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una vez Jane se encontrase allí y se hubieran roto los vínculos con su patria, le asustaría menos dar el paso que tanto tiempo llevaba postergando, vacilante y temerosa. La misma tarde en que recibió la carta de Clayton, el profesor Porter anunció que partirían hacia Londres la semana siguiente. Pero, una vez en la capital inglesa, Jane Porter no se mostró más dócil y manejable que en Baltimore. Siguió poniendo una excusa tras otra y cuando, por último, lord Tennington invitó al grupo al crucero alrededor de África, en su yate, la joven acogió encantadísima la idea y se negó en redondo a casarse antes de que estuvieran de vuelta en Londres. Como quiera que aquel viaje se prolongarla por lo menos un año, puesto que harían escalas de duración indefinida en numerosos puntos de interés, Clayton puso mentalmente como hoja de perejil a su amigo Tennington por haber tenido la maldita idea de sugerir tan ridícula travesía. El itinerario de lord Tennington consistía en pasar al Mediterráneo, cruzar después el mar Rojo, salir al océano índico y luego descender por la costa oriental africana, con escala en todos los puertos que mereciese la pena visitar. Y así ocurrió que cierto día dos buques atravesaron el estrecho de Gibraltar. El más pequeño, un airoso yate blanco, navegaba con rumbo este y en su cubierta iba sentada una joven que contemplaba con ojos tristes el guardapelo con engarce de diamantes que acariciaba distraídamente entre los dedos. El pensamiento de la muchacha se encontraba muy lejos de allí, en la espesura frondosa de una jungla tropical... y el corazón acompañaba al pensamiento. Se preguntaba la muchacha si habría vuelto a su selva virgen el hombre que le había regalado aquella bonita joya, una pieza que para él significaba mucho más que su valor intrínseco, que ni siquiera se preocupó nunca de conocer. Y en la cubierta del buque mayor, un transatlántico de pasajeros que también se dirigía al este, el hombre estaba sentado junto a una joven y ambos se entretenían especulando ociosamente acerca de la identidad del precioso yate que se deslizaba graciosamente, surcando el tranquilo oleaje de un mar perezoso. Cuando el yate se hubo alejado, el hombre reanudó la charla que al parecer había interrumpido el paso de la otra embarcación. -Sí -dijo-. Me gusta Estados Unidos y eso significa, naturalmente, que me encantan los estadounidenses, porque un país no es más que la obra del pueblo que lo habita. Mientras estuve allí conocí a algunas personas estupendas. Recuerdo una familia de su propia ciudad, señorita Strong, a quienes aprecio de un modo especial: el profesor Porter y su hija. -¡Jane Porter! -exclamó la joven-. ¡No me diga que conoce a Jane Porter! Pero si es la mejor amiga que tengo en el mundo. Nos criamos juntas..., nos conocemos desde hace siglos. -¿De veras? -comentó Tarzán, sonriente-. Le costará trabajo convencer de eso a cualquiera que la vea a usted o la vea a ella. ¡Siglos! -Bueno, pues desde hace un montón de años -rió la muchacha-. Los suyos y los míos... Nos conocemos desde siempre. Hablando en serio, somos como hermanas y ahora que voy a perderla tengo el corazón hecho polvo. -¿Que va a perderla? -se extrañó Tarzán-. Pero, ¿qué quiere decir? Ah, sí, comprendo. Se refiere a que ahora que va a casarse y se quedará a vivir en Inglaterra va a verla poco. -Sí -corroboró Hazel Strong-, y lo más triste del asunto es que no se casa con el hombre que ama. Oh, es terrible, ¡casarse por sentido del deber! Opino que es una auténtica barbaridad, algo perverso, y así se lo he dicho. Me siento tan afectada por ello que aunque soy la única persona, aparte los familiares directos, a la que se pidió que
