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al arroyo a beber. Luego se dio un chapuzón en el mar, donde estuvo nadando quince<br />

minutos. Después volvió a la cabaña y se regaló con un desayuno a base de carne de<br />

jabalí. Cuando se dio por satisfecho, enterró el resto de Horta en la blanda tierra de la<br />

parte exterior de la cabaña, para la cena.<br />

Tomó de nuevo la cuerda y se adentró en la selva. En esa ocasión su presa sería más<br />

noble: el hombre; aunque si le hubiesen pedido su opinión habría citado a una docena de<br />

habitantes de la jungla a los<br />

que consideraba superiores en nobleza al hombre que pensaba cazar. Se preguntó si<br />

las mujeres y niños de la aldea de Mbonga habrían permanecido en el poblado después<br />

de que la expedición de castigo enviada desde el crucero francés exterminara a todos los<br />

guerreros, como represalia por la supuesta muerte de D'Arnot. Albergaba la esperanza<br />

de encontrar allí algunos guerreros, porque en el caso de que la aldea estuviese desierta,<br />

la búsqueda podría durar indefinidamente. Ignoraba cuánto.<br />

El hombre-mono se desplazó velozmente por la selva y hacia la medianoche llegaba al<br />

solar de la aldea. Descubrió, decepcionado, que la vegetación silvestre había invadido<br />

los campos de cultivo y que la putrefacción había desmoronado las chozas. Ni el menor<br />

rastro de seres humanos. Tarzán se paseó entre las ruinas durante media hora, confiando<br />

en encontrar algún arma olvidada, pero su búsqueda fue infructuosa, de modo que<br />

decidió emprenderla por otra parte y continuó riachuelo arriba, siguiendo aquella<br />

corriente cuyo curso se deslizaba en dirección sureste. Lo lógico sería que los poblados<br />

se estableciesen cerca del agua dulce. Si iba a encontrar uno, estaría junto al arroyo.<br />

Buscaba alimento por el camino, como lo buscó cuando vivía con los monos de la<br />

tribu, como Kala le había enseñado a hacerlo, o sea, dando la vuelta a los troncos<br />

podridos, debajo de los cuales se refugiaban bichos comestibles, o subiendo a lo más<br />

alto de los árboles para robar los nidos de pájaros, o abalanzándose con la celeridad de<br />

un gato sobre algún pequeño roedor. También comía otras cosas, pero cuantos menos<br />

detalles dé uno acerca de la dieta de los monos, tanto mejor... Y Tarzán había recupe<br />

rado su condición de mono, volvía a ser el mismo antropoide feroz y brutal que Kala<br />

le había enseñado a ser y que fue a lo largo de los veinte primeros años de su vida.<br />

A veces saltaba a sus labios una sonrisa al recordar a algún amigo que en aquel<br />

momento estaría apaciblemente sentado, vestido con impecable elegancia, en el salón de<br />

un club selecto de París..., como Tarzán había estado pocos meses antes. Después se<br />

quedaba quieto, repentinamente petrificado, cuando la suave brisa llevaba hasta su<br />

adiestrado olfato el efluvio de alguna nueva presa o de algún enemigo temible.<br />

Durmió aquella noche tierra adentro, lejos de la cabaña, acunado en la horquilla de un<br />

árbol, a treinta metros del suelo. Se había vuelto a dar un buen banquete, esa vez a base<br />

de carne de Bara, el ciervo, víctima del rápido lazo de Tarzán.<br />

Reanudó la marcha a primera hora de la mañana siguiente. Avanzó en paralelo al<br />

curso del arroyo. Continuó la búsqueda durante tres días, hasta que llegó a una zona de<br />

la selva en la que no había estado nunca. De vez en cuando, al coronar un altozano en el<br />

que la floresta era menos densa, divisaba a lo lejos sierras de montañas majestuosas ante<br />

las cuales se extendían amplias planicies. Allí, en aquellos espacios abiertos abundaba la<br />

caza: cantidades ingentes de antílopes y grandes manadas de cebras. Tarzán se sintió<br />

hechizado: efectuaría una prolongada visita a aquel mundo desconocido.<br />

En la mañana de la cuarta jornada un olor nuevo llegó súbita y pasmosamente a su<br />

olfato. Olor a hombre, aunque muy distante. Tarzán se estremeció de placer. Con los<br />

cinco sentidos alerta, sigiloso y hábil, se desplazó velozmente entre los árboles, con el<br />

vien-<br />

to de cara, en dirección a su presa. La alcanzó en seguida: un guerrero solitario que<br />

avanzaba sosegadamente por la selva.

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