Lejos del nido

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09.05.2013 Views

* Lejos del nido comercio”, como él decía, o para Manizales a traer cacao, amén de la yeguada, vacada y ovejería que daban a su dueño muy buenos rendimientos en dinero, y tal abastecimiento en la casa, que allí no se tenia ni siquiera noticias de aquel traicionero y cobarde enemigo del pobre que se llamaba el hambre. Debiendo advertir, eso sí, que la despensa de don Nicolás, siempre estaba a disposición del necesitado, pues todo el que, venciendo el miedo a dos grandes mastines que cuidaban la casa de “Guacimal”, se acercaba a ella en busca de una limosna, podía contar con que volvía a su hogar bien alimentado y cargado de granos... La casa de la hacienda era de tapias y tejas, de piezas espaciosas; los muebles en parte, se reducían a sillas de brazos forrados en vaqueta, con bajos relieves en el respaldo y asiento representando grotescamente: una corrida de toros; el desembarco de Colón en Guanahaní; algún desafío a espada entre dos fidalgos, y algo más por ese estilo, alusivo a la vieja españa; grandes y pesados escaños, a la rústica, con el barniz del uso en largos tiempos; mesas, camas, canceles y escaparates de la misma fábrica de los escaños, muchos cuadros místicos al óleo, ya de un color achocolatado, prendidos a la pared, lo más antiartistícamente posible, notándose, en medio de ellos, el retrato de un sacerdote, hermano del abuelo de don Nicolás, que fué algo así como obispo de santafé de Bogotá, o de Quito, y que murió, dizque en olor de santidad o “güeliendo a santo” como decía su sobrino, enseñando el cuadro con suma satisfacción. se advierte que si algunas habitaciones se conservaban así, por capricho, tradición o veneración al pasado, en la casa había departamentos reformados y al orden del día, arreglados por los hijos de don Nicolás, que iban levantando en usos modernos. Además tenía la casa en sus inmediaciones corrales atestados de aves domésticas, y otros para el encierro de terneros y para ordeñar las más hermosas y lecheras vacas conocidas a muchas leguas a la redonda, como las mejores. La familia de don Nicolás se componía de esposa, doña María ignacia echeverri y Marulanda, y varios hijos, entre ellos Camila, la mayor, hermosa y gallarda campesina; alta de cuerpo; ondeado y azabachado el cabello; color moreno pálido; ojos negros, con relampagueos y tempestades, aun en pleno verano, y unos labios… de besar a toda hora, y luégo, señor tal cuerpo, con tan suave cimbreo que a su lado se verían rígidas una culebra en sus andares y una bandera desplegada al viento... en fin, era Camila un conjunto enloquecedor. * 104

* Juan José Botero esta niña, después de estudiar con aplicación en Rionegro, al cuidado de la virtuosa señora, de quien fueron discípulas por mucho tiempo las más encantadoras niñas, lo más granado de la sociedad rionegrera, tornó al lado de sus padres, con una buena instrucción para todo lo que es necesario a nuestras matronas antioqueñas. seguía a Camila, Luciano; joven bien musculado, buen mozo, simpático, corredor a caballo y picador de buenas bestias; generoso con toda la extensión de la palabra. Tan para todo era Luciano, que tan pronto lo veía uno en oficios de labranza, a pie descalzo, dirigiendo trabajos y peones, como adiestrando un buen potro, con los atavíos de montar de un sabanero, o bien, con fino vestido de paño, hecho un delicado y cortés cachaco. Cuando iban desarrollándose los sucesos que venimos narrando, hacía algún tiempo que Luciano se encontraba en Medellín, interno en un colegio, consagrado de tal suerte al estudio, que sus compañeros se hacían leguas, hablando de él, por su aplicación y adelantos. seguían a Luciano dos niñas, Carmen y Rosario, que aunque pequeñas, dejaban adivinar una hermosura como la de Camila. si había otros pequeños, no hay necesidad de tocar con ellos, por ahora, como la hay de presentar, siquiera sea a grandes brochazos, la matrona de la casa, doña María ignacia echeverri y Marulanda de Ruiz: …“sobra nombre, o falta lápida” era esta señora, entrada en años, pero todavía hermosa; blanca; llena de carnes; facciones aristocráticas; cuerpo alto; mirar despreciativo y lenguaje idem; todos para ella, “unos zambos”; amiga de hacer su voluntad; más sentenciosa que la Corte suprema; entremetida y averiguadora de vidas ajenas, más por hábito y como pasatiempo, que con dañadas intenciones, pues el fondo de misiá María ignacia era de orito puro. Tan fanfarrona señora se hacía obedecer en la casa con la mirada, y como a ella nadie le chistaba o contradecía, pocas veces tenía que hacer uso de un ramal de rejo, que enlazaba al chumbe, y que a la verdad no lo cargaba por lujo; caritativa y servicial, como ninguna… Por lo demás, la casa de “Guacimal”, era “de cadena”, como se decía en los pasados tiempos: en ella se madrugaba mucho, de tal manera, que ninguno de sus moradores, en vida de don Nicolás, llegó a oír, por la mañana desde la cama, el canto de la mirla, y mucho menos el del cucarachero. Donde al romper el día * 105

