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09.05.2013 Views

cuchillo se hundió en la parte delantera del lomo negro-amarillento, por detrás de la espaldilla izquierda. Frenéticos fueron los brincos de Numa, horripilantes sus rugidos de furia y dolor, pero no había forma de zafarse del gigante que llevaba a la espalda, al que no pudo expulsar de allí, ni alcanzarlo con los dientes ni con las garras en el breve intervalo que el señor de la gran cabeza sobrevivió. Estaba completamente muerto cuando Tarzán de los Monos soltó su presa e irguió el cuerpo. Entonces, la hija del desierto fue espectadora de algo que la aterró incluso más que la presencia del adrea. El hombre puso un pie encima del cadáver de la pieza que acababa de cobrar, volvió su agraciado semblante hacia la luna llena y lanzó a pleno pulmón el alarido más atroz que los oídos de la muchacha hubiesen escuchado jamás. La uled-nail dejó escapar un leve grito de temor y, encogida, se apartó de Tarzán, con la idea de que la horrorosa tensión de la lucha había hecho perder el juicio al hombre mono. Cuando los infernales ecos de la última nota de aquel desafio se desvanecieron en la distancia, el hombre bajó la vista y sus ojos fueron a posarse en la joven. Al instante, una sonrisa jovial iluminó su rostro y la muchacha tuvo la certeza de que el hombre estaba perfectamente cuerdo. La uled-nail volvió a respirar tranquila y correspondió a la sonrisa de Tarzán. -¿Qué clase de hombre es usted? -preguntó-. Lo que ha hecho es algo inaudito. Incluso ahora, después de haberlo visto, me cuesta trabajo creer que sea posible que un hombre solo, armado de un simple cuchillo, luche a brazo partido con un adrea y lo venza sin sufrir un rasguño... Porque ha acabado con él. Y ese grito... no era humano. ¿Qué le impulsó a hacer una cosa así? Tarzán se puso como la grana. -Es porque a veces -se justificó- me olvido de que soy un hombre civilizado. Sin duda, cuando mato me convierto en otro ser. No intentó dar más explicaciones, porque siempre tenía la sospecha de que las mujeres miraban con repulsión a quien no había superado del todo la fase animal. Reanudaron la marcha. El sol estaba muy alto en el cielo cuando volvieron a entrar en el desierto, tras dejar a su espalda las montañas. Encontraron los caballos de la muchacha a la orilla de un riachuelo. Hasta allí habían llegado en su huida de vuelta a casa y, como quiera que la causa que originó su terror ya no existía, se detuvieron a pastar tranquilamente en aquel paraje. Tarzán y la joven no tuvieron grandes dificultades para cogerlos. A lomos de las cabalgaduras recuperadas se dirigieron a través del desierto hacia el aduar del jeque Kadur ben Saden. No apareció perseguidor alguno y, sin incidentes, hacia las nueve de la mañana llegaron a su destino. El jeque había regresado poco antes y se puso frenético de dolor al ver que su hija estaba ausente. Temió que los merodeadores la hubiesen vuelto a secuestrar. Ya tenía cincuenta hombres a caballo y, a la cabeza de los mismos, se disponía a salir en busca de la joven cuando llegaron Tarzán y ella. La alegría del jeque al ver a su hija sana y salva sólo fue equiparable a la gratitud que sintió hacia Tarzán por devolvérsela sin que hubiera sufrido el menor daño, a pesar de los peligros de la noche, y a la euforia agradecida que experimentó por el hecho de que la muchacha hubiera llegado a tiempo de salvar al hombre que en otra ocasión la había salvado a ella. No olvidó ni omitió Kadur ben Saden ningún honor de cuantos estuvo en su mano acumular sobre el hombre mono para demostrarle su aprecio y amistad. Cuando la hija del jeque hubo explicado la hazaña de Tarzán al matar al adrea, una auténtica multitud