asistiera a la ceremonia, no pienso ir porque no quiero ser testigo de una parodia tan atroz. Pero Jane Porter es seria y formal como ella sola. Se ha convencido a sí misma de que hace lo único decoroso que puede hacer y nada en el mundo la impedirá casarse con lord Greystoke, salvo el propio Greystoke, o la muerte. -Lo lamento por ella -dijo Tarzán. -Y yo lo lamento por el hombre del que está enamorada -repuso la muchacha-, porque él también la quiere. No le conozco, pero si he de hacer caso a lo que me ha contado Jane, es una persona maravillo sa. Parece ser que nació en la selva africana y que se crió en una tribu de simios antropoides. No vio a ninguna persona de raza blanca hasta que desembarcaron y dejaron abandonados al profesor Porter y su equipo en una playa, justo ante la puerta de la pequeña cabaña de esehombre. Él los salvó de toda clase de fieras terribles y llevó a cabo proezas inimaginables. Luego, como remate, se enamoró de Jane y Jane de él, aunque Jane nunca lo supo con absoluta certeza hasta después de que lord Greystoke y ella estuvieron prometidos. -Es de lo más extraordinario -murmuró Tarzán, al tiempo que se devanaba las meninges en busca de alguna excusa para cambiar de conversación. Le encantaba oír hablar de Jane a Hazel Strong, pero cuando el protagonista del diálogo era él se sentía incómodo y violento. Por suerte, no tardó en tener un respiro, ya que la madre de la muchacha se reunió con ellos y la conversación adoptó un rumbo general. Las siguientes jornadas transcurrieron sin acontecimientos dignos de mención. El mar estaba tranquilo. El cielo, claro. El transatlántico continuaba surcando las aguas, sin prisa y sin pausa, rumbo al sur. Tarzán pasaba algunos ratos con la señorita Strong y su madre. Entretenían sus horas sentados en cubierta, leían, charlaban y tomaban fotografías con la cámara de la señorita Strong. Cuando se ponía el sol, paseaban. Un día Tarzán encontró a la señorita Strong conversando con un desconocido, un hombre al que hasta entonces no había visto a bordo. Al acercarse Tarzán a la pareja, el hombre dedicó una reverencia a la muchacha e hizo ademán de retirarse. Aguarde un momento, monsieur Thuran -pidió la señorita Strong-, permítame que le presente al señor Caidwell. Somos compañeros de viaje y debemos conocernos todos. Ambos hombres se estrecharon la mano. Cuando Tarzán miró a los ojos de monsieur Thuran le pareció percibir algo extrañamente familiar en su expresión. -Estoy seguro de que en algún momento del pasado tuve el honor de conocer a monsieur Thuran -articuló Tarzán-, aunque no logro recordar las circunstancias de ese encuentro. Monsieur Thuran no pareció sentirse precisamente a gusto. -No me es posible aclararle nada, monsieur -contestó-. Tal vez esté usted en lo cierto. También yo he tenido esa misma sensación al verme frente a un desconocido. -Monsieur Thuran me estaba explicando algunos secretos de la navegación -manifestó la señorita Strong. Tarzán prestó escaso interés a la conversación que siguió... Se esforzaba en recordar dónde había conocido a monsieur Thuran. Tenía la certeza de que fue en circunstancias extrañas. Los rayos de sol cayeron de pronto sobre ellos y la muchacha pidió a monsieur Thuran que le desplazase un poco la tumbona, que se la pusiera a la sombra. Dio la casualidad de que en aquel momento Tarzán estaba mirando al hombre y observó que manejaba la tumbona con cierta torpeza: tenía rígida la muñeca izquierda. Aquel detalle fue suficiente..., una repentina cadena de asociación de ideas hizo lo demás. Monsieur Thuran llevaba unos minutos intentando encontrar una excusa que le permitiera retirarse con
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una vez Jane se encontrase allí y se hubieran roto los vínculos con su patria, le asustaría<br />
menos dar el paso que tanto tiempo llevaba postergando, vacilante y temerosa.<br />
