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09.05.2013 Views

su primitiva sociedad tribal. Se enteró de que no eran caníbales y que miraban con desprecio y repugnancia a los hombres que comían hombres. Busuli, el guerrero al que había seguido hasta la aldea, le contó diversas leyendas de la tribu; que su pueblo había llegado allí muchos años antes, tras infinidad de largas jornadas de marcha, desde el norte; que hubo un tiempo en que constituían una tribu grande y poderosa; que los cazadores de esclavos, con sus mortíferos palos de fuego, hicieron tales estragos entre la tribu que ésta quedó reducida a una ínfima parte de su población inicial, entonces incalculable y pujante. -Nos cazaban como si fuéramos animales salvajes -explicó Busuli-. No tenían misericordia de nosotros. Y cuando no buscaban esclavos, era marfil, aunque generalmente querían ambas cosas. Mataban a nuestros hombres y se llevaban a nuestras mujeres como si fueran rebaños de ovejas. Les combatimos durante años y años, pero nuestras flechas y venablos no podían competir con los palos que escupen fuego, plomo y muerte, y lo lanzaban hasta una distancia que no podían alcanzar las flechas ni los venablos de nuestros guerreros más fuertes. Por fin, siendo mi padre joven, los árabes se presentaron una vez más, pero nuestros guerreros los divisaron cuando aún estaban lejos y Chowambi, que entonces era el jefe, dijo a su pueblo que recogieran todas sus cosas y se fueran con él..., que los conduciría hacia el sur hasta donde encontrase un lugar al que los saqueadores árabes nunca llegarían. »Y obedecieron a Chowambi, tomaron sus pertenencias, incluidos muchos colmillos de marfil, y emprendieron la marcha. Anduvieron errantes durante largos meses, sufriendo infinidad de penalidades y privaciones, ya que buena parte del camino lo tenían que hacer a través de la espesa selva o franqueando montañas altas y abruptas, pero finalmente llegaron a este lugar, y aunque destacaron patrullas de exploración en busca de algún paraje mejor que éste, no localizaron ninguno. -¿Y los incursores árabes no os han encontrado aquí? -preguntó Tarzán. -Hace cosa de un año una pequeña partida de árabes y manyuemas se nos echó encima, pero reaccionamos bien y los pusimos en fuga. Matamos a unos cuantos. Les perseguimos durante varios días, acosándolos como se acosa a las fieras salvajes, que es lo que son. Los fuimos liquidando uno por uno, pero un puñado de ellos lograron escapar. Al tiempo que refería su historia, Busuli acariciaba el grueso brazalete de oro macizo que rodeaba su brazo izquierdo. Los ojos de Tarzán se habían posado en aquel adorno, pero la cabeza estaba en otra parte. Sin embargo, en aquel momento recordó la pregunta que trató de formular el día que llegó a la tribu, la pregunta que entonces no consiguieron entenderle. Durante las semanas transcurridas se olvidó de algo tan baladí como el oro, porque dedicó ese tiempo a ser un hombre primitivo cuyo pensamiento se centraba en el presente, sin alargarse hasta el mañana. No obstante, ver de pronto aquel oro despertó la civilización dormida en su interior y le recordó la existencia de algo llamado codicia. Aquella lección del ansia de riqueza Tarzán la había aprendido bien en su breve experiencia de los estilos de vida del hombre civilizado. Sabía que el oro significaba placer y poder. Señaló el brazalete. -¿De dónde sale ese metal amarillo, Busuli? -preguntó. El guerrero señaló hacia el sureste. -A una luna de marcha... tal vez un poco más lejos -respondió. -¿Has estado allí? -quiso saber Tarzán. -No, pero algunos de nuestro pueblo fueron hace años, cuando mi padre era aún joven. Una de las expediciones que salieron en busca de un lugar más apropiado para que se estableciera la tribu, poco después de que llegasen aquí, encontró un pueblo extraño que