de árabes admirados rodeó al hombre mono. Y es que matar un adrea era el modo más seguro para conseguir la admiración y respeto de aquellos beduinos. El anciano jeque insistió en su invitación para que Tarzán se quedase como huésped en el aduar por tiempo indefinido. Incluso expresó su deseo de adoptarlo como miembro de la tribu y, durante cierto tiempo medio se formó en la mente del hombre mono la resolución de aceptar y quedarse para siempre con aquel pueblo silvestre, al que comprendía y que también parecía comprenderle a él. La amistad y el aprecio que experimentaba por la hija de Kadur ben Saden constituían factores poderosos que le apremiaban a tomar una determinación afirmativa. Si la joven, en vez de ser una muchacha hubiera sido un hombre, se decía Tarzán, no habría vacilado, porque ello representaría tener un amigo realmente íntimo, con el que podría cabalgar y salir de caza a voluntad; pero al pertenecer a sexos distintos se verían coaccionados por unos convencionalismos que en el caso de los nómadas del desierto se observaban incluso de modo más estricto que en el de la sociedad civilizada. Y, por otra parte, la moza no tardaría en contraer matrimonio con alguno de aquellos atezados guerreros, lo que pondría fin a la amistad entre ella y el hombre mono. De modo que optó por declinar la propuesta del jeque, aunque permaneció allí una semana más en calidad de invitado. Cuando partió, Kadur ben Saden y cincuenta guerreros ataviados con chilaba blanca le acompañaron a Bu Saada. Mientras montaban en el aduar del jeque, la mañana en que emprendían la marcha, la muchacha se acercó para despedirse de Tarzán. -He rezado para que se quedase con nosotros -articuló simplemente, cuando él se inclinó desde la silla para estrecharle la mano- y ahora rezaré para que vuelva. Una expresión melancólica entristecía sus bonitos ojos y las comisuras de la boca dibujaban una curva patética y dolorida. Tarzán se conmovió. -¡Quién sabe! -dejó caer. Volvió grupas y se alejó en pos de los árabes, que ya se habían puesto en camino. En las afueras de Bu Saada se despidió momentáneamente de Kadur ben Saden y sus hombres, ya que por diversas razones deseaba entrar en la ciudad lo más inadvertido que le fuera posible. Cuando se lo hubo explicado al jeque, éste comprendió su punto de vista y compartió su decisión. Los árabes entrarían en Bu Saada antes que él, sin decir a nadie que Tarzán había hecho el viaje con ellos. Con posterioridad, el hombre mono se adentraría a su vez por la ciudad e iría directamente a hospedarse en una oscura posada local. De modo que, al desplazarse por el casco urbano, una vez cerrada la noche, no le vio nadie conocido y llegó a la posada sin que reparasen en él. Después de cenar en compañía de Kadur ben Saden, como invitado del jeque, se dirigió a su antiguo hotel dando un rodeo, entró por la puerta de atrás y se presentó al propietario, que pareció sorprenderse mucho al verlo con vida. Sí, monsieur había recibido correspondencia; iría a buscarla. No, no diría a nadie que monsieur estaba de vuelta. El hombre regresó con un paquete de cartas. Una de ellas era de su jefe, quien le ordenaba que abandonase la misión que cumplía en aquel momento y tomase el primer vapor que zarpara rumbo a Ciudad de El Cabo. Allí recibiría las pertinentes instrucciones, que le estarían esperando en poder de otro agente cuyo nombre y dirección se le incluían. Eso era todo: breve, pero explícito. Tarzán preparó las cosas con vistas a abandonar Bu Saada a primera hora de la mañana siguiente. Luego se encaminó a la sede de la guarnición militar a fin de entrevistarse con el capitán Gerard, de quien el hombre del hotel le informó que el día anterior había regresado con su destacamento.

