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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />
el chocolate no se hizo aguardar, y después de dar los últimos sorbos y<br />
de recibir de la señora, un “tabaquito de Ambalema”, de los especiales de su<br />
bolsillo, se despidió:<br />
—Ahora, sí, misiá María ignacia, hasta mañana que vuelva con la muchachita.<br />
Gracias por sus atenciones, y Dios le pague la buena obra de recibirla en<br />
su casa, a ver si la salvamos. Otra vez se la recomiendo.<br />
—No hay cuidado, Luisa, por mí, en ella está.<br />
—A las niñas, que adiós.<br />
—Les daré la razón.<br />
Luisa que no cabía en el cuerpo de contenta, lanzando unas soberbias bocanadas<br />
de humo, que a aquella hora de la tarde se espesa, caminaba a paso largo,<br />
y llegando a la casa abrazó a su madre, a sus hijos y a Andrea, feliz, felicísima<br />
porque iba a poner a “su niña”, al abrigo de la miseria, <strong>del</strong> hambre, <strong>del</strong> baladrón<br />
y canalla de isidoro, y quién sabe de cuántos otros riesgos que amenazaban a la<br />
que tan linda, tan graciosa y tan huérfana, entraba ya en la peligrosa edad de las<br />
vírgenes; en aquella castísima adolescencia que se le venía encima, sin hallarse<br />
bien preparada para luchar con un mundo, o ambiente mejor dicho, de inmunda<br />
pestilencia que le rodeaba.<br />
Y la niña tan sola!<br />
si, casi sola! porque no tenía más amparo que a Dios en el cielo, y en la<br />
tierra a Luisa.<br />
ella, la cándida avecilla careciendo de las amorosas alas de una madre,<br />
para que le abrigaran, para que le escudaran de la lluvia, para que le defendieran<br />
de la horrible tormenta que sobre ella se cernía y bramaba ya, y, ¡tan<br />
lejos <strong>del</strong> <strong>nido</strong>!<br />
XXV<br />
Cuando Luisa llegó a “Los Alticos”, aquella tarde, ya las gallinas se andaban<br />
rodeando el gallinero y aun algunas iban horquetas arriba, picoteándose y con<br />
aquel especial cacareito entredientes, o mejor dicho, entre picos propios de la<br />
hora y <strong>del</strong> lugar.<br />
Andrea, incitada por Luisa, corrió a “el Arenal”, a hacer el arreglo de su<br />
equipaje, que a la verdad era de poca monta.<br />
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