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existió algún motivo para el suicidio o el asesinato... Hay que llegar al fondo de este<br />
asunto.<br />
-¡Sí, muy bien, señor! -respondió el señor Brently, y salió para iniciar la investigación.<br />
Hazel Strong cayó en un estado de profundo abatimiento. No salió de su camarote en<br />
varios días y<br />
cuando por fin se decidió a aventurarse por la cubierta, su rostro aparecía pálido y<br />
macilento, con enormes ojeras. Tanto despierta como dormida veía continua y<br />
repetidamente aquel cuerpo oscuro que caía rápida y silenciosamente, para acabar<br />
sumergiéndose en las frías aguas del siniestro océano.<br />
Poco después de su primera aparición en cubierta, a raíz de la tragedia, monsieur<br />
Thuran se le acercó con su cordialidad acostumbrada.<br />
-¡Oh, es terrible, señorita Strong! -exclamó-. ¡No puedo quitármelo de la cabeza!<br />
-Ni yo -repuso la joven cansinamente-. Creo que hubiera podido salvar su vida con<br />
sólo dar la alarma.<br />
-No debe reprocharse nada, mi querida señorita Strong -rebatió monsieur Thuran-. De<br />
ninguna manera fue culpa suya. En su lugar, cualquiera hubiese reaccionado lo mismo<br />
que usted. ¿A quién se le iba a ocurrir que porque algo cae de un barco al mar ese algo<br />
tiene que ser obligatoriamente un hombre? Y el resultado habría sido el mismo, aunque<br />
hubiese dado la alarma. De entrada, hubiesen dudado de la veracidad de su historia,<br />
pensando que se trataba de las alucinaciones de una mujer histérica... Usted habría<br />
insistido, pero aún en el caso de que llegara a convencerlos, cuando hubiesen detenido<br />
el transatlántico, arriado los botes, remado de vuelta hasta el desconocido punto donde<br />
ocurrió la tragedia... entonces sería ya demasiado tarde. No, no debe usted culparse. Ha<br />
hecho por el pobre señor Caldwell más que ninguna otra persona... es usted la única que<br />
le echó de menos. Fue usted quien promovió e hizo posible la búsqueda.<br />
La muchacha no pudo por menos que sentirse agradecida por aquellas alentadoras<br />
palabras. Pasaba fre<br />
cuentes ratos con monsieur Thuran -casi siempre estuvo con él durante el resto del<br />
viaje- y realmente empezó a sentir afecto por aquel hombre. Monsieur Thuran se enteró<br />
de que la preciosa señorita Strong, de Baltimore, era una rica heredera estadounidense...<br />
una muchacha adinerada por derecho propio y con unas perspectivas de futuro que<br />
dejaban sin resuello a Rokoff cuando empezaba a imaginárselas. Y como dedicaba la<br />
mayor parte de sus horas a ese deleitable pasatiempo era un auténtico milagro que<br />
pudiera respirar.<br />
Inmediatamente después de la desaparición de Tarzán, monsieur Thuran creyó<br />
oportuno desembarcar en el primer puerto en que hiciese escala el barco. ¿No tenía ya<br />
en el bolsillo de la chaqueta el objetivo por el que adquirió pasaje en aquel<br />
transatlántico? No había nada que le retuviera allí. No veía el momento de regresar al<br />
continente europeo, estaba deseando verse en el primer tren expreso que partiera hacia<br />
San Petersburgo.<br />
Pero había surgido otra idea, que se impuso rápidamente sobre su primitiva intención<br />
de echar pie a tierra. De ninguna manera podía despreciarse aquella fortuna<br />
estadounidense, cuya propietaria, además, no era menos atractiva que las riquezas que<br />
tenía a su nombre.<br />
Sapristi! ¡Menuda sensación iba a causar en San Petersburgo!<br />
También la causaría él, contando con la ayuda del patrimonio de la joven.<br />
Cuando monsieur Thuran hubo gastado alegre y mentalmente unos cuantos millones<br />
de dólares, se percató de que la carrera de dilapidador le encantaba y que también le<br />
seducía continuar viaje hasta