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poseía mientras no recibiese autorización, por algún conducto, para ponerlo en manos<br />

de otro agente o le indicaran que los entregase personalmente a París, a su regreso.<br />

Cuando Tarzán subió a bordo de su barco, tras lo que le pareció una espera de lo más<br />

tedioso, dos hombres le observaban desde la cubierta superior. Ambos vestían con<br />

elegancia e iban bien afeitados. El más alto de los dos tenía el cabello rubio, pero sus<br />

cejas no podían ser más negras. Aquel mismo día, un poco más tarde, la pareja<br />

coincidió casual-mente con Tarzán en cubierta, pero cuando estaban a punto de<br />

cruzarse, uno de los dos hombres llamó la atención de su compañero acerca de algo que<br />

había en el mar y ambos volvieron la cara, de modo que Tarzán no tuvo ocasión de ver<br />

sus facciones. La verdad es que el hombre mono tampoco les prestó la menor atención.<br />

De acuerdo con las instrucciones de su jefe, Tarzán había hecho la reserva del pasaje<br />

con nombre supuesto: John Caldwell, de Londres. No comprendía la necesidad de<br />

aquella precaución, aunque lanzó su mente por los vericuetos de un sinfín de<br />

especulaciones. Se preguntaba qué papel iba a desempeñar en Ciudad de El Cabo.<br />

«Bueno», se dijo, «gracias a Dios, me he desembarazado de Rokoff. Ya empezaba a<br />

fastidiarme. Me gustaría saber si no me estaré volviendo tan civilizado que<br />

hasta los nervios amenazan con hacer de las suyas. Ese individuo me los ataca, porque<br />

no juega limpio. Uno nunca sabe de qué o de quién se va a valer para <strong>descargar</strong> su<br />

próximo golpe. Es como si Numa, el león, hubiese convencido a Tantor, el elefante, y a<br />

Hístah, la serpiente, para que colaborasen con él en el intento de matarme. Yo nunca<br />

hubiera sabido en qué momento y quién iba a ser el que me atacaría a continuación.<br />

Pero las fieras son más nobles que los hombres... no se rebajan a tramar intrigas tan<br />

cobardes.»<br />

Aquella noche, en la cena, Tarzán se sentó junto a una joven situada a la izquierda del<br />

capitán. El oficial los presentó.<br />

¡Señorita Strong! ¿Dónde había oído antes ese nombre? Le resultaba familiar. La<br />

madre de la joven le dio la pista oportuna, al llamar a su hija por el nombre de pila:<br />

Hazel.<br />

¡Hazel Strong! ¡Qué recuerdos le inspiraba aquel nombre! Había sido la carta dirigida<br />

a aquella doncella, caligrafiada por la bonita mano de Jane Porter, lo que transmitió a<br />

Tarzán el primer mensaje de la mujer que amaba. ¡Qué vívidamente recordaba la noche<br />

en que tomó aquella carta de encima de la mesa de la cabaña de su difunto padre, donde<br />

Jane Porter había estado escribiéndola hasta la madrugada, mientras él permanecía<br />

agazapado en la oscuridad exterior! ¡Menudo susto se habría llevado la muchacha de<br />

haber sabido aquella noche que la fiera salvaje de la selva observaba todos sus<br />

movimientos a través de la ventana!<br />

¡Y aquella joven era Hazel Strong..., la mejor amiga de Jane Porter!<br />

XII<br />

Barcos que pasan<br />

Retrocedamos unos cuantos meses y situémonos de nuevo en el andén de una pequeña<br />

estación ferroviaria del norte de Wisconsin batida por el viento. La nube de humo<br />

producida por el incendio del bosque flota, a escasa altura, sobre el paisaje circundante<br />

y los acres vapores que desprende ponen escozor en los ojos de las seis personas que<br />

aguardan la llegada del tren que ha de trasladarlos hacia el sur.<br />

El profesor Arquímedes Q. Porter, entrelazadas las manos tras los faldones de su<br />

levita, pasea de un lado a otro bajo la siempre atenta mirada de su fiel secretario, el<br />

señor don Samuel T. Philander. En dos ocasiones, durante los últimos minutos, el<br />

ensimismado profesor cruzó las vías distraído en dirección a la zona pantanosa próxima,<br />

así que el incansable señor Philander tuvo que acudir a rescatarle y obligarle a volver<br />

sobre sus pasos.

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