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llevaba muchos objetos de metal amarillo. La punta de sus lanzas era de ese metal, lo<br />

mismo que la de las flechas, y guisaban en vasijas hechas de metal macizo, como mi<br />

brazalete.<br />

»Vivían en un poblado muy grande, de chozas de piedra y rodeado por una muralla<br />

alta. Eran de una fiereza terrible, tanto que se lanzaron a la carga sobre nuestros<br />

guerreros, sin molestarse en preguntar si llegaban en son de paz. Nuestros hombres eran<br />

escasos en número, pero se hicieron fuertes en lo alto de un monte rocoso y resistieron<br />

hasta que se puso el sol y los feroces individuos se retiraron a su maldito poblado.<br />

Nuestros guerreros bajaron entonces del monte y, después de recoger muchos adornos<br />

de metal amarillo, arrancándoselos a los cuerpos de los que habían muerto en el<br />

combate, abandonaron el valle, regresaron aquí y ninguno de nosotros ha vuelto a aquel<br />

sitio.<br />

»Son un pueblo de gente mala..., ni blancos como tú ni negros como yo, pero<br />

recubiertos de pelo como Boigani, el gorila. Sí, verdaderamente son individuos de lo<br />

peor y Chowambi se alegró de marcharse de su territorio.<br />

-¿Y no vive ninguno de los que estaban con Chowambi?, ¿vieron a aquellos seres<br />

extraños y su maravilloso poblado? -preguntó Tarzán.<br />

-Waziri, nuestro jefe, estuvo allí -respondió Busuli-. Era muy joven por entonces, pero<br />

acompañó a Chowambi, que era su padre.<br />

Así que Tarzán interrogó aquella noche a Waziri y Waziri, un hombre ahora muy<br />

anciano, dijo que fue una marcha muy larga, pero que el camino no era dificil de<br />

recorrer. Lo recordaba muy bien.<br />

-Seguimos durante diez días el curso del río que pasa junto a nuestra aldea.<br />

Marchamos contra corriente, hacia su nacimiento, y en la décima jornada llegamos a<br />

una fuentecilla que brotaba en la parte superior de la ladera de una montaña muy alta.<br />

Ese manantial es el nacimiento de nuestro río. Al día siguiente franqueamos la montaña<br />

y en la vertiente del otro lado encontramos un arroyuelo que seguimos hasta llegar a un<br />

gran bosque. Avanzamos durante muchos días siguiendo la serpenteante orilla del<br />

arroyo, luego se convirtió en río que finalmente desembocó en otro río mayor, el cual se<br />

deslizaba por el centro de un valle enorme.<br />

»Luego continuamos aguas arriba de este último río, con la esperanza de llegar a<br />

terreno abiertó. Al cabo de veinte jornadas de marcha, contando a partir del día que<br />

franqueamos las montañas y abandonamos nuestro país, tropezamos con otra sierra.<br />

Subimos por su ladera, siempre en paralelo al río, que por entonces había menguado<br />

hasta quedar reducido a un arroyo. Llegamos a una pequeña caverna, situada cerca de la<br />

cima de la montaña. En esa cueva estaba la madre del río.<br />

»Recuerdo que acampamos allí aquella noche y que hacía mucho frío, porque era una<br />

montaña muy alta. Al día siguiente decidimos subir a la cumbre, ver qué clase de<br />

territorio había al otro lado y comprobar su<br />

aspecto. Si no parecía mejor que el que acabábamos de atravesar, regresaríamos a<br />

nuestra aldea y diríamos a nuestra gente que ya tenían el mejor lugar del mundo para<br />

vivir.<br />

»De modo que trepamos por los escalamientos de peñascos hasta la cima y allí, desde<br />

la meseta que coronaba la montaña contemplamos, no muy abajo, un valle poco<br />

profundo y bastante estrecho, al fondo del cual había un gran poblado de piedra, muchas<br />

de cuyas construcciones se habían desmoronado o estaban en trance de derrumbarse.<br />

El resto de la historia de Waziri era prácticamente el mismo que ya había relatado<br />

Busuli.<br />

-Me gustaría ir allí y ver esa extraña ciudad -dijo Tarzán-. Y arrebatar algo de ese<br />

metal amarillo a sus feroces habitantes.

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