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Al día siguiente, Hazel Strong disfrutó de una de las sorpresas más venturosas de su vida: se dio de manos a boca con Jane Porter, en el momento en que ésta abandonaba una joyería. -¡Pero, si eres Jane! ¡Jane Porter! -exclamó-. ¿De dónde diablos sales? ¡No me lo puedo creer! -¡Vaya, precisamente tú! -se animó Jane, tan asombrada como su amiga-. ¡Y yo venga a malgastar toneladas de esfuerzo mental imaginándote en Baltimore... y luego te encuentro aquí! Volvió a echar los brazos al cuello de su amiga y la besó una docena de veces. Para cuando concluyeron sus mutuas explicaciones, Hazel sabía ya que el yate de lord Tennington permaneceria una semana más en Ciudad de El Cabo y que al término de la misma continuaría su viaje -en esa ocasión costa occidental arriba- de regreso a Inglaterra. -Donde -remató Jane- me casaré. -¿Aún no te has casado? -preguntó Hazel. -Todavía no -articuló Jane, para añadir, extempo ráneamente-: Me gustaría que Inglaterra estuviese a un millón de kilómetros de aquí. Se intercambiaron visitas entre los pasajeros del yate y los familiares de Hazel. Se organizaron comidas y excursiones por los alrededores para agasajar a los visitantes. A todos aquellos actos y reuniones se invitaba a monsieur Thuran, al que se acogía de mil amores. Monsieur Thuran obsequió con una cena a los hombres del grupo y se las ingenió para granjearse la buena voluntad de lord Tennington mediante numerosos gestos hospitalarios. En el curso de la inesperada visita al yate de lord Tennington, monsieur Thuran captó cierta insinuación de algo que podía reportarle ciertos beneficios. Quiso aprovecharlo. En cuanto se vio a solas con el inglés dejó caer como quien no quiere la cosa que su compromiso oficial con la señorita Strong se anunciaría en cuanto regresaran a Estados Unidos. -Pero esto es confidencial. No diga usted una palabra a nadie, mi querido Tennington... ni una palabra. -Descuide, lo entiendo muy bien, compañero -aseguró Tennington-. Pero hay que felicitarle... se lleva usted una joven estupenda... de verdad. Al día siguiente, la señora Strong, Hazel y monsieur Thuran se encontraban en el yate como invitados de lord Tennington. La señora Strong les acababa de explicar lo mucho que había disfrutado de su estancia en Ciudad de El Cabo y cuánto lamentaba haber recibido una carta de su procurador de Baltimore, por culpa de la cual se veía obligada a abreviar su visita a Ciudad de El Cabo. -¿Cuándo zarpa? -le preguntó lord Tennington. -A primeros de la semana que viene -respondió la dama. -¿De veras? -exclamó Thuran-. ¡La suerte está conmigo! También yo me veo inesperadamente obligado a regresar cuanto antes, lo que significa que voy a tener el honor de acompañarles y que podré seguir a su servicio. -Muy amable por su parte, monsieur Thuran -repli có la señora Strong-. Nos complacerá mucho poner nos bajo su protección, de eso estoy segura. Pero en el fondo de su alma deseaba librarse de él. Aunque no podía explicarse el motivo. -¡Por Júpiter! -se entusiasmaba lord Tennington poco después-. ¡Una idea magnífica, vive Dios!
-Sí, Tennington, naturalmente -aventuró Clayton-. Si es tuya, debe ser formidable, ¿pero en qué rayos consiste? ¿Vamos a ir a China, vía Polo Sur? -Venga, hombre, venga, Clayton -replicó Tennington-, no hace falta que te encalabrines sólo porque no fue a ti a quien se le ocurrió sugerir este viaje... Desde que zarpamos no has parado de poner pegas, eres el perfecto eterno descontentadizo. Sí, señor, mal que te pese, es una idea estupenda, así que tendrás que reconocerlo. Se trata de llevar con nosotros a Inglaterra, en el yate, a la señora Strong, a su hija y, si también desea venir, al señor huyan. ¿Qué te parece, no es fantástico? -Perdona, Tenny, muchacho -plegó velas Clayton-. Sí, es una idea fabulosa.., impropia de ti, nunca hubiera sospechado que fuese tuya. ¿Estás seguro de que es original de tu caletre? -Y nos haremos a la mar a primeros de la semana próxima o en cualquier otro momento que a usted le parezca bien, señora Strong concluyó el rumboso inglés, como si todo estuviera arreglado, salvo la fecha de partida. -Santo Dios, lord Tennington, ni siquiera nos ha brindado la oportunidad de darle las gracias y mucho menos la de decidir si nos es posible o no aceptar su generosa invitación -protestó, muy cumplida, la señora Strong. -Pues claro que vendrán -insistió lord Tennington-. Navegamos tan deprisa como cualquier buque de pasajeros y dispondrán de cuantas comodidades necesiten. Además, les apreciamos mucho y no aceptaremos el no por respuesta. De modo que se acordó que zarparían el lunes siguiente. Dos días después, las dos muchachas miraban en el camarote de Hazel unas fotografías que la joven acababa de revelar en Ciudad de El Cabo. Eran las instantáneas que había tomado desde que salió de Estados Unidos. Estaban sumergidas en la contemplación de aquellas imágenes, y Hazel respondía a las mil preguntas de Jane, dando toda clase de torrenciales explicaciones acerca de las diversas vistas y personas que aparecían en las fotos. -Aquí tienes -dijo de pronto Hazel- un hombre al que conoces. Pobrecillo, he tenido un montón de veces la idea de preguntarte por él, pero nunca me ha venido a la cabeza cuando estábamos juntas. Sostenía la foto de forma que Jane no podía ver la cara del hombre retratado. -Se llamaba John Caldwell -prosiguió Hazel-. ¿Te acuerdas de él? Dijo que te conoció en Estados Unidos. Es inglés. -No recuerdo ese nombre -contestó Jane-. Déjame ver la foto. -El pobre hombre cayó por la borda durante la travesía costa abajo explicó Hazel, al tiempo que tendía la foto a Jane. -¿Que se cayó...? ¡Pero, Hazel, Hazel... no me digas que se ahogó en el mar! ¡Hazel! ¡Dime que es una broma! Y antes de que la sorprendida señorita Strong pudiera sostenerla Jane Porter se desmayó y fue a Parar al suelo. Cuando logró que su amiga volviera en sí, Hazel la estuvo contemplando largo rato, antes de que alguna de las dos hablase. -No sabía, Jane -silabeó Hazel en tono forzado-, que tu amistad con el señor Caldwell fuese tan estrecha como para que esto te afectase tanto. -¿John Caldwell? -interrogó Jane-. No me irás a decir que ignorabas quién era ese hombre, ¿verdad, Hazel? -Pues, claro que sé quién era, Jane. Sé perfectamente quién era... se llamaba John Caldwell, de Londres.
