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Juan José Botero<br />
¡Ay! pero le lucía tanto aquel diablo de faja, como le lucía, el sombrero<br />
de paja italiana que también vino con ella de la correría por Amalfi, y que<br />
complementaba la hermosura y la gracia de aquella cabeza que, como dijimos,<br />
podía servir muy bien de mo<strong>del</strong>o, para el estudio <strong>del</strong> más <strong>del</strong>icado<br />
y exigente artista.<br />
si tal continente de niña no parecía que saliera <strong>del</strong> miserable cuchitril de<br />
“el Arenal”, y mucho menos para entrar de criada en una casa.<br />
¡Qué galanura, aquélla, con tan pobre atavío!<br />
XXVI<br />
es el caso que Andrea, con su inocencia, bondad, gracia y belleza, a<br />
“Guacimal” entró aquel día de fámula, presentada por Luisa.<br />
Pero, ¡qué fué aquello!.<br />
La llegada de “la niña”, se hizo una novedad en la casa de Don Nicolás,<br />
pues quién aguardaba “tamaño rollete”, como dijo el mulato salvador al verla.<br />
Misiá María ignacia la examinaba de pies a cabeza con mirada escudriñadora,<br />
buscando en ella... quién sabe qué; recogiendo el labio y meneando<br />
la cabeza, como quien dijera: “ésta tan blanquita y tan currutaca ¡ah! inútil<br />
que será”.<br />
Carmen y Rosario la rodearon, y hacían, viéndola, el inventario de tanta<br />
gracia y de tan poco atavio.<br />
Los chicos se le acercaban cariñosos y sin miedo, al ver aquel semblante<br />
tan angelical.<br />
Camila, con su juicio y aplomo ni la miraba con repulsión, ni le hacía buen<br />
pasaje, aguardando a ver qué casta de pájaro era la ex-maromera, para emitir<br />
concepto.<br />
Las obscuras sirvientas, negras libertas, e hijas de éstas, se asomaban, estrechándose<br />
unas contra otras, con aire bobalicón y de insulsa curiosidad, a conocer<br />
la clara sirvienta recién llegada.<br />
Luisa, que todo lo cogía al vuelo, aguardaba aquella novelería, y por hacerles<br />
menos embarazosa la llegada de Andrea, con todos hablaba, moviéndole a cada<br />
cual su resorte.<br />
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