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Al entregar el sobre a su compinche, en la intimidad del camarote, Rokoff llamó a un<br />
camarero y pidió una botella de champán.<br />
-Hemos de celebrarlo, mi querido Alexis -dijo.<br />
-Fue pura suerte, Nicolás -explicó Paulvitch-. Es obvio que siempre lleva encima esos<br />
papeles... Sólo el azar permitió que se le olvidara traspasarlos de un bolsillo a otro<br />
cuando se cambió de chaqueta un momento antes. Pero me temo que va a armar una<br />
buena tremolina cuando descubra la pérdida. Lo malo es que la relacionará contigo<br />
automáticamente. Ahora que sabe que estás a bordo, lo primero que hará será sospechar<br />
de ti.<br />
-Después de esta noche... dará lo mismo de quién sospeche -dijo Rokoff, con<br />
repulsiva sonrisa.<br />
Aquella noche, cuando la señorita Strong se retiró a descansar, Tarzán continuó en<br />
cubierta, apoyado en la barandilla y con la mirada en la lontananza marina. Desde que<br />
subió al buque, todas las noches había hecho lo mismo..., a veces permanecía así una<br />
hora. Y los ojos que habían estado espiándole continuamente, a partir del instante en<br />
que abordó el transatlántico en Argel, conocían perfectamente esa costumbre.<br />
Esos mismos ojos seguían vigilándolo en aquel momento, mientras el hombre mono<br />
permanecía acodado en la barandilla. El último rezagado abandonó<br />
la cubierta. Era una noche clara, pero sin luna... Apenas se distinguían los objetos de<br />
cubierta.<br />
De entre las sombras del camarote se destacaron dos figuras que fueron<br />
aproximándose sigilosamente por detrás al hombre mono. El chapoteo de las olas al<br />
chocar contra los costados del barco, el zumbido de la hélice y el martilleo sordo de los<br />
motores ahogaron los casi inaudibles rumores que producían los dos hombres que se<br />
acercaban a Tarzán.<br />
Casi habían llegado hasta él, iban agachados, como miembros de un equipo de fútbol<br />
americano preparando la jugada. Uno de ellos levantó y bajó la mano... Parecía contar<br />
los segundos... uno... dos... ¡tres! Al unísono, ambos saltaron sobre la víctima. Uno de<br />
ellos cogió una pierna y antes de que Tarzán de los Monos, con todo lo rápido que era,<br />
pudiese revolverse para afrontar al enemigo, ya le habían pasado por encima de la borda<br />
y caía al Atlántico.<br />
Hazel Strong contemplaba el mar a través de la portilla del camarote. De pronto ante<br />
sus ojos pasó rápidamente un cuerpo que descendía a plomo desde la cubierta. Antes de<br />
que la muchacha tuviese tiempo de determinar con certeza qué era, el bulto desapareció<br />
tragado por las oscuras aguas... podía haber sido un hombre, pero Hazel no estaba<br />
segura. Aguzó el oído por si sonaba en la parte superior el grito, siempre alarmante, de<br />
«¡Hombre al agua!», pero tal grito no llegó. En el barco, arriba, todo era silencio. En el<br />
océano, abajo, también todo era silencio.<br />
La joven llegó a la conclusión de que lo que había visto caer no era más que una bolsa<br />
de basura que sin duda lanzó por la borda algún miembro de la tripulación. Instantes<br />
después se acostaba en la litera.<br />
XIII<br />
El naufragio del Lady Alice<br />
A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, el asiento de Tarzán aparecía<br />
desocupado. Tal ausencia despertó cierta curiosidad en la señorita Strong, porque el<br />
señor Caldwell siempre se había creído en el deber de aguardar hasta que llegasen la<br />
joven y su madre para desayunar con ellas. Más tarde, cuando la muchacha estaba<br />
sentada en cubierta, monsieur Thuran pasó por allí y se detuvo a intercambiar con ella<br />
media docena de cortesías. Al parecer, el hombre se encontraba de un humor excelente,