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Lejos del nido

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<strong>Lejos</strong> <strong>del</strong> <strong>nido</strong><br />

miedo de isidoro y además por retirarse de “el Arenal”, que tanta contrariedad<br />

le infundía; pero sin dejar de contristarse por la separación de Luisa, y el temor<br />

de entrar a servir a gentes tan desconocidas para ella, que de seguro serían trabajosas<br />

y exigentes, cuanto bisoña y poco hábil la sirvienta.<br />

Luisa dió de comer temprano y dándose unos pases con la mano, por esos<br />

hermosos cabellos, arrebujándose en su negro palañón y calándose el blanco<br />

sombrero que tan bien le sentaba, tomó gallardamente el camino de “Guacimal”.<br />

A poco, con su apresurado paso, salvó la distancia de su casa a la de Don<br />

Nicolás, y como en ésta le conocían hasta los bravos mastines de la hacienda,<br />

sin tener que gritar de lejos el “véame los perros”, de todo campesino, llegó<br />

dirigiéndose a la señora de aquel cacicazgo, le dijo:<br />

—Buenas tardes, misiá María ignacia.<br />

—Buenas tardes, Luisa, le contestó secamente la cacica, entrá alita.<br />

—Gracias, mi señora, ya estoy adentro.<br />

—Qué hay por tu casa, Luisa?, Tomasita y los muchachitos?...<br />

—A mi madre no le faltan dolencias, los muchachos, así... así... Y, ¿por<br />

aquí? mi señora?<br />

—Todos bien, Luisa; Nicolás en “el Puerto”, Luciano en Me<strong>del</strong>lín en su<br />

estudio, y la menudencia, por allá adentro recibiendo las lecciones de Camila.<br />

—Así por gusto, misiá María ignacia, con el maestro en la casa.<br />

—sí, hijita, muy cierto, y con Camila que es tan facultativa para esto.<br />

—¡Ave María!, es mucha complacencia para ud.<br />

—Mucha, Luisa, mucha; pero siempre hay que dar tantas vueltas en el<br />

arreglo de la casa, y esas me tocan a mí: por una parte, no me gusta distraer a<br />

los muchachos <strong>del</strong> estudio, y por otra que estas zungas son tan brutas...<br />

—Pues... sí, señora… vea... a usted lo que le hace falta es una sirvienta, de<br />

desempeño como....<br />

Aquí Luisa le habló de Andrea, <strong>del</strong> servicio que le podía prestar viniendo<br />

a su casa, pintándosela con los colores <strong>del</strong> arco iris; refiriéndole, eso sí, su historia,<br />

hasta donde alcanzaba a conocerla, porque ella no andaba con tapujos;<br />

sin ocultarle lo <strong>del</strong> indio isidoro, manifestándole, por último y francamente, el<br />

objeto de la visita.<br />

Doña María ignacia echeverri y Marulanda de Ruiz, la esposa de Don<br />

Nicolás Ruiz Restrepo, con aquellas campanillas de rancias aberraciones<br />

solariegas y con el celo por el buen orden de la casa, dobló el ceño cuando<br />

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