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emontó en el aire y desapareció en la enramada, lejos de las garras de Numa. Entre el<br />

follaje del árbol apareció un rostro que dedicó al felino una serie de carcajadas y muecas<br />

burlonas.<br />

Y entonces sí que resultaron espeluznantes los rugidos de Numa. Furibundo,<br />

amenazador, hambriento, paseó de un lado a otro, por debajo de las ramas desde las que<br />

el hombre-mono seguía riéndose de él. Se detuvo, por último, se levantó sobre los<br />

cuartos traseros y, apoyando el cuerpo en el tronco del árbol que albergaba a su<br />

enemigo, clavó las enormes uñas en la corteza y arrancó un buen pedazo de ésta,<br />

dejando al descubierto la madera blanca que había debajo.<br />

Mientras tanto, Tarzán había izado al jabalí, que no cesaba de debatirse, hasta la rama<br />

en que se encontraba. Los fuertes dedos del hombre-mono remataron la obra que inició<br />

el nudo corredizo. No tenía cuchillo, pero la naturaleza le había proporcionado los<br />

medios necesarios para desgarrar la carne palpitante de la pieza recién cobrada y la<br />

centelleante dentadura se hundió en la carne suculenta, en tanto el león, abajo, frenético<br />

de rabia, contemplaba cómo<br />

su rival disfrutaba de una cena que momentos antes él había considerado suya.<br />

Ya era noche cerrada cuando Tarzán se sintió ahíto. ¡Ah, pero qué delicia! Nunca se<br />

había acostumbrado del todo a la carne deteriorada que le servían en el mundo<br />

civilizado, y en el fondo de su salvaje espíritu siempre echó de menos el sabor de la<br />

carne fresca y de la espléndida sangre roja que desprendía.<br />

Se limpió las ensangrentadas manos con un puñado de hojas, se cargó al hombro el<br />

resto de la pieza y, saltando de rama en rama, a media altura, regresó a la cabaña.<br />

En aquellos precisos momentos, Jane Porter y William Cecil Clayton se levantaban de<br />

la mesa, tras una suculenta cena, en el Lady Alice, a miles de millas al este, en el océano<br />

indico.<br />

Numa, el león, se desplazaba por el suelo, al mismo ritmo de Tarzán, y cada vez que<br />

éste miraba hacia abajo veía los lúgubres ojos de la fiera, que brillaban en la oscuridad y<br />

que no perdían de vista al hombre mono. Numa ya no rugía, se limitaba a moverse en<br />

furtivo silencio, como una sombra del gran felino. Sin embargo, no dio un solo paso que<br />

no percibieran los sensibles oídos de Tarzán.<br />

El hombre-mono se preguntó si se encontraría a Numa al acecho en la puerta de la<br />

cabaña. Confiaba en que no, porque eso significaba que tendría que pasar la noche<br />

durmiendo en la horquilla de un árbol y, desde luego, prefería el lecho de hierbas de su<br />

propio hogar. Naturalmente, conocía el árbol y la horquilla más cómoda, si no le<br />

quedaba más remedio que pasar la noche al raso. En el pasado, más de cien veces le<br />

siguió hasta la cabaña algún gran felino de<br />

la selva y se vio obligado a albergarse en aquel mismo árbol, hasta que un cambio de<br />

humor o la salida del sol inducían a su enemigo a retirarse.<br />

Pero ese no fue el caso aquella noche: Numa optó por abandonar y, con una breve<br />

sucesión de protestas y rugidos, dio media vuelta rabiosamente y partió en busca de una<br />

cena que le resultase más fácil de conseguir. De modo que Tarzán llegó sin compañía a<br />

la cabaña e instantes después ya estaba arrebujado sobre los mohosos restos de lo que<br />

otrora había sido un lecho de hierbas. A monsieur Jean C. Tarzán no le costó nada<br />

desprenderse del barniz de civilización artificial que le recubría y cayó automáticamente<br />

en el sueño profundo del animal que se ha llenado el estómago a rebosar. No obstante,<br />

el «sí» de una mujer le hubiese ligado de por vida a la otra existencia y le habría hecho<br />

considerar repulsiva la mera idea de quedarse en la selva, entre las fieras salvajes.<br />

Tarzán durmió hasta el mediodía siguiente, ya que los esfuerzos de la noche pasada en<br />

el mar y de la caza en la selva le habían dejado agotadísimo, puesto que sus músculos<br />

habían perdido la costumbre de tales pruebas. Lo primero que hizo al despertarse fue ir

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