llevaba muchos objetos de metal amarillo. La punta de sus lanzas era de ese metal, lo mismo que la de las flechas, y guisaban en vasijas hechas de metal macizo, como mi brazalete. »Vivían en un poblado muy grande, de chozas de piedra y rodeado por una muralla alta. Eran de una fiereza terrible, tanto que se lanzaron a la carga sobre nuestros guerreros, sin molestarse en preguntar si llegaban en son de paz. Nuestros hombres eran escasos en número, pero se hicieron fuertes en lo alto de un monte rocoso y resistieron hasta que se puso el sol y los feroces individuos se retiraron a su maldito poblado. Nuestros guerreros bajaron entonces del monte y, después de recoger muchos adornos de metal amarillo, arrancándoselos a los cuerpos de los que habían muerto en el combate, abandonaron el valle, regresaron aquí y ninguno de nosotros ha vuelto a aquel sitio. »Son un pueblo de gente mala..., ni blancos como tú ni negros como yo, pero recubiertos de pelo como Boigani, el gorila. Sí, verdaderamente son individuos de lo peor y Chowambi se alegró de marcharse de su territorio. -¿Y no vive ninguno de los que estaban con Chowambi?, ¿vieron a aquellos seres extraños y su maravilloso poblado? -preguntó Tarzán. -Waziri, nuestro jefe, estuvo allí -respondió Busuli-. Era muy joven por entonces, pero acompañó a Chowambi, que era su padre. Así que Tarzán interrogó aquella noche a Waziri y Waziri, un hombre ahora muy anciano, dijo que fue una marcha muy larga, pero que el camino no era dificil de recorrer. Lo recordaba muy bien. -Seguimos durante diez días el curso del río que pasa junto a nuestra aldea. Marchamos contra corriente, hacia su nacimiento, y en la décima jornada llegamos a una fuentecilla que brotaba en la parte superior de la ladera de una montaña muy alta. Ese manantial es el nacimiento de nuestro río. Al día siguiente franqueamos la montaña y en la vertiente del otro lado encontramos un arroyuelo que seguimos hasta llegar a un gran bosque. Avanzamos durante muchos días siguiendo la serpenteante orilla del arroyo, luego se convirtió en río que finalmente desembocó en otro río mayor, el cual se deslizaba por el centro de un valle enorme. »Luego continuamos aguas arriba de este último río, con la esperanza de llegar a terreno abiertó. Al cabo de veinte jornadas de marcha, contando a partir del día que franqueamos las montañas y abandonamos nuestro país, tropezamos con otra sierra. Subimos por su ladera, siempre en paralelo al río, que por entonces había menguado hasta quedar reducido a un arroyo. Llegamos a una pequeña caverna, situada cerca de la cima de la montaña. En esa cueva estaba la madre del río. »Recuerdo que acampamos allí aquella noche y que hacía mucho frío, porque era una montaña muy alta. Al día siguiente decidimos subir a la cumbre, ver qué clase de territorio había al otro lado y comprobar su aspecto. Si no parecía mejor que el que acabábamos de atravesar, regresaríamos a nuestra aldea y diríamos a nuestra gente que ya tenían el mejor lugar del mundo para vivir. »De modo que trepamos por los escalamientos de peñascos hasta la cima y allí, desde la meseta que coronaba la montaña contemplamos, no muy abajo, un valle poco profundo y bastante estrecho, al fondo del cual había un gran poblado de piedra, muchas de cuyas construcciones se habían desmoronado o estaban en trance de derrumbarse. El resto de la historia de Waziri era prácticamente el mismo que ya había relatado Busuli. -Me gustaría ir allí y ver esa extraña ciudad -dijo Tarzán-. Y arrebatar algo de ese metal amarillo a sus feroces habitantes.

