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09.05.2013 Views

elegancia. La laguna que se produjo en la conversación como consecuencia del cambio de sitio de los asientos le brindó la oportunidad de disculparse. Hizo una reverencia a la señorita Strong, dirigió una inclinación de cabeza a Tarzán y se volvió para marchar. -Un momento -le detuvo Tarzán-. Si la señorita Strong tiene la bondad de perdonarme, me gustaría acompañarle un momento. Vuelvo en seguida, señorita Strong. Monsieur Thuran parecía incómodo. Cuando los dos hombres se encontraron fuera de la vista de Hazel Strong, Tarzán se detuvo y una de sus gigantescas manos se posó en el hombro de su acompañante. -¿Qué juego se trae ahora entre manos, Rokoff? -preguntó. -Abandono Francia, tal como le prometí -replicó el ruso en tono desabrido. -De eso ya me he dado cuenta -dijo Tarzán-, pero le conozco demasiado bien para que me cueste un trabajo ímprobo creer que el hecho de que viaje en el mismo barco que yo es pura coincidencia. Y aunque en un momento de debilidad mental hubiese llegado a creerlo, el que se haya disfrazado me obligaría a desechar esa idea inmediatamente. -Bueno -rezongó Rokoff, con un encogimiento de hombros-, no sé adónde quiere ir a parar. Este buque enarbola bandera británica. Tengo tanto derecho como usted a viajar a bordo de él y si pensamos que usted reservó su pasaje con nombre supuesto, imagino que incluso tengo más derecho que usted. -No vamos a discutir por eso, Rokoff. Todo lo que quiero es advertirle que procure no acercarse a la señorita Strong... Es una mujer decente. Rokoff se puso escarlata. -Si echa en saco roto mi advertencia, le arrojaré por la borda prosiguió Tarzán-. No olvide que lo único que espero es que se me ponga a tiro alguna excusa, por pequeña que sea. Giró sobre sus talones y dejó plantado a Rokoff. Quieto allí, el ruso temblaba de furia mal contenida. Tarzán no volvió a ver a Rokoff en varios días, pero el ruso no estuvo cruzado de brazos. En su camarote, con Paulvitch, se daba a todos los diablos, escupía rayos y centellas y amenazaba con la más feroz de las venganzas. -Le tiraría al mar esta misma noche -rabiaba el rusosi no fuera porque estoy seguro de que no lleva encima esos documentos. No puedo exponerme a que se pierdan con él en el océano. Y si tú, Alexis, no fueses un estúpido gallina encontrarías el modo de colarte en su camarote y registrarlo hasta dar con los documentos. Paulvitch sonrió. -Se supone que el cerebro de esta banda eres tú, mi querido Nicolás replicó Paulvitch-. ¿Por qué no se te ocurre a ti la brillante idea que te permita ir tú mismo a registrar el camarote de monsieur Caldwell, eh? Dos horas después, el destino se mostró benévolo con la pareja. Paulvitch, siempre ojo avizor, vio a Tarzán salir de su camarote sin tomar la precaución de cerrar con llave la puerta. A los cinco minutos, Rokoff se había apostado en un punto desde el que podía dar la alarma en el caso de que volviese Tarzán, mientras Paulvitch ejercía sus habilidades registrando el equipaje del hombre-mono. Estaba a punto de darse por vencido cuando vio una chaqueta que Tarzán acababa de quitarse. Antes de que hubiese transcurrido un minuto, Paulvitch tenía en la mano un sobre oficial. La rápida mirada que echó a su contenido puso una amplia sonrisa en el semblante del allanador. Cuando abandonó el camarote ni el propio Tarzán hubiese podido decir que, desde que salió, habían tocado o cambiado de sitio uno solo de los objetos de la estancia. Paulvitch era un consumado maestro en ese arte.

Al entregar el sobre a su compinche, en la intimidad del camarote, Rokoff llamó a un camarero y pidió una botella de champán. -Hemos de celebrarlo, mi querido Alexis -dijo. -Fue pura suerte, Nicolás -explicó Paulvitch-. Es obvio que siempre lleva encima esos papeles... Sólo el azar permitió que se le olvidara traspasarlos de un bolsillo a otro cuando se cambió de chaqueta un momento antes. Pero me temo que va a armar una buena tremolina cuando descubra la pérdida. Lo malo es que la relacionará contigo automáticamente. Ahora que sabe que estás a bordo, lo primero que hará será sospechar de ti. -Después de esta noche... dará lo mismo de quién sospeche -dijo Rokoff, con repulsiva sonrisa. Aquella noche, cuando la señorita Strong se retiró a descansar, Tarzán continuó en cubierta, apoyado en la barandilla y con la mirada en la lontananza marina. Desde que subió al buque, todas las noches había hecho lo mismo..., a veces permanecía así una hora. Y los ojos que habían estado espiándole continuamente, a partir del instante en que abordó el transatlántico en Argel, conocían perfectamente esa costumbre. Esos mismos ojos seguían vigilándolo en aquel momento, mientras el hombre mono permanecía acodado en la barandilla. El último rezagado abandonó la cubierta. Era una noche clara, pero sin luna... Apenas se distinguían los objetos de cubierta. De entre las sombras del camarote se destacaron dos figuras que fueron aproximándose sigilosamente por detrás al hombre mono. El chapoteo de las olas al chocar contra los costados del barco, el zumbido de la hélice y el martilleo sordo de los motores ahogaron los casi inaudibles rumores que producían los dos hombres que se acercaban a Tarzán. Casi habían llegado hasta él, iban agachados, como miembros de un equipo de fútbol americano preparando la jugada. Uno de ellos levantó y bajó la mano... Parecía contar los segundos... uno... dos... ¡tres! Al unísono, ambos saltaron sobre la víctima. Uno de ellos cogió una pierna y antes de que Tarzán de los Monos, con todo lo rápido que era, pudiese revolverse para afrontar al enemigo, ya le habían pasado por encima de la borda y caía al Atlántico. Hazel Strong contemplaba el mar a través de la portilla del camarote. De pronto ante sus ojos pasó rápidamente un cuerpo que descendía a plomo desde la cubierta. Antes de que la muchacha tuviese tiempo de determinar con certeza qué era, el bulto desapareció tragado por las oscuras aguas... podía haber sido un hombre, pero Hazel no estaba segura. Aguzó el oído por si sonaba en la parte superior el grito, siempre alarmante, de «¡Hombre al agua!», pero tal grito no llegó. En el barco, arriba, todo era silencio. En el océano, abajo, también todo era silencio. La joven llegó a la conclusión de que lo que había visto caer no era más que una bolsa de basura que sin duda lanzó por la borda algún miembro de la tripulación. Instantes después se acostaba en la litera. XIII El naufragio del Lady Alice A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, el asiento de Tarzán aparecía desocupado. Tal ausencia despertó cierta curiosidad en la señorita Strong, porque el señor Caldwell siempre se había creído en el deber de aguardar hasta que llegasen la joven y su madre para desayunar con ellas. Más tarde, cuando la muchacha estaba sentada en cubierta, monsieur Thuran pasó por allí y se detuvo a intercambiar con ella media docena de cortesías. Al parecer, el hombre se encontraba de un humor excelente,

