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-Pero, mi querido teniente -protestó Tarzán-, estoy más que dispuesto y deseoso de<br />
ponerme bajo su mando o del de cualquiera de sus sargentos o cabos y combatir con la<br />
tropa, de acuerdo con las órdenes que me den. Para eso he venido.<br />
-Me alegraría considerarlo así -replicó Gernois, con una burlona ironía que no se<br />
molestó en ocultar. Añadió, cortante-: Está bajo mis órdenes y éstas son que se quede<br />
aquí hasta que regresemos. Asunto concluido.<br />
Dio media vuelta, picó espuelas y se alejó a la cabeza de sus hombres. Instantes<br />
después, Tarzán se encontró completamente solo en medio de la desolada fortaleza que<br />
constituían las montañas.<br />
Caía un sol de justicia, así que el hombre mono buscó la protección de un árbol<br />
cercano, al que ató la cabalgadura, para a continuación sentarse en el suelo y ponerse a<br />
fumar. Maldijo en su fuero interno a Gernois por la faena que le había hecho. Una<br />
venganza miserable, pensó, pero de súbito le asaltó la idea de que el teniente no podía<br />
ser tan estúpido como para buscarse su animosidad ocasionándole a él un fastidio tan<br />
trivial. Sin duda se ocultaba algo más profundo detrás de aquello. Una sospecha<br />
germinó en su mente y Tarzán sacó el rifle de la funda. Abrió la recámara y comprobó<br />
que el cargador estaba al completo. Luego examinó el revólver. Realizada aquella<br />
precaución preliminar escrutó las laderas y cimas de los montes circundantes, así como<br />
las bocas de las diversas gargantas... estaba firmemente resuelto a que no le<br />
sorprendiesen con la guardia baja.<br />
El sol fue bajando y bajando en el cielo, sin que se apreciara el menor indicio de que<br />
volvían los espahís. Por último, las sombras envolvieron el valle. Tarzán tenía<br />
demasiado amor propio para regresar al campamento sin haber concedido a las patrullas<br />
un amplio plazo para que regresaran al valle, que era el tácito punto de concentración.<br />
Cuando cerró la noche se sintió más a salvo de cualquier posible ataque, ya que la<br />
oscuridad era una circunstancia en la que se sentía a gusto. Sabía que nadie era capaz de<br />
acercársele tan cautelosamente como para eludir la sensibilidad y agudeza de sus<br />
alertados oídos; además contaba también con los ojos, cuya mirada podía atravesar las<br />
tinieblas nocturnas; y con el olfato, que igualmente podía percibir en el aire la presencia<br />
de un enemigo incluso aunque se encontrara abastante distancia.<br />
De modo que daba por supuesto que corría escaso peligro y eso le proporcionó tal<br />
sensación de seguridad que se quedó dormido, con la espalda apoyada en el tronco del<br />
árbol.<br />
Su sueño debió de prolongarse varias horas, ya que cuando súbitamente le despertó el<br />
resoplido y el piafar del asustado caballo, el resplandor de una luna llena iluminaba el<br />
valle. Y allí, a menos de diez pasos de él, vio la causa del terror de su montura.<br />
Soberbio, majestuoso, vibrante y extendida la airosa cola, con los brillantes ojos<br />
clavados en su presa, se erguía Numa el adrea, el león negro. Un leve estremecimiento<br />
de alegría hormigueó por el sistema nervioso de Tarzán. Era como volver a encontrar a<br />
un