Lejos del nido

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09.05.2013 Views

* Lejos del nido —Yo no sé tampoco, le contestó Andrea, sacando fuerzas de flaqueza, esas son cosas de mi madrina, dizque para ver si le ayudo en algo, con mi trabajo. —¡De su madrida, sí, mi cariazul; no dejarán de ser intrigas de aquella maldita mestiza la Villada… poro… eso, sí, me las paga la confiscada... Dirle a ella que pise muy blandito... —Como le digo, volvió Andrea, esto lo arregló mi madrina Romana, y mana Luisa apenas me va a llevar donde los Ruices. —Y, ¿allá cuánto os vais a estar busted, pues? —Yo no sé el arreglo de ella cual sería. —Y es que debemos dir pensando en aquel asunto de vosotros dos. —¿Cuál asunto?, preguntó Andrea, con el aire de inocencia más grande. —¡unjú!, gruñó isidoro, pues cómo es pues, güestro parecer, ya se piensan disimular con la cosa, y quieren empanturrar güestras palabras y edcemirse a lo convenido con mi padre y el dejunto de mi padrino Mateo? —¿Cómo?, dijo Andrea, conturbada y mirando a los lados como buscando una salida. —sí, te os haceis que no entendeis de güestras cosas ... esto es algún capricho nuevo suyo y ahora busted se viene haciendo de las nuevas.., pero ¡ajualá! algún zambo me quiera ventajiar, pa volvelo colador... —Pero por qué?, dijo Andrea cada vez más asustada. —sí, Por qué?... ya lo veí, porque parece que busted ya no quiereis cumplime la palabra de casamiento entre vosotros dos. —¡Qué palabra!, ni qué casamiento, si yo tan chiquita no estoy para eso. —Yo tampoco disijo que sea en el untual; pero es güeno dir preparando el asunto, y sobre todo no disisto del, y no la he de perder de vista a busted... y ¡cuenta con jugame alguna! porque ese día, si, nos acabamos vosotros dos, porque soy capaz de bebele la sangre al más caliente… y dirle a la Villada, que cuénta con los brinquitos, que no sea entrelucida… —si ella... como le dije… —sí, ojualá se oponga algún demonio, y por ésta, haciendo con los dedos una cruz y besándola, que me lo ginvio... es que tuavía no han visto a un zambo regase feo… ¡Húrria cusiacos del disierto!... —¡Ave María!, volvió ella, usted si que me hace dar miedo... —¡Qué, que queeeé! Y busted también pise muy blandito... Ya sabéis qué agüita le encharca. Que por más blanquita y jilática de guestra persona * 114

* Juan José Botero también le cabe güestro rasguño!... y a coger la cuesta jarretona!... eeeepria!... ¡Ah! pocos que saben del pan que se amasa en casa!... Y el indio se quedó hablando solo, pues Andrea se le escurrió dándole un lacónico adiós, siguiendo camino, a paso ligero y menudito, atisbando atrás como venado asustado por el cercano ladrar de un perro. isidoro, después que perdió de vista a Andrea, todavía gruñendo, hizo candela en su laboreado yesquero, encendió un grueso cigarro, llevó el canto de la ruana al hombro y volviendo al rasgueo de la vihuela siguió su marcha... Más muerta que viva llegó Andrea a “Los Alticos”, y en vista de su turbación, Luisa le dijo: —Qué fué, mi hija, que viene temblando? —¡Por Dios! que casi me muero de susto! —¡el indio isidoro, apuesto! —Como nó, en la cañada de “Los Piscuices” me lo encontré. —Y, qué le dijo, ese malvado, a mi muchachita? —¡Válgame la Virgen!... más amenazas... —se me propuso desde que oí allá en el alto esa guitarra que me mantiene en pecado... —Y lo bravo que está con usted, dizque por que usted anda en el cuento, que es la de la culpa de mi viaje para “Guacimal”, dizque trata de estorbarle… qué sé yo qué, conmigo. —¡Ah!, sí, el casamiento… se quisiera ese vagamundo... ni en un palito lo que ha de oler… —Y amenaza más con barbera. —Déjeló, mi hija, que diga lo que quiera. Gracias a Dios que no he sabido tener miedo más que al de arriba y a José, cuando vivía, después a nadie. —¡Ay!, mana Luisa, a bueno si yo fuera así de guapa. Qué le parece que cuando me encontré con isidoro, me dió el temblor de la muerte; se me secó la boca, y casi no podía contestarle... Me parece que me conoció el miedo. Y para eso que no sabía cómo decirle, casi que le digo isidorito. —¡Hijuel susto! —Y qué le hace?, ahora se va para “Guacimal”, y él allá sí no se atreve a arrimar ¡por bobo! —Vea, señora, lo que más me chocó de todo, fue esas palabras tan feas, ni aun en casa las he oído a mis padrinos, con ser que... ¡mi Dios me ampare!... Y * 115

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Juan José Botero<br />

también le cabe güestro rasguño!... y a coger la cuesta jarretona!... eeeepria!...<br />

¡Ah! pocos que saben <strong>del</strong> pan que se amasa en casa!...<br />

Y el indio se quedó hablando solo, pues Andrea se le escurrió dándole un<br />

lacónico adiós, siguiendo camino, a paso ligero y menudito, atisbando atrás<br />

como venado asustado por el cercano ladrar de un perro.<br />

isidoro, después que perdió de vista a Andrea, todavía gruñendo, hizo can<strong>del</strong>a<br />

en su laboreado yesquero, encendió un grueso cigarro, llevó el canto de la ruana<br />

al hombro y volviendo al rasgueo de la vihuela siguió su marcha...<br />

Más muerta que viva llegó Andrea a “Los Alticos”, y en vista de su turbación,<br />

Luisa le dijo:<br />

—Qué fué, mi hija, que viene temblando?<br />

—¡Por Dios! que casi me muero de susto!<br />

—¡el indio isidoro, apuesto!<br />

—Como nó, en la cañada de “Los Piscuices” me lo encontré.<br />

—Y, qué le dijo, ese malvado, a mi muchachita?<br />

—¡Válgame la Virgen!... más amenazas...<br />

—se me propuso desde que oí allá en el alto esa guitarra que me mantiene<br />

en pecado...<br />

—Y lo bravo que está con usted, dizque por que usted anda en el cuento,<br />

que es la de la culpa de mi viaje para “Guacimal”, dizque trata de estorbarle…<br />

qué sé yo qué, conmigo.<br />

—¡Ah!, sí, el casamiento… se quisiera ese vagamundo... ni en un palito lo<br />

que ha de oler…<br />

—Y amenaza más con barbera.<br />

—Déjeló, mi hija, que diga lo que quiera. Gracias a Dios que no he sabido<br />

tener miedo más que al de arriba y a José, cuando vivía, después a nadie.<br />

—¡Ay!, mana Luisa, a bueno si yo fuera así de guapa. Qué le parece que<br />

cuando me encontré con isidoro, me dió el temblor de la muerte; se me secó la<br />

boca, y casi no podía contestarle... Me parece que me conoció el miedo. Y para<br />

eso que no sabía cómo decirle, casi que le digo isidorito.<br />

—¡Hijuel susto!<br />

—Y qué le hace?, ahora se va para “Guacimal”, y él allá sí no se atreve a<br />

arrimar ¡por bobo!<br />

—Vea, señora, lo que más me chocó de todo, fue esas palabras tan feas, ni<br />

aun en casa las he oído a mis padrinos, con ser que... ¡mi Dios me ampare!... Y<br />

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