de árabes admirados rodeó al hombre mono. Y es que matar un adrea era el modo más<br />

seguro para conseguir la admiración y respeto de aquellos beduinos.<br />

El anciano jeque insistió en su invitación para que Tarzán se quedase como huésped<br />

en el aduar por tiempo indefinido. Incluso expresó su deseo de adoptarlo como miembro<br />

de la tribu y, durante cierto tiempo medio se formó en la mente del hombre mono la<br />

resolución de aceptar y quedarse para siempre con aquel pueblo silvestre, al que<br />

comprendía y que también parecía comprenderle a él. La amistad y el aprecio que<br />

experimentaba por la hija de Kadur ben Saden constituían factores poderosos que le<br />

apremiaban a tomar una determinación afirmativa.<br />

Si la joven, en vez de ser una muchacha hubiera sido un hombre, se decía Tarzán, no<br />

habría vacilado, porque ello representaría tener un amigo realmente íntimo, con el que<br />

podría cabalgar y salir de caza a voluntad; pero al pertenecer a sexos distintos se verían<br />

coaccionados por unos convencionalismos que en el caso de los nómadas del desierto se<br />

observaban incluso de modo más estricto que en el de la sociedad civilizada. Y, por otra<br />

parte, la moza no tardaría en contraer matrimonio con alguno de aquellos atezados<br />

guerreros, lo que pondría fin a la amistad entre ella y el hombre mono. De modo que<br />

optó por declinar la propuesta del jeque, aunque permaneció allí una semana más en<br />

calidad de invitado.<br />

Cuando partió, Kadur ben Saden y cincuenta guerreros ataviados con chilaba blanca le<br />

acompañaron a Bu Saada. Mientras montaban en el aduar del jeque, la mañana en que<br />

emprendían la marcha, la muchacha se acercó para despedirse de Tarzán.<br />

-He rezado para que se quedase con nosotros -articuló simplemente, cuando él se<br />

inclinó desde la silla para estrecharle la mano- y ahora rezaré para que vuelva.<br />

Una expresión melancólica entristecía sus bonitos ojos y las comisuras de la boca<br />

dibujaban una curva patética y dolorida. Tarzán se conmovió.<br />

-¡Quién sabe! -dejó caer.<br />

Volvió grupas y se alejó en pos de los árabes, que ya se habían puesto en camino.<br />

En las afueras de Bu Saada se despidió momentáneamente de Kadur ben Saden y sus<br />

hombres, ya que por diversas razones deseaba entrar en la ciudad lo más inadvertido<br />

que le fuera posible. Cuando se lo hubo explicado al jeque, éste comprendió su punto de<br />

vista y compartió su decisión. Los árabes entrarían en Bu Saada antes que él, sin decir a<br />

nadie que Tarzán había hecho el viaje con ellos. Con posterioridad, el hombre mono se<br />

adentraría a su vez por la ciudad e iría directamente a hospedarse en una oscura posada<br />

local.<br />

De modo que, al desplazarse por el casco urbano, una vez cerrada la noche, no le vio<br />

nadie conocido y llegó a la posada sin que reparasen en él. Después de cenar en<br />

compañía de Kadur ben Saden, como invitado del jeque, se dirigió a su antiguo hotel<br />

dando un rodeo, entró por la puerta de atrás y se presentó al propietario, que pareció<br />

sorprenderse mucho al verlo con vida.<br />

Sí, monsieur había recibido correspondencia; iría a buscarla. No, no diría a nadie que<br />

monsieur estaba de vuelta. El hombre regresó con un paquete de cartas. Una de ellas era<br />

de su jefe, quien le ordenaba que abandonase la misión que cumplía en aquel momento<br />

y tomase el primer vapor que zarpara rumbo a Ciudad de El Cabo. Allí recibiría las<br />

pertinentes instrucciones, que le estarían esperando en poder de otro agente cuyo<br />

nombre y dirección se le incluían. Eso era todo: breve, pero explícito. Tarzán preparó<br />

las cosas con vistas a abandonar Bu Saada a primera hora de la mañana siguiente. Luego<br />

se encaminó a la sede de la guarnición militar a fin de entrevistarse con el capitán<br />

Gerard, de quien el hombre del hotel le informó que el día anterior había regresado con<br />

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