su primitiva sociedad tribal. Se enteró de que no eran caníbales y que miraban con<br />

desprecio y repugnancia a los hombres que comían hombres.<br />

Busuli, el guerrero al que había seguido hasta la aldea, le contó diversas leyendas de la<br />

tribu; que su pueblo había llegado allí muchos años antes, tras infinidad de largas<br />

jornadas de marcha, desde el norte; que hubo un tiempo en que constituían una tribu<br />

grande y poderosa; que los cazadores de esclavos, con sus mortíferos palos de fuego,<br />

hicieron tales estragos entre la tribu que ésta quedó reducida a una ínfima parte de su<br />

población inicial, entonces incalculable y pujante.<br />

-Nos cazaban como si fuéramos animales salvajes -explicó Busuli-. No tenían<br />

misericordia de nosotros. Y cuando no buscaban esclavos, era marfil, aunque<br />

generalmente querían ambas cosas. Mataban a nuestros hombres y se llevaban a<br />

nuestras mujeres como si fueran rebaños de ovejas. Les combatimos durante años y<br />

años, pero nuestras flechas y venablos no podían competir con los palos que escupen<br />

fuego, plomo y muerte, y lo lanzaban hasta una distancia que no podían alcanzar las<br />

flechas ni los venablos de nuestros guerreros más fuertes. Por fin, siendo mi padre<br />

joven, los árabes se presentaron una vez más, pero nuestros guerreros los divisaron<br />

cuando aún estaban lejos y Chowambi, que entonces era el jefe, dijo a su pueblo que<br />

recogieran todas sus cosas y se fueran con él..., que los conduciría hacia el sur hasta<br />

donde encontrase un lugar al que los saqueadores árabes nunca llegarían.<br />

»Y obedecieron a Chowambi, tomaron sus pertenencias, incluidos muchos colmillos<br />

de marfil, y emprendieron la marcha. Anduvieron errantes durante largos meses,<br />

sufriendo infinidad de penalidades y privaciones, ya que buena parte del camino lo<br />

tenían que hacer a través de la espesa selva o franqueando<br />

montañas altas y abruptas, pero finalmente llegaron a este lugar, y aunque destacaron<br />

patrullas de exploración en busca de algún paraje mejor que éste, no localizaron<br />

ninguno.<br />

-¿Y los incursores árabes no os han encontrado aquí? -preguntó Tarzán.<br />

-Hace cosa de un año una pequeña partida de árabes y manyuemas se nos echó<br />

encima, pero reaccionamos bien y los pusimos en fuga. Matamos a unos cuantos. Les<br />

perseguimos durante varios días, acosándolos como se acosa a las fieras salvajes, que es<br />

lo que son. Los fuimos liquidando uno por uno, pero un puñado de ellos lograron<br />

escapar.<br />

Al tiempo que refería su historia, Busuli acariciaba el grueso brazalete de oro macizo<br />

que rodeaba su brazo izquierdo. Los ojos de Tarzán se habían posado en aquel adorno,<br />

pero la cabeza estaba en otra parte. Sin embargo, en aquel momento recordó la pregunta<br />

que trató de formular el día que llegó a la tribu, la pregunta que entonces no<br />

consiguieron entenderle. Durante las semanas transcurridas se olvidó de algo tan baladí<br />

como el oro, porque dedicó ese tiempo a ser un hombre primitivo cuyo pensamiento se<br />

centraba en el presente, sin alargarse hasta el mañana. No obstante, ver de pronto aquel<br />

oro despertó la civilización dormida en su interior y le recordó la existencia de algo<br />

llamado codicia. Aquella lección del ansia de riqueza Tarzán la había aprendido bien en<br />

su breve experiencia de los estilos de vida del hombre civilizado. Sabía que el oro<br />

significaba placer y poder. Señaló el brazalete.<br />

-¿De dónde sale ese metal amarillo, Busuli? -preguntó.<br />

El guerrero señaló hacia el sureste.<br />

-A una luna de marcha... tal vez un poco más lejos -respondió.<br />

-¿Has estado allí? -quiso saber Tarzán.<br />

-No, pero algunos de nuestro pueblo fueron hace años, cuando mi padre era aún joven.<br />

Una de las expediciones que salieron en busca de un lugar más apropiado para que se<br />

estableciera la tribu, poco después de que llegasen aquí, encontró un pueblo extraño que

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