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Lejos del nido

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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />

esas cosas de andar mostrando navaja y cuchillo... Y a una mujer sola... ¡valiente<br />

gracia, y con el miedo que yo tenía!<br />

—esas paraditas se le acaban, allá verá.... Déje que se amañen con usted en<br />

“Guacimal” y no hay cuidado.....<br />

Las dos mujeres permanecieron calladas por un rato, hasta que de pronto,<br />

Andrea, como saliendo de alguna reflexión, que le preocupara, dijo:<br />

—¡Ave María! ya yo me embobé aquí pensando, y quitándose el pañolón,<br />

volvió donde Luisa y le dijo:<br />

—A ver en que le ayudo mientras nos vamos.<br />

—Mire, mi hija, acábeme de pilar este maíz, yo arreglo el almuerzo en una<br />

carrerita.<br />

era de cajón, que con el refuerzo de la nueva y oficiosa cocinera, en un santiamén<br />

quedara hecho todo oficio en “Los Alticos”, y que por esto, a las nueve<br />

de la mañana, protectora y protegida partieran para “Guacimal”…<br />

Pero no las seguiremos en la marcha sin hablar un poco de la que iba a<br />

estrenarse aquel día de fámula.<br />

era una cosa así entre niña y adolescente; algo como una fruta pendiente<br />

todavía <strong>del</strong> árbol, que sin haber llegado a su madurez, sin provocar a cogerla, sí<br />

pedía a gritos que se cuidara; que todas las mañanas se revisara como se revisa<br />

la fruta, a ver si en la noche ha amarillado, no sea que por alguna omisión, en<br />

el día, le vaya a picotear algún pájaro.<br />

era un sol que apenas asomaba, allá a lo lejos, pálido y tibio, por entre nebulosos<br />

celajes, y más acá por en medio de las frondas y de los árboles, y altas<br />

yerbas que coronan la colina inmediata que a la vista tenemos.<br />

era el sol de la mañana.<br />

Pero el sol que pronto, muy pronto, se erguiría, se levantaría sobre un sereno<br />

cielo de hermosura incomparable para calentar, para quemar con sus ardientes<br />

rayos, quién sabe cuántas almas, ¡quién sabe cuantos corazones!<br />

Por supuesto, que en aquella vez, Andrea, arregló sus trajes con el gusto<br />

que en tan pocos, pero bien aprovechados días de mundo, había te<strong>nido</strong> con<br />

su inolvidable amiga Olivia, y le sentaban divinamente. A su abundante y<br />

rizada cabellera le hizo tal recogida, y con tanta gracia le sujetó con un lazo<br />

de cintas, que parecía aquello “Cabeza de estudio”. Ceñía su talle un cinturón<br />

de tafilete carmesí, regalo de la maromerita, tan corto, que a duras penas<br />

entraba el pasador de la hebilla en el primer punto, a pesar de la vuelta que<br />

el cinturón tenía que dar.<br />

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