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Jane Porter, la hija del profesor, mantiene una insípida y forzada conversación con<br />
William Cecil Clayton y Tarzán de los Monos. Apenas unos segundos antes, en la<br />
minúscula sala de espera de la estación, ha tenido efecto una declaración de amor y una<br />
renuncia que han destrozado la vida y aniquilado la felicidad de dos miembros del<br />
grupo, pero William Cecil Clayton, lord Greystoke, no es ninguno de esos dos seres.<br />
Detrás de la señorita Porter revolotea la maternal Esmeralda. También ella se siente<br />
feliz, porque ¿no regresa a su amada Maryland? Vislumbra ya a través de la neblina que<br />
forma la humareda el haz de luz que proyecta el faro de la locomotora. Los hombres<br />
empiezan a coger las maletas. De pronto, Clayton exclama:<br />
-¡Por Júpiter! Me he dejado el abrigo en la sala de espera.<br />
Y corre a recuperarlo.<br />
-Adiós, Jane dice Tarzán, tendida la mano-. ¡Que Dios te bendiga!<br />
-Adiós -responde la muchacha con un hilo de voz-. Trata de olvidarme... No, eso no...<br />
No podría soportar la idea de que me has olvidado.<br />
-No hay peligro de que eso ocurra, cariño -afirma él-. ¡Ojalá permitiera Dios que<br />
pudiese olvidarte! La vida me resultaría mucho más fácil si no tuviera presente de modo<br />
continuo el pensamiento de lo que pudo haber sido. Aunque tú serás feliz; estoy seguro<br />
de que lo serás..., tienes que serlo. Dile a los demás que decidí volver a Nueva York al<br />
volante de mi automóvil... No me siento con ánimo de despedirme de Clayton. Quiero<br />
tener buen recuerdo de él, pero me temo que aún conservo demasiados instintos salvajes<br />
como para que confíe en mí durante mucho tiempo el hombre que se interpone entre mi<br />
persona y la única criatura del mundo a la que quiero.<br />
Cuando Clayton se inclinaba para coger el abrigo que había olvidado en la sala de<br />
espera, sus ojos tropezaron con un telegrama caído en el suelo, boca abajo. Se agachó,<br />
dispuesto a recogerlo por si acaso se trataba de un mensaje importante que se le hubiese<br />
caído a alguien. Le echó un rápido vistazo y, auto<br />
máticamente, se olvidó del abrigo, del tren que se acercaba..., de todo, salvo de aquel<br />
pequeño rectángulo de papel amarillo que tenía en la mano. Leyó el texto dos veces<br />
antes de comprender en su totalidad el terrible significado que representaba para él.<br />
Antes de recogerlo del suelo era un aristócrata inglés, el orgulloso y opulento<br />
propietario de extensas haciendas e importantes riquezas... Ahora, inmediatamente<br />
después de haber leído el telegrama sabía que no era más que un menesteroso sin título<br />
y sin un penique. El telegrama lo dirigía D'Arnot a Tarzán, y rezaba:<br />
Huellas dactilares demuestran eres Greystoke. Felicidades.<br />
D'Arnot<br />
Clayton se tambaleó como si hubiese recibido un golpe mortal. En aquel preciso<br />
instante oyó que los demás le llamaban, apremiantes, porque el tren se detenía ya ante el<br />
pequeño andén. Cogió el gabán como aturdido por un impacto inesperado. Les contaría<br />
lo del telegrama cuando estuviesen en el tren. Salió corriendo al andén en el momento<br />
en que la locomotora dejaba oír los dos silbidos que preceden al primer entrechocar de<br />
los topes al acoplarse. Los demás ya estaban en el vagón, se inclinaban desde la<br />
plataforma del «Pullman» y le gritaban que se diera prisa. Transcurrieron cinco minutos<br />
largos antes de que todos estuviesen acomodados en los asientos. Y entonces se dio<br />
cuenta Clayton, por primera vez, que Tarzán no se encontraba entre ellos.<br />
-¿Dónde está Tarzán? -preguntó a Jane Porter-. ¿En otro vagón?<br />
-No -repuso la joven-, en el último momento decidió volver en su automóvil a Nueva<br />
York. Tiene un afán tremendo por conocer lo más posible de Estados Unidos y cree que<br />
desde la ventanilla de un vagón de ferrocarril poco será lo que pueda ver. Regresa a<br />
Francia, ya sabes.