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dinero.<br />

-Te pago manteniendo la boca cerrada -replicó Rokoff-. Venga, acabemos de una vez.<br />

¿Vas a hacerlo, o no? Te doy tres minutos para que lo decidas. Si te niegas, esta misma<br />

noche enviaré a tu jefe una nota que terminará en una degradación como la que sufrió<br />

Dreyfus..., con la diferencia de que la de Dreyfus era inmerecida.<br />

Gernois permaneció unos instantes con la cabeza gacha. Al final, la levantó. Se sacó<br />

de la guerrera dos trozos de papel.<br />

-Aquí tienes -dijo en tono de profunda desesperanza-. Los llevaba preparados, ya<br />

sabía que esto iba a acabar así. No podía ser de otro modo.<br />

Tendió al ruso los documentos.<br />

Una expresión de perverso regodeo apareció en el semblante cruel de Rokoff. Cogió<br />

ávidamente los dos trozos de papel.<br />

-Has obrado cuerdamente, Gernois -dijo-. No te crearé nuevos problemas... a menos<br />

que se dé el caso de que reúnas más dinero o más información.<br />

Le sonrió.<br />

-¡Esto no se repetirá nunca, perro! -siseó Gernois-. La próxima vez te mataré. Poco ha<br />

faltado para que lo hiciese esta noche. He permanecido una hora sentado a esta mesa,<br />

con los documentos en un bolsillo... y el revólver en otro. Durante todo ese tiempo he<br />

estado dudando acerca de lo que debía hacer. En la próxima ocasión me resultará más<br />

fácil, porque ya lo he decidido. No sabes lo cerca que has estado de morir, Rokoff. No<br />

tientes a la suerte por segunda vez.<br />

Gernois se puso en pie, dispuesto a marcharse. Tarzán apenas tuvo tiempo de dejarse<br />

caer en el rellano y retroceder para fundirse con las sombras del otro lado de la puerta.<br />

Incluso allí apenas se atrevió a confiar en que no le descubrieran. El rellano era muy<br />

reducido y aunque se aplastó contra la pared del extremo, en realidad no estaría a más<br />

de treinta centímetros del marco de la puerta. Ésta se abrió casi inmediatamente. Salió<br />

Gernois. Tras él apareció Rokoff Ninguno de los dos hablaba. Gernois había bajado<br />

quizás tres peldaños de la escalera cuando se detuvo y medio se volvió, como si se<br />

aprestara a volver sobre sus pasos.<br />

Tarzán comprendió que era inevitable que lo descubriesen. Rokoff seguía en el<br />

umbral, a poco más de un palmo de él, pero miraba en dirección opuesta, hacia Gernois.<br />

Entonces, el teniente reconsideró su decisión y reanudó el descenso por la escalera.<br />

Tarzán pudo oír el suspiro de alivio que se le escapó a Rokoff. Segundos después, el<br />

ruso volvía al interior de la habitación y cerraba la puerta.<br />

Tarzán aguardó el tiempo suficiente para que Gernois se alejara hasta que le fuese<br />

imposible oírle y luego empujó la puerta y entró en el cuarto. Estuvo encima de Rokoff<br />

antes de que el ruso hubiese podido levantarse de la silla donde, sentado, examinaba los<br />

documentos que poco antes le entregara Gemois. Cuando alzó la cabeza y sus ojos<br />

cayeron sobre el semblante del hombro mono, la cara de Rokoff se tornó lívida.<br />

-¡Usted! jadeó.<br />

-¡Yo! -confirmó Tarzán.<br />

-¿Qué es lo que quiere? -farfulló Rokoff, aterrado al ver la amenaza que fulguraba en<br />

los ojos del hombre-mono-. ¿Ha venido a matarme? No se atreverá a hacerlo. Le<br />

guillotinarían. No se atreverá a matarme.<br />

-Claro que puedo atreverme a matarle, Rokoff -contradijo Tarzán-, porque nadie sabe<br />

que usted está aquí, ni que yo estoy aquí, y Paulvitch diría a las autoridades que el<br />

homicida fue Gernois. Acabo de oír cómo se lo decía usted al teniente. Pero eso no va a<br />

influir sobre mí, Rokoff. Me tendría sin cuidado quién pudiera saber o sospechar que le<br />

maté; el placer de liquidarle me compensaría con creces de cualquier castigo que

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