elegancia. La laguna que se produjo en la conversación como consecuencia del<br />

cambio de sitio de los asientos le brindó la oportunidad de disculparse. Hizo una<br />

reverencia a la señorita Strong, dirigió una inclinación de cabeza a Tarzán y se volvió<br />

para marchar.<br />

-Un momento -le detuvo Tarzán-. Si la señorita Strong tiene la bondad de<br />

perdonarme, me gustaría acompañarle un momento. Vuelvo en seguida, señorita Strong.<br />

Monsieur Thuran parecía incómodo. Cuando los dos hombres se encontraron fuera de<br />

la vista de Hazel Strong, Tarzán se detuvo y una de sus gigantescas manos se posó en el<br />

hombro de su acompañante.<br />

-¿Qué juego se trae ahora entre manos, Rokoff? -preguntó.<br />

-Abandono Francia, tal como le prometí -replicó el ruso en tono desabrido.<br />

-De eso ya me he dado cuenta -dijo Tarzán-, pero le conozco demasiado bien para que<br />

me cueste un trabajo ímprobo creer que el hecho de que viaje en el mismo barco que yo<br />

es pura coincidencia. Y aunque en un momento de debilidad mental hubiese llegado a<br />

creerlo, el que se haya disfrazado me obligaría a desechar esa idea inmediatamente.<br />

-Bueno -rezongó Rokoff, con un encogimiento de hombros-, no sé adónde quiere ir a<br />

parar. Este buque enarbola bandera británica. Tengo tanto derecho como usted a viajar a<br />

bordo de él y si pensamos que usted reservó su pasaje con nombre supuesto, imagino<br />

que incluso tengo más derecho que usted.<br />

-No vamos a discutir por eso, Rokoff. Todo lo que quiero es advertirle que procure no<br />

acercarse a la señorita Strong... Es una mujer decente.<br />

Rokoff se puso escarlata.<br />

-Si echa en saco roto mi advertencia, le arrojaré por la borda prosiguió Tarzán-. No<br />

olvide que lo único que espero es que se me ponga a tiro alguna excusa, por pequeña<br />

que sea.<br />

Giró sobre sus talones y dejó plantado a Rokoff. Quieto allí, el ruso temblaba de furia<br />

mal contenida.<br />

Tarzán no volvió a ver a Rokoff en varios días, pero el ruso no estuvo cruzado de<br />

brazos. En su camarote, con Paulvitch, se daba a todos los diablos, escupía rayos y<br />

centellas y amenazaba con la más feroz de las venganzas.<br />

-Le tiraría al mar esta misma noche -rabiaba el rusosi no fuera porque estoy seguro de<br />

que no lleva encima esos documentos. No puedo exponerme a que se pierdan con él en<br />

el océano. Y si tú, Alexis, no fueses un estúpido gallina encontrarías el modo de colarte<br />

en su camarote y registrarlo hasta dar con los documentos.<br />

Paulvitch sonrió.<br />

-Se supone que el cerebro de esta banda eres tú, mi querido Nicolás replicó Paulvitch-.<br />

¿Por qué no se te ocurre a ti la brillante idea que te permita ir tú mismo a registrar el<br />

camarote de monsieur Caldwell, eh?<br />

Dos horas después, el destino se mostró benévolo con la pareja. Paulvitch, siempre ojo<br />

avizor, vio a Tarzán salir de su camarote sin tomar la precaución de cerrar con llave la<br />

puerta. A los cinco minutos, Rokoff se había apostado en un punto desde el que podía<br />

dar la alarma en el caso de que volviese Tarzán, mientras Paulvitch ejercía sus<br />

habilidades registrando el equipaje del hombre-mono.<br />

Estaba a punto de darse por vencido cuando vio una chaqueta que Tarzán acababa de<br />

quitarse. Antes de que hubiese transcurrido un minuto, Paulvitch tenía en la mano un<br />

sobre oficial. La rápida mirada<br />

que echó a su contenido puso una amplia sonrisa en el semblante del allanador.<br />

Cuando abandonó el camarote ni el propio Tarzán hubiese podido decir que, desde<br />

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Paulvitch era un consumado maestro en ese arte.

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