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prisionero y no faltó quien le arrojara piedras y le aporreara con estacas. Hasta que<br />
apareció un anciano jeque que ahuyentó a la turba.<br />
Alí ben Ahmed me ha dicho -manifestó el jequeque este hombre estaba solo en las<br />
montañas y que mató un adrea. No me interesa en absoluto la cuestión que contra él<br />
pueda tener el extranjero que nos contrató para que le siguiéramos y nos apoderásemos<br />
de él, y tampoco sé ni me importa lo que le pueda hacer a este hombre cuando se lo<br />
entreguemos. Pero el prisionero es un valiente y, mientras esté en nuestro poder se le<br />
tratará con el respeto que merece quien sale de noche y solo a cazar al señor de la gran<br />
cabeza... y lo mata.<br />
Tarzán conocía la reverencia que a los árabes les inspira toda persona que mata a un<br />
león, por lo que no pudo por menos que agradecer aquel factor favo-<br />
rable que le libraría de las torturas a que pudiera someterle aquella tribu. No tardaron<br />
en llevarlo al interior de una tienda de pieles de cabra situada en la parte superior del<br />
aduar. Allí le dieron de comer y luego, bien atado, lo dejaron solo en la tienda, tendido<br />
encima de una alfombra tejida por la propia tribu.<br />
Observó que un centinela montaba guardia sentado a la entrada de la frágil cárcel,<br />
pero cuando forcejeó con las gruesas ligaduras que le inmovilizaban comprendió que<br />
aquella precaución adicional por parte de sus captores era innecesaria; ni siquiera sus<br />
colosales músculos podían romper aquel entrelazado de fuertes cuerdas de esparto.<br />
Poco antes del crepúsculo varios hombres se acercaron y entraron en la tienda donde<br />
yacía Tarzán. Todos vestían al estilo árabe, pero uno de ellos se adelantó hasta llegar<br />
junto al hombre mono, dejó caer los pliegues de la tela que ocultaban la mitad inferior<br />
de su rostro y Tarzán pudo contemplar las perversas facciones de Nicolás Rokoff. Los<br />
barbados labios se curvaron en una sonrisa nauseabunda.<br />
-¡Ah, monsieur Tarzán! -saludó-. Esto sí que es un verdadero placer. ¿Por qué no se<br />
levanta y saluda a su visitante? -Luego, tras un obsceno taco, profirió-: ¡Levántate,<br />
perro! -Echó hacia atrás la pierna, calzada con sólida bota, y propinó a Tarzán un<br />
tremendo puntapié en el costado-. ¡Y ahí va otro, y otro, y otro! -continuó, mientras la<br />
bota se estrellaba en la cara y en el costado del hombre mono-. Una patada por cada vez<br />
que me agraviaste.<br />
Tarzán no dijo nada. Ni siquiera se dignó volver a mirar al ruso, tras la primera ojeada<br />
de reconocimiento. Al final intervino el jeque, hasta entonces testigo mudo de la escena,<br />
que no pudo seguir aguan<br />
tando más aquel cobarde ensañamiento y ordenó, fruncido el ceño con disgusto:<br />
-¡Basta! Mátele si quiere, pero no voy a tolerar que en mi presencia se someta a un<br />
valiente a semejantes ultrajes. Me siento medio inclinado a entregárselo libre de<br />
ligaduras, a ver cuánto tiempo seguiría dándole puntapiés.<br />
La amenaza puso fin automáticamente a la brutalidad de Rokoff, puesto que lo último<br />
que deseaba en el mundo era que desatasen a Tarzán mientras él se encontrara al<br />
alcance de sus poderosas manos.<br />
-Muy bien -replicó al árabe-. Ahora mismo lo mato.<br />
-No será dentro de los limites de mi aduar -declaró el jeque-. De aquí tiene que salir<br />
vivo. Lo que haga con él en el desierto no me concierne, pero la sangre de un francés no<br />
va a manchar las manos de mi tribu a causa de la rencilla de otro francés... Mandarían<br />
soldados aquí, que matarían a muchos de los míos, incendiarían nuestras tiendas y<br />
ahuyentarían nuestros rebaños.<br />
-Si lo quiere así... -rezongó Rokoff-. Me lo llevaré al desierto que se extiende por<br />
debajo del aduar, y allí lo despacharé.<br />
-Lo llevará por lo menos a una jornada de distancia de mis tierras decretó el jeque en<br />
tono firme- y algunos de mis jóvenes le seguirán para cerciorarse de que no me