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comprendí que debía de tratarse de usted. Mi padre estaba ausente. Así que intenté<br />

convencer a algunos hombres del aduar para que vinieran a rescatarle, pero se negaron a<br />

hacerlo. Me dijeron: «Dejemos que los infieles se maten unos a otros, si ese es su gusto.<br />

Esto no es asunto nuestro y si nos entrometemos en los planes de All ben Ahmed lo<br />

único que vamos a conseguir es que la emprenda con nuestro pueblo».<br />

»Así que en cuanto cayó la noche me vine sola. A caballo y con otro de reata para<br />

usted. Los dejé atados no lejos de aquí. Por la mañana estaremos en el aduar de mi<br />

padre. Para entonces, él ya habrá vuelto... ¡y que vayan entonces a intentar llevarse al<br />

amigo de Kadur ben Saden!<br />

Caminaron en silencio durante unos instantes. -Ya deberíamos estar cerca de los<br />

caballos -dijo la<br />

muchacha-. Es extraño que no los vea.<br />

Al cabo de unos segundos, se detuvo y exclamó,<br />

consternada:<br />

-¡Han desaparecido! ¡Los dejé atados aquí!<br />

Tarzán se agachó para examinar el suelo. Observó que habían arrancado de cuajo un<br />

arbusto. Luego descubrió algo más. Cuando se levantó y miró a la joven, en sus labios<br />

se dibujaba una sonrisa torcida.<br />

-El ad rea ha estado aquí. Todo indica, sin embargo, a juzgar por las señales, que se le<br />

escapó la presa. Si le sacaron un mínimo de delantera, seguro que en terreno abierto los<br />

caballos se habrán librado fácilmente de él.<br />

Lo único que podían hacer era seguir a pie. Su camino les llevaba a lo largo de las<br />

estribaciones de la montaña, pero la muchacha conocía la ruta tan bien como el rostro de<br />

su madre. Avanzaron a base de zancadas largas y ágiles. Tarzán mantenía la mano<br />

abierta sobre la parte posterior del hombro de la chica, para que fuese ella quien marcara<br />

el paso y así se cansara menos. Iban charlando mientras caminaban y de vez en cuando<br />

se detenían para aguzar el oído y comprobar si alguien los perseguía de cerca.<br />

La luz de la luna añadía más belleza a la hermosura de la noche. Soplaba un aire vivo<br />

y estimulante. A su espalda extendía el desierto su panorama de interminable<br />

horizontalidad, salpicado aquí y allá por algún que otro oasis.<br />

Las palmeras de dátiles que se alzaban en el pequeño paraje fértil que acababan de<br />

dejar tras de sí, y el círculo de tiendas de piel de cabra, destacaban su bien delimitado<br />

perfil sobre la arena amarillenta, como un diminuto paraíso fantasmal en medio de un<br />

océano más fantasmal todavía. Frente a ellos se erguían, torvas y silenciosas, las<br />

montañas. A Tarzán la sangre le hervía jubilosa en las venas. ¡Aquello era vida! Bajó la<br />

vista hacia la joven que caminaba a su lado... Una hija del desierto que marchaba sobre<br />

la faz de un mundo muerto junto a un hijo de la selva virgen. La imagen le provocó una<br />

sonrisa. Deseó haber tenido una hermana y que hubiese sido como aquella muchacha.<br />

¡Qué compañera más estupenda para él!<br />

Se adentraban ya en terreno montañoso y avanzaban muy despacio, porque el camino<br />

era empinado y la superficie rocosa.<br />

Llevaban varios minutos sin decir nada. La chica iba preguntándose<br />

de su padre antes de que los posibles perseguidores los alcanzaran. En aquellos<br />

momentos, lo que Tarzán deseaba era que pudieran seguir andando así indefinidamente.<br />

Si la uled-nail hubiera sido un hombre, ello habría sido posible. Tarzán anhelaba tener<br />

un amigo al que le encantase la vida silvestre tanto como le gustaba a él. Había<br />

aprendido a disfrutar de la compañía de sus semejantes, pero por desgracia para él casi<br />

todos los hombres con los que trabó amistad o conocimiento preferían los casinos y las

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