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-Sí, Tennington, naturalmente -aventuró Clayton-. Si es tuya, debe ser formidable,<br />
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-Venga, hombre, venga, Clayton -replicó Tennington-, no hace falta que te<br />
encalabrines sólo porque no fue a ti a quien se le ocurrió sugerir este viaje... Desde que<br />
zarpamos no has parado de poner pegas, eres el perfecto eterno descontentadizo. Sí,<br />
señor, mal que te pese, es una idea estupenda, así que tendrás que reconocerlo. Se trata<br />
de llevar con nosotros a Inglaterra, en el yate, a la señora Strong, a su hija y, si también<br />
desea venir, al señor huyan. ¿Qué te parece, no es fantástico?<br />
-Perdona, Tenny, muchacho -plegó velas Clayton-. Sí, es una idea fabulosa.., impropia<br />
de ti, nunca hubiera sospechado que fuese tuya. ¿Estás seguro de que es original de tu<br />
caletre?<br />
-Y nos haremos a la mar a primeros de la semana próxima o en cualquier otro<br />
momento que a usted le parezca bien, señora Strong concluyó el rumboso inglés, como<br />
si todo estuviera arreglado, salvo la fecha de partida.<br />
-Santo Dios, lord Tennington, ni siquiera nos ha brindado la oportunidad de darle las<br />
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invitación -protestó, muy cumplida, la señora Strong.<br />
-Pues claro que vendrán -insistió lord Tennington-. Navegamos tan deprisa como<br />
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pasajeros y dispondrán de cuantas comodidades necesiten. Además, les apreciamos<br />
mucho y no aceptaremos el no por respuesta.<br />
De modo que se acordó que zarparían el lunes siguiente.<br />
Dos días después, las dos muchachas miraban en el camarote de Hazel unas<br />
fotografías que la joven acababa de revelar en Ciudad de El Cabo. Eran las instantáneas<br />
que había tomado desde que salió de Estados Unidos. Estaban sumergidas en la<br />
contemplación de aquellas imágenes, y Hazel respondía a las mil preguntas de Jane,<br />
dando toda clase de torrenciales explicaciones acerca de las diversas vistas y personas<br />
que aparecían en las fotos.<br />
-Aquí tienes -dijo de pronto Hazel- un hombre al que conoces. Pobrecillo, he tenido<br />
un montón de veces la idea de preguntarte por él, pero nunca me ha venido a la cabeza<br />
cuando estábamos juntas.<br />
Sostenía la foto de forma que Jane no podía ver la cara del hombre retratado.<br />
-Se llamaba John Caldwell -prosiguió Hazel-. ¿Te acuerdas de él? Dijo que te conoció<br />
en Estados Unidos. Es inglés.<br />
-No recuerdo ese nombre -contestó Jane-. Déjame ver la foto.<br />
-El pobre hombre cayó por la borda durante la travesía costa abajo explicó Hazel, al<br />
tiempo que tendía la foto a Jane.<br />
-¿Que se cayó...? ¡Pero, Hazel, Hazel... no me digas que se ahogó en el mar! ¡Hazel!<br />
¡Dime que es una broma!<br />
Y antes de que la sorprendida señorita Strong pudiera sostenerla Jane Porter se<br />
desmayó y fue a Parar al suelo.<br />
Cuando logró que su amiga volviera en sí, Hazel la estuvo contemplando largo rato,<br />
antes de que alguna de las dos hablase.<br />
-No sabía, Jane -silabeó Hazel en tono forzado-, que tu amistad con el señor Caldwell<br />
fuese tan estrecha como para que esto te afectase tanto.<br />
-¿John Caldwell? -interrogó Jane-. No me irás a decir que ignorabas quién era ese<br />
hombre, ¿verdad, Hazel?<br />
-Pues, claro que sé quién era, Jane. Sé perfectamente quién era... se llamaba John<br />
Caldwell, de Londres.