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maravillosa celeridad que ni siquiera la aguda vista de Tantor pudiera percibir sus<br />

movimientos cuando entrasen en acción.<br />

Y ocurrió así que antes de que el proboscidio se percatara de que su nuevo adversario<br />

se había quitado de su camino mediante un prodigioso salto, Tarzán ya había clavado su<br />

lanza con punta de hierro detrás de la maciza paletilla del elefante, hundiéndola hasta su<br />

corazón. Y el imponente animal se derrumbó, sin vida, a los pies del hombre-mono.<br />

Busuli no vio la forma en que se había librado de aquel apuro, pero Waziri, el anciano<br />

jefe, sí lo había contemplado de principio a fin, lo mismo que varios de los demás<br />

guerreros. Todos vitorearon a Tarzán y se agruparon a su alrededor, entre felicitaciones<br />

y gritos de júbilo por aquella monumental pieza. Cuando el hombre-mono se subió al<br />

cadáver y lanzó al aire el extraño alarido que anunciaba una gran victoria, los negros<br />

retrocedieron, encogidos de miedo, porque para ellos aquel grito era casi idéntico al del<br />

brutal Bolgani, al que temían tanto como a Numa, el león. A tal temor se incorporaba<br />

cierto acatamiento reverencia) hacia aquel ser con aspecto humano al que atribuían<br />

poderes sobrenaturales.<br />

Pero cuando Tarzán bajó la cabeza y les sonrió, los guerreros recobraron la<br />

tranquilidad, aunque seguían desconcertados. No acababan de comprender a aquella<br />

curiosa criatura que se trasladaba por los árboles con la misma rapidez que Manu y, sin<br />

embargo, lo suyo, lo natural para él era el suelo, el mismo medio natural de ellos: un ser<br />

que, aparte el color de la piel,<br />

era como cualquier hombre de la tribu y, no obstante, estaba dotado de una fuerza diez<br />

veces superior a la de cualquier miembro de la tribu y capaz de enfrentarse a cuerpo<br />

limpio con los más feroces pobladores de la jungla salvaje.<br />

Una vez reunidos todos los guerreros se reanudó la cacería y se inició de nuevo el<br />

acoso del rebaño, que había emprendido la retirada. Pero apenas habían cubierto un<br />

centenar de metros cuando resonó a su espalda, a gran distancia, una extraña sucesión<br />

de detonaciones.<br />

Durante unos instantes todos se quedaron inmóviles, como un grupo de estatuas,<br />

mientras escuchaban con toda su atención. Por último, Tarzán dijo:<br />

-Armas de fuego. Están atacando la aldea.<br />

-¡Vamos! -arengó Waziri-. ¡Los saqueadores árabes han vuelto con sus esclavos<br />

antropófagos para robarnos nuestro marfil y llevarse a nuestras mujeres!<br />

XVI Los saqueadores de marfil<br />

Los guerreros de Waziri echaron a correr a través de la selva, en dirección a su aldea.<br />

Durante unos minutos, el estampido de las descargas de fusilería los incitó a<br />

apresurarse, pero los disparos fueron espaciándose, hasta quedar reducidos a alguna que<br />

otra detonación esporádica para, por último, cesar completamente. El silencio no resultó<br />

menos ominoso que el tiroteo anterior, porque indicaba a la pequeña patrulla que acudía<br />

al rescate que la escasamente guarnecida aldea había sucumbido bajo la superioridad de<br />

las fuerzas atacantes.<br />

Los cazadores que regresaban apresuradamente al poblado habían recorrido cinco de<br />

los ocho kilómetros que al principio les separaban de la aldea cuando encontraron los<br />

primeros fugitivos que habían logrado escapar a los proyectiles y a las garras del<br />

enemigo. En el grupo figuraban una docena de mujeres y jóvenes de ambos sexos; su<br />

excitación era tal que apenas se hicieron entender cuando intentaron relatar a Waziri la<br />

catástrofe que se acababa de abatir sobre su pueblo.<br />

-Hay tantos como hojas en el bosque -exclamó una de las mujeres para explicar los<br />

efectivos de las fuerzas enemigas-. Hay muchos árabes y los manyuemas son<br />

incontables. Y todos tienen rifles. Se arrastraron cuerpo a tierra hasta muy cerca de la<br />

aldea antes de que nos diéramos cuenta de lo que estaba ocurrien-

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