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de la cerveza de baja graduación que preparaban los nativos. Mientras contemplaba a<br />
los guerreros danzar a la claridad de las hogueras, a Tarzán volvió a impresionarle las<br />
simétricas proporciones de sus figuras y la regularidad de sus rasgos faciales, ninguno<br />
tenía en absoluto la nariz aplastada ni los gruesos labios propios de los salvajes de la<br />
costa occidental. En reposo, los rostros de los hombres denotaban inteligencia y<br />
dignidad, los de las mujeres eran bellos y atractivos en muchos casos.<br />
En el curso de aquel baile el hombre-mono observó por primera vez que algunos<br />
hombres y bastantes<br />
mujeres lucían adornos de oro..., principalmente ajorcas en los tobillos, pulseras y<br />
brazaletes en los brazos, al parecer de oro macizo. Cuando expresó el deseo de echar<br />
una ojeada de cerca a una de aquellas piezas, la propietaria se la quitó e insistió, por<br />
señas, en que Tarzán la aceptase como regalo. El examen del objeto convenció al<br />
hombre-mono de que se trataba de oro virgen y, sorprendido, cayó en la cuenta de que<br />
era la primera vez que veía ornamentos de oro entre los salvajes de África; hasta<br />
entonces sólo les había visto lucir la bisutería y las baratijas que compraban o robaban a<br />
los europeos. Intentó averiguar de dónde sacaban aquel metal, pero no consiguió<br />
hacerse entender.<br />
Cuando concluyó la danza, Tarzán manifestó su intención de despedirse, pero casi le<br />
imploraron que aceptase la hospitalidad de una gran choza que el jefe de la tribu le<br />
había destinado para su uso exclusivo. Trató de indicarles que volvería por la mañana,<br />
pero no le comprendieron. Cuando por fin logró alejarse de ellos, retirándose en<br />
dirección a la parte del poblado opuesta al portón de la entrada, los indígenas aún se<br />
quedaron más confundidos acerca de las intenciones que albergaba.<br />
Sin embargo, Tarzán tenía perfectamente claro lo que iba a hacer. Sus experiencias<br />
precedentes le habían hecho tomar contacto con los roedores, sabandijas y parásitos que<br />
infestaban las aldeas indígenas, y aunque en otras cuestiones no era demasiado<br />
escrupuloso, en aquella prefería el aire libre y fresco de las alturas arbóreas a la fétida<br />
atmósfera de un bohío.<br />
Los indígenas le siguieron hasta el punto donde las ramas de un árbol gigantesco<br />
pasaban por encima de la empalizada. Tarzán saltó una de las ramas<br />
bajas y desapareció en el follaje, con la ágil precisión saltarina de Manu, el mico, lo<br />
que provocó un estallido de atónitas exclamaciones de sorpresa. Los habitantes del<br />
poblado estuvieron media hora llamándole, pero como Tarzán no contestó, al no obtener<br />
respuesta desistieron y se retiraron en busca de las esteras donde se tendían a dormir,<br />
dentro de las chozas.<br />
Tarzán se adentró en el bosque hasta encontrar, no lejos del poblado, un árbol que<br />
cubría sus requerimientos esenciales. Se acurrucó en una horquilla a propósito y casi<br />
automáticamente se sumergió en un profundo sueño.<br />
A la mañana siguiente se descolgó en la calle del poblado, tan repentinamente como<br />
había desaparecido la noche anterior. Durante unos segundos, los indígenas<br />
permanecieron patidifusos y asustados, pero en cuanto reconocieron en él a su invitado<br />
de la velada anterior se les pasó el susto y empezaron a emitir gritos de bienvenida y<br />
risas alegres. Aquel día acompañó a una partida de guerreros que salió a cazar por las<br />
llanuras cercanas y Tarzán manejó con tal habilidad las toscas armas de que disponía<br />
que entre los indígenas aumentó más si cabe el sentimiento de respeto y admiración que<br />
les inspiraba aquel extraño hombre blanco.<br />
Tarzán vivió varias semanas con sus amigos salvajes y con ellos cazó búfalos,<br />
antílopes y cebras, para procurarse carne, y elefantes para hacerse con marfil. No tardó<br />
en aprender el sencillo lenguaje de aquel pueblo, sus costumbres indígenas y la ética de