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09.05.2013 Views

Encontró al oficial en su alojamiento. El capitán Gerard se llevó una sorpresa y una alegría tremendas al ver a Tarzán vivo y en magníficas condiciones fisicas. -Cuando el teniente Gernois volvió y nos comunicó que no le había encontrado en el punto donde usted optó por quedarse mientras las patrullas exploraban el terreno, la alarma se apoderó de mí. Batimos las montañas durante varias jornadas. Luego tuvimos noticias de que un león le había matado y devorado. Nos trajeron como prueba el rifle que llevaba usted. Su cabalgadura había regresado al campamento dos días después de que usted desapareciese. No podía cabemos duda alguna. El teniente Gemois estaba desolado, asumió toda la culpa. Insistió enencargarse de la búsqueda. Él fue quien encontró al árabe que tenía el rifle de usted. Se alegrará infinito cuando se entere de que está vivo y a salvo. -Indudablemente -articuló Tarzán, con una sonrisa irónica. -Ha ido a la ciudad, de no ser así, ahora mismo enviaba a buscarlo manifestó el capitán Gerard-. Pero en cuanto vuelva le daré la noticia. Tarzán hizo creer al oficial que se había perdido, que anduvo dando vueltas sin rumbo hasta que se tropezó con el aduar de Kadur ben Saden, quien le acompañó después hasta Bu Saada. En cuanto le fue posible, dijo adiós al capitán Gerard y regresó apresuradamente a la ciudad. En la posada recibió de labios de Kadur ben Saden una noticia de lo más interesante. El jeque le habló de un hombre blanco, de negra barba y que siempre iba disfrazado de árabe. Durante una temporada había estado recibiendo tratamiento médico por tener una muñeca rota.Últimamente había pasado cierto tiempo fuera de Bu Saada, pero ya estaba de vuelta. Tarzán se informó del lugar donde se escondía y le faltó tiempo para dirigirse allí. Avanzó casi a tientas por un laberinto de estrechas y fétidas callejuelas, negras como el Averno. Subió posteriormente por una destartalada escalera, que concluía en una puerta cerrada y una ventana pequeña, sin cristal. La ventana estaba muy alta, inmediatamente debajo del alero de aquel edificio de adobes. Tarzán apenas llegaba a alcanzar el alféizar. Se agarró a él y se elevó despacio, a pulso, hasta situar los ojos ligeramente por encima del antepecho. Había luz en la habitación y vio a Rokoff y a Gernois sentados a una mesa. Gernois decía: -¡Eres el mismísimo Satanás, Rokofi Me has acosado hasta despojarme de la última brizna de honor. Me has arrastrado hasta el asesinato, induciéndome a mancharme las manos con la sangre de ese hom- bre llamado Tarzán. Si no fuese porque ese otro hijo de Belcebú, Paulvitch, conoce mi secreto, te mataría ahora mismo con mis propias manos. Rokoff soltó una risotada. -No harías semejante estupidez, mi querido teniente -dijo-. En el mismo instante en que se divulgase la noticia de que había muerto asesinado, nuestro querido Alexis presentaría al ministro de la Guerra pruebas concluyentes del asunto que con tanto ardor anhelas mantener secreto. Además, por si fuera poco, te acusarían del homicidio. Vamos, sé razonable. Soy tu mejor amigo. ¿No he protegido tu honor como si fuese el mío? Gernois subrayó lo dicho con una risita sarcástica. -Una pequeña suma en efectivo -continuó Rokoffy los documentos que quiero, y cuentas con mi palabra de que nunca te pediré un céntimo más, ni tampoco más informes. -Existe una buena razón para eso -rezongó Gernois-. Lo que me pides me costará hasta el último céntimo que poseo y el único secreto militar de valor que me queda. Deberías pagarme por esos datos, en vez de arramblar con la información y con el

