qué feliz retornaba la viuda a su casa, dejando en seguridad a la débil pajarita! en nido ajeno, es cierto pero abrigado. XXVII Aprovechemos la seguridad de Andrea para dar un respiro, ya que hemos cobrado aliento, dejándola en “Guacimal”, libre de riesgos. en el ínterin, echemos una caminadita por otros trigales, a ver que hacen algunos de los viejos conocidos en esta historia, y qué es de su vida: Los padres de José Antonio, viejos y achacosos. Los de Matilde, muertos. el mayordomo Juan dando buenas cuentas, y por su buen manejo haciéndose rico a la sombra de tan buenos patrones. Y ya que vamos por estos lados diremos, que la casa de “san Pablo’ se conservaba en el mismo estado de como la conocimos al principio de esta narración, sin haberle cambiado un mueble, ni cortado un árbol del patio o llano fronterizo, ni echado por tierra la fatídica portada del camino real. Y ¡cómo! que hasta sus consejas corrían ya sobre esta habitación. Que como la camita en donde dormía filomena no se había tocado, encontrándose en el mismo estado de como se veía la tarde de la desgracia de “san Pablo”, las gentes supersticiosas contaban que, en las calladas horas de la noche, se interrumpía el silencio de aquellas soledades, con el dolorido llanto de un niño, llanto que salía del dormitorio en donde estaba la cama dicha. * 119
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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
A la señora, le decía:<br />
—Mire, misía María ignacia, aquí le traigo la muchachita, y no es porque<br />
usted a vea con ese aire de señora, la crea una paranada; usted verá y se persuadirá<br />
qué dócil y hacendosa es.<br />
A Carmen y Rosario:<br />
—Aquí vengo con Andrea, ya saben que no tiene más doliente que ustedes,<br />
a cuidármela mucho y a tratarla bien. Ahí les dejo esa compañerita.<br />
A los niños:<br />
—Vengan mis preciositos, acérquense a la muchachita, sin recelo y sean bien<br />
queriditos con ella, y usted Andrea, a manejarse con ellos, como lo ha hecho<br />
con los míos siempre.<br />
ultimamente volvió donde Camila, y así le habló:<br />
—Misiá Camila, usted que es tan bondadosa, duélase de esta huérfana. Al<br />
amparo de ustedes viene. No descuide darle algunas leccioncitas, que Dios se<br />
lo pagará. si viera usted lo que se afana por aprender y lo fácil que comprende<br />
todo. Yo en esto he hecho lo que he podido, pero... una pobre como yo, qué<br />
podrá enseñarle!, y ella que se me a<strong>del</strong>anta a todo lo que trato de explicarle.<br />
—No tenga cuidado, Luisa, que la trataremos muy bien, y si ella tiene buen<br />
manejo, no le pesará el haber entrado a esta casa…<br />
Terminadas las recomendaciones, la viuda se dirigió a la señora:<br />
—Ahora sí, Misiá María ignacia: ya se cumplieron mis deseos, vuelvo a<br />
recomendarle la niña… y eso que... yo no sé... parezco boba, hasta pesada me<br />
vuelvo, qué dirán que a mí qué me va ni qué me viene... pero es, señora, que la<br />
que es madre y vé rodando así una criatura... y de qué modo!... en fin, me voy<br />
complacida, perdonen tanta necedad y adiós!...<br />
—No, María Luisa, dijo doña lgnacia, eso sí no lo consiento, sin comer<br />
no te vas.<br />
—señora, ¡por Dios!; y mis muchachitos, y mi madre enferma…<br />
—Por lo mismo, hija, por lo mismo, para que les llevés algunas cositas a los<br />
muchachos y a Tomasa, y ver qué le mandamos a la pobre vieja Romana. Además,<br />
que Carmen y Rosario están con el enguando de hacer pandequeso. Ya tienen<br />
prendido el horno y me les vas a enseñar. Qué les va a suceder a tu niños. No<br />
hay remedio, quitate el pañuelón, alita, y caminá para la cocina...<br />
A ver, muchachita, Andrea, dijo la señora, dirigiéndose a ésta, vení yo te<br />
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