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Pero, momentos antes, uno de los fugitivos había contado a Waziri el escalofriante<br />

asesinato de la esposa del anciano jefe y éste se hallaba en un estado tal de rabiosa<br />

exaltación que lanzó a los cuatro vientos toda prudencia. Convocó a sus guerreros,<br />

ordenó el asalto inmediato y el reducido contingente de poco más de cien hombres se<br />

precipitó demencialmente hacia las puertas de la aldea. Pero antes de que hubiesen<br />

llegado a la mitad del calvero, los árabes abrieron fuego desde la empalizada.<br />

Waziri cayó en la primera de aquellas mortíferas descargas. El ímpetu y la carrera de<br />

los asaltantes se redujeron. Otra descarga abatió a media docena más. Sólo unos cuantos<br />

consiguieron alcanzar los atrancados portones... para caer allí, sin contar con la más leve<br />

sombra de posibilidad de franquear la empalizada. El ataque se desintegró y los<br />

guerreros supervivientes huyeron cada uno por su lado a refugiarse en la selva.<br />

Una vez pusieron en fuga a los guerreros, los invasores abrieron las puertas y salieron<br />

en su persecución, para concluir la tarea de la jornada con el exterminio total de la tribu.<br />

Tarzán estuvo entre los últimos que volvieron al bosque y ahora, mientras se retiraba sin<br />

demasiada prisa, hacía un alto de vez en cuando para dar media vuelta y agujerear con<br />

una flecha certera el cuerpo de un perseguidor.<br />

Ya en el interior de la jungla, encontró un puñado de guerreros que esperaban<br />

concentrados allí, firmemente resueltos a plantar batalla a la horda de árabes y<br />

manyuemas, pero Tarzán les ordenó a gritos que se dispersaran y procurasen seguir<br />

ilesos hasta que cayera la oscuridad. Entonces se podrían reunir y formar una buena<br />

partida combatiente.<br />

-Haced lo que os digo -insistió- y os conduciré a la victoria sobre esos enemigos<br />

vuestros. Diseminaos por el bosque, ir avisando a todos los que encontréis y cuando<br />

llegue la noche, si receláis que os ha seguido alguien, despistadlo dando un rodeo y<br />

dirigíos al lugar donde hemos matado hoy a los elefantes. Entonces os explicaré mi plan<br />

y comprobaréis que puede dar resultado. No tenéis ni la más remota esperanza de salir<br />

bien librados si os enfrentáis con vuestras escasas fuerzas y vuestras simples armas a las<br />

armas de fuego y a la aplastante superioridad numérica de los árabes y manyuemas.<br />

Accedieron por fin los negros.<br />

-Cuando os desperdiguéis -concluyó Tarzán-, vuestros enemigos también se<br />

desperdigarán para perseguiros, lo que os permitirá matar a muchos manyuemas con<br />

vuestras flechas, si, ocultos en las ramas de algunos grandes árboles, los tenéis bien<br />

localizados.<br />

Apenas dispusieron de tiempo para perderse de vista adentrándose más en la selva<br />

antes de que los primeros incursores llegasen al claro y continuaran la persecución por<br />

la arboleda.<br />

Tarzán cubrió a pie un corto trecho antes de saltar a los árboles. Luego ascendió<br />

rápidamente al nivel superior de la enramada y emprendió veloz regreso al poblado. Se<br />

encontró allí con que prácticamente todos los árabes y manyuemas se habían lanzado a<br />

la persecución y que, en consecuencia, la aldea estaba desierta, con la salvedad de los<br />

prisioneros encadenados y de un solo centinela de guardia.<br />

Éste se apostaba en el abierto portón de la aldea y dirigía la vista hacia la jungla, por<br />

lo que no pudo ver al ágkl gigante que aterrizó en el extremo de la calle, al fondo del<br />

poblado. Tenso el arco, Tarzán se fue acercando subrepticiamente al confiado centinela.<br />

Los prisioneros ya habían advertido la presencia de Tarzán y sus ojos rebosaban<br />

admiración y esperanza mientras contemplaban a su presunto libertador. Tarzán se<br />

detuvo a menos de diez pasos del desprevenido manyuema. La flecha ocupó su lugar en<br />

el arco, al nivel de los agudos ojos grises, cuya mirada se deslizó a lo largo de la<br />

pulimentada superficie del astil. La flecha salió disparada repentinamente, cuando los<br />

dedos soltaron la tensa cuerda del arco y, sin emitir un gemido, el centinela se desplomó

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