dinero. -Te pago manteniendo la boca cerrada -replicó Rokoff-. Venga, acabemos de una vez. ¿Vas a hacerlo, o no? Te doy tres minutos para que lo decidas. Si te niegas, esta misma noche enviaré a tu jefe una nota que terminará en una degradación como la que sufrió Dreyfus..., con la diferencia de que la de Dreyfus era inmerecida. Gernois permaneció unos instantes con la cabeza gacha. Al final, la levantó. Se sacó de la guerrera dos trozos de papel. -Aquí tienes -dijo en tono de profunda desesperanza-. Los llevaba preparados, ya sabía que esto iba a acabar así. No podía ser de otro modo. Tendió al ruso los documentos. Una expresión de perverso regodeo apareció en el semblante cruel de Rokoff. Cogió ávidamente los dos trozos de papel. -Has obrado cuerdamente, Gernois -dijo-. No te crearé nuevos problemas... a menos que se dé el caso de que reúnas más dinero o más información. Le sonrió. -¡Esto no se repetirá nunca, perro! -siseó Gernois-. La próxima vez te mataré. Poco ha faltado para que lo hiciese esta noche. He permanecido una hora sentado a esta mesa, con los documentos en un bolsillo... y el revólver en otro. Durante todo ese tiempo he estado dudando acerca de lo que debía hacer. En la próxima ocasión me resultará más fácil, porque ya lo he decidido. No sabes lo cerca que has estado de morir, Rokoff. No tientes a la suerte por segunda vez. Gernois se puso en pie, dispuesto a marcharse. Tarzán apenas tuvo tiempo de dejarse caer en el rellano y retroceder para fundirse con las sombras del otro lado de la puerta. Incluso allí apenas se atrevió a confiar en que no le descubrieran. El rellano era muy reducido y aunque se aplastó contra la pared del extremo, en realidad no estaría a más de treinta centímetros del marco de la puerta. Ésta se abrió casi inmediatamente. Salió Gernois. Tras él apareció Rokoff Ninguno de los dos hablaba. Gernois había bajado quizás tres peldaños de la escalera cuando se detuvo y medio se volvió, como si se aprestara a volver sobre sus pasos. Tarzán comprendió que era inevitable que lo descubriesen. Rokoff seguía en el umbral, a poco más de un palmo de él, pero miraba en dirección opuesta, hacia Gernois. Entonces, el teniente reconsideró su decisión y reanudó el descenso por la escalera. Tarzán pudo oír el suspiro de alivio que se le escapó a Rokoff. Segundos después, el ruso volvía al interior de la habitación y cerraba la puerta. Tarzán aguardó el tiempo suficiente para que Gernois se alejara hasta que le fuese imposible oírle y luego empujó la puerta y entró en el cuarto. Estuvo encima de Rokoff antes de que el ruso hubiese podido levantarse de la silla donde, sentado, examinaba los documentos que poco antes le entregara Gemois. Cuando alzó la cabeza y sus ojos cayeron sobre el semblante del hombro mono, la cara de Rokoff se tornó lívida. -¡Usted! jadeó. -¡Yo! -confirmó Tarzán. -¿Qué es lo que quiere? -farfulló Rokoff, aterrado al ver la amenaza que fulguraba en los ojos del hombre-mono-. ¿Ha venido a matarme? No se atreverá a hacerlo. Le guillotinarían. No se atreverá a matarme. -Claro que puedo atreverme a matarle, Rokoff -contradijo Tarzán-, porque nadie sabe que usted está aquí, ni que yo estoy aquí, y Paulvitch diría a las autoridades que el homicida fue Gernois. Acabo de oír cómo se lo decía usted al teniente. Pero eso no va a influir sobre mí, Rokoff. Me tendría sin cuidado quién pudiera saber o sospechar que le maté; el placer de liquidarle me compensaría con creces de cualquier castigo que

Encontró al oficial en su alojamiento. El capitán Gerard se llevó una sorpresa y una<br />

alegría tremendas al ver a Tarzán vivo y en magníficas condiciones fisicas.<br />

