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Clayton no hizo ningún comentario. Se esforzaba en dar con las palabras oportunas<br />
para explicarle a Jane la catástrofe que se había abatido sobre él... y sobre ella. Se<br />
preguntaba qué efecto le causaría a la muchacha. ¿Seguiría deseando casarse con él...<br />
convertirse en una señora Clayton corriente y moliente? De súbito el terrible sacrificio<br />
que uno de los dos debía hacer irrumpió en su imaginación, impresionante y ominoso.<br />
Surgió luego la pregunta: ¿Reivindicaría Tarzán lo suyo? El hombre mono estaba<br />
enterado del contenido del telegrama antes de que negase, flemático e indiferente, que<br />
conociera su linaje. ¡Declaró que su madre fue la mona Kala! ¿Acaso lo hizo por amor a<br />
Jane Porter?<br />
No parecía existir ninguna otra explicación más o menos razonable. Así pues, al hacer<br />
caso omiso de lo que decía el telegrama, ¿no era lógico suponer que no pretendía<br />
reclamar su patrimonio? En tal caso, ¿qué derecho tenía él, William Cecil Clayton, para<br />
frustrar los deseos, para poner trabas al autosacrificio de aquel hombre extraño? Si<br />
Tarzán de los Monos era capaz de actuar de aquella manera para evitar la infelicidad a<br />
Jane Porter, ¿por qué él, a quien se le confiaba el futuro en pleno de la muchacha, iba a<br />
poner en peligro los intereses de Jane Porter?<br />
Así continuó razonando hasta que el impulso generoso inicial de proclamar la verdad<br />
y renunciar a los títulos y propiedades en beneficio de su legítimo due<br />
ño, quedó olvidado bajo el alud de sofismas que su egoísmo alegaba. Pero durante el<br />
resto del viaje, y a lo largo de muchos días posteriores, William Cecil Clayton se mostró<br />
melancólico y abatido. De vez en cuando le asaltaba la alarmante idea de que tal vez<br />
algún día Tarzán se arrepintiese de su magnanimidad y reclamara sus derechos.<br />
Varias fechas después de su vuelta a Baltimore, Clayton propuso a Jane celebrar la<br />
boda en seguida.<br />
-¿Qué entiendes por en seguida? -preguntó ella.<br />
-Dentro de unos días. He de regresar a Inglaterra de inmediato... y quiero que me<br />
acompañes, cariño.<br />
-No puedo estar lista tan pronto -replicó Jane-. Por lo menos necesitaré un mes.<br />
A Jane le alegró aquella circunstancia, ya que esperaba que, fuera lo que fuese lo que<br />
reclamaba la presencia de Clayton en Inglaterra, ello representaría un ulterior<br />
aplazamiento de la boda. Había hecho un mal negocio, pero estaba dispuesta a cumplir<br />
lealmente su compromiso hasta el doloroso final, aunque si se le ofrecía la posibilidad<br />
de conseguir un respiro momentáneo, se consideraba con perfecto derecho a disfrutarlo.<br />
La respuesta de Clayton desbarató sus esperanzas.<br />
-Muy bien, Jane -dijo el hombre-. Eso me decepciona un poco, pero retrasaré el<br />
regreso a Inglaterra ese mes que necesitas; luego nos iremos juntos.<br />
Pero cuando el mes en cuestión estaba a punto de concluir, Jane encontró una nueva<br />
excusa para aplazar otra vez la boda, hasta que finalmente, desanimado y dubitativo,<br />
Clayton no tuvo más remedio que viajar solo a Inglaterra.<br />
Las diversas cartas que intercambiaron no consiguieron acelerar la consumación de las<br />
esperanzas<br />
de Clayton, por lo que acabó por escribir directamente al profesor Porter, con la<br />
intención de que le echase una mano. El anciano siempre se había mostrado favorable a<br />
aquel enlace matrimonial. Clayton le caía bien y, al pertenecer Porter a una familia<br />
sureña, concedía un valor exagerado a las ventajas de un título nobiliario, título que para<br />
Jane significaba muy poco, por no decir nada.<br />
Clayton apremió al profesor para que aceptase su invitación a pasar una temporada en<br />
Londres, como huésped de lord Greystoke, invitación que se hacía extensiva a toda la<br />
familia, incluidos el señor Philander, Esmeralda y demás. El inglés se argumentaba que,