La misma tarde en que recibió la carta de Clayton, el profesor Porter anunció que<br />
partirían hacia Londres la semana siguiente.<br />
Pero, una vez en la capital inglesa, Jane Porter no se mostró más dócil y manejable<br />
que en Baltimore. Siguió poniendo una excusa tras otra y cuando, por último, lord<br />
Tennington invitó al grupo al crucero alrededor de África, en su yate, la joven acogió<br />
encantadísima la idea y se negó en redondo a casarse antes de que estuvieran de vuelta<br />
en Londres. Como quiera que aquel viaje se prolongarla por lo menos un año, puesto<br />
que harían escalas de duración indefinida en numerosos puntos de interés, Clayton puso<br />
mentalmente como hoja de perejil a su amigo Tennington por haber tenido la maldita<br />
idea de sugerir tan ridícula travesía.<br />
El itinerario de lord Tennington consistía en pasar al Mediterráneo, cruzar después el<br />
mar Rojo, salir al<br />
océano índico y luego descender por la costa oriental africana, con escala en todos los<br />
puertos que mereciese la pena visitar.<br />
Y así ocurrió que cierto día dos buques atravesaron el estrecho de Gibraltar. El más<br />
pequeño, un airoso yate blanco, navegaba con rumbo este y en su cubierta iba sentada<br />
una joven que contemplaba con ojos tristes el guardapelo con engarce de diamantes que<br />
acariciaba distraídamente entre los dedos. El pensamiento de la muchacha se encontraba<br />
muy lejos de allí, en la espesura frondosa de una jungla tropical... y el corazón<br />
acompañaba al pensamiento.<br />
Se preguntaba la muchacha si habría vuelto a su selva virgen el hombre que le había<br />
regalado aquella bonita joya, una pieza que para él significaba mucho más que su valor<br />
intrínseco, que ni siquiera se preocupó nunca de conocer.<br />
Y en la cubierta del buque mayor, un transatlántico de pasajeros que también se<br />
dirigía al este, el hombre estaba sentado junto a una joven y ambos se entretenían<br />
especulando ociosamente acerca de la identidad del precioso yate que se deslizaba<br />
graciosamente, surcando el tranquilo oleaje de un mar perezoso.<br />
Cuando el yate se hubo alejado, el hombre reanudó la charla que al parecer había<br />
interrumpido el paso de la otra embarcación.<br />
-Sí -dijo-. Me gusta Estados Unidos y eso significa, naturalmente, que me encantan<br />
los estadounidenses, porque un país no es más que la obra del pueblo que lo habita.<br />
Mientras estuve allí conocí a algunas personas estupendas. Recuerdo una familia de su<br />
propia ciudad, señorita Strong, a quienes aprecio de un modo especial: el profesor<br />
Porter y su hija.<br />
-¡Jane Porter! -exclamó la joven-. ¡No me diga que conoce a Jane Porter! Pero si es la<br />
mejor amiga que tengo en el mundo. Nos criamos juntas..., nos conocemos desde hace<br />
siglos.<br />
-¿De veras? -comentó Tarzán, sonriente-. Le costará trabajo convencer de eso a<br />
cualquiera que la vea a usted o la vea a ella. ¡Siglos!<br />
-Bueno, pues desde hace un montón de años -rió la muchacha-. Los suyos y los míos...<br />
Nos conocemos desde siempre. Hablando en serio, somos como hermanas y ahora que<br />
voy a perderla tengo el corazón hecho polvo.<br />
-¿Que va a perderla? -se extrañó Tarzán-. Pero, ¿qué quiere decir? Ah, sí, comprendo.<br />
Se refiere a que ahora que va a casarse y se quedará a vivir en Inglaterra va a verla poco.<br />
-Sí -corroboró Hazel Strong-, y lo más triste del asunto es que no se casa con el<br />
hombre que ama. Oh, es terrible, ¡casarse por sentido del deber! Opino que es una<br />
auténtica barbaridad, algo perverso, y así se lo he dicho. Me siento tan afectada por ello<br />
que aunque soy la única persona, aparte los familiares directos, a la que se pidió que