-Cuando el teniente Gernois volvió y nos comunicó que no le había encontrado en el<br />

punto donde usted optó por quedarse mientras las patrullas exploraban el terreno, la<br />

alarma se apoderó de mí. Batimos las montañas durante varias jornadas. Luego tuvimos<br />

noticias de que un león le había matado y devorado. Nos trajeron como prueba el rifle<br />

que llevaba usted. Su cabalgadura había regresado al campamento dos días después de<br />

que usted desapareciese. No podía cabemos duda alguna. El teniente Gemois estaba<br />

desolado, asumió toda la culpa. Insistió enencargarse de la búsqueda. Él fue quien<br />

encontró al árabe que tenía el rifle de usted. Se alegrará infinito cuando se entere de que<br />

está vivo y a salvo.<br />

-Indudablemente -articuló Tarzán, con una sonrisa irónica.<br />

-Ha ido a la ciudad, de no ser así, ahora mismo enviaba a buscarlo manifestó el<br />

capitán Gerard-. Pero en cuanto vuelva le daré la noticia.<br />

Tarzán hizo creer al oficial que se había perdido, que anduvo dando vueltas sin rumbo<br />

hasta que se tropezó con el aduar de Kadur ben Saden, quien le acompañó después hasta<br />

Bu Saada. En cuanto le fue posible, dijo adiós al capitán Gerard y regresó<br />

apresuradamente a la ciudad. En la posada recibió de labios de Kadur ben Saden una<br />

noticia de lo más interesante. El jeque le habló de un hombre blanco, de negra barba y<br />

que siempre iba disfrazado de árabe. Durante una temporada había estado recibiendo<br />

tratamiento médico por tener una muñeca rota.Últimamente había pasado cierto tiempo<br />

fuera de Bu Saada, pero ya estaba de vuelta. Tarzán se informó del lugar donde se<br />

escondía y le faltó tiempo para dirigirse allí.<br />

Avanzó casi a tientas por un laberinto de estrechas y fétidas callejuelas, negras como<br />

el Averno. Subió posteriormente por una destartalada escalera, que concluía en una<br />

puerta cerrada y una ventana pequeña, sin cristal. La ventana estaba muy alta,<br />

inmediatamente debajo del alero de aquel edificio de adobes. Tarzán apenas llegaba a<br />

alcanzar el alféizar. Se agarró a él y se elevó despacio, a pulso, hasta situar los ojos<br />

ligeramente por encima del antepecho. Había luz en la habitación y vio a Rokoff y a<br />

Gernois sentados a una mesa. Gernois decía:<br />

-¡Eres el mismísimo Satanás, Rokofi Me has acosado hasta despojarme de la última<br />

brizna de honor. Me has arrastrado hasta el asesinato, induciéndome a mancharme las<br />

manos con la sangre de ese hom-<br />

bre llamado Tarzán. Si no fuese porque ese otro hijo de Belcebú, Paulvitch, conoce mi<br />

secreto, te mataría ahora mismo con mis propias manos.<br />

Rokoff soltó una risotada.<br />

-No harías semejante estupidez, mi querido teniente -dijo-. En el mismo instante en<br />

que se divulgase la noticia de que había muerto asesinado, nuestro querido Alexis<br />

presentaría al ministro de la Guerra pruebas concluyentes del asunto que con tanto ardor<br />

anhelas mantener secreto. Además, por si fuera poco, te acusarían del homicidio.<br />

Vamos, sé razonable. Soy tu mejor amigo. ¿No he protegido tu honor como si fuese el<br />

mío?<br />

Gernois subrayó lo dicho con una risita sarcástica.<br />

-Una pequeña suma en efectivo -continuó Rokoffy los documentos que quiero, y<br />

cuentas con mi palabra de que nunca te pediré un céntimo más, ni tampoco más<br />

informes.<br />

-Existe una buena razón para eso -rezongó Gernois-. Lo que me pides me costará<br />

hasta el último céntimo que poseo y el único secreto militar de valor que me queda.<br />

Deberías pagarme por esos datos, en vez de arramblar con la información y con el

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