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Juan José Botero<br />

esta niña, después de estudiar con aplicación en Rionegro, al cuidado de<br />

la virtuosa señora, de quien fueron discípulas por mucho tiempo las más encantadoras<br />

niñas, lo más granado de la sociedad rionegrera, tornó al lado de<br />

sus padres, con una buena instrucción para todo lo que es necesario a nuestras<br />

matronas antioqueñas.<br />

seguía a Camila, Luciano; joven bien musculado, buen mozo, simpático,<br />

corredor a caballo y picador de buenas bestias; generoso con toda la extensión<br />

de la palabra. Tan para todo era Luciano, que tan pronto lo veía uno en oficios<br />

de labranza, a pie descalzo, dirigiendo trabajos y peones, como adiestrando un<br />

buen potro, con los atavíos de montar de un sabanero, o bien, con fino vestido<br />

de paño, hecho un <strong>del</strong>icado y cortés cachaco.<br />

Cuando iban desarrollándose los sucesos que venimos narrando, hacía algún<br />

tiempo que Luciano se encontraba en Me<strong>del</strong>lín, interno en un colegio, consagrado<br />

de tal suerte al estudio, que sus compañeros se hacían leguas, hablando<br />

de él, por su aplicación y a<strong>del</strong>antos.<br />

seguían a Luciano dos niñas, Carmen y Rosario, que aunque pequeñas,<br />

dejaban adivinar una hermosura como la de Camila.<br />

si había otros pequeños, no hay necesidad de tocar con ellos, por ahora,<br />

como la hay de presentar, siquiera sea a grandes brochazos, la matrona de la<br />

casa, doña María ignacia echeverri y Marulanda de Ruiz:<br />

…“sobra nombre, o falta lápida”<br />

era esta señora, entrada en años, pero todavía hermosa; blanca; llena de<br />

carnes; facciones aristocráticas; cuerpo alto; mirar despreciativo y lenguaje idem;<br />

todos para ella, “unos zambos”; amiga de hacer su voluntad; más sentenciosa que<br />

la Corte suprema; entremetida y averiguadora de vidas ajenas, más por hábito y<br />

como pasatiempo, que con dañadas intenciones, pues el fondo de misiá María<br />

ignacia era de orito puro. Tan fanfarrona señora se hacía obedecer en la casa<br />

con la mirada, y como a ella nadie le chistaba o contradecía, pocas veces tenía<br />

que hacer uso de un ramal de rejo, que enlazaba al chumbe, y que a la verdad<br />

no lo cargaba por lujo; caritativa y servicial, como ninguna…<br />

Por lo demás, la casa de “Guacimal”, era “de cadena”, como se decía en los<br />

pasados tiempos: en ella se madrugaba mucho, de tal manera, que ninguno de<br />

sus moradores, en vida de don Nicolás, llegó a oír, por la mañana desde la cama,<br />

el canto de la mirla, y mucho menos el <strong>del</strong> cucarachero. Donde al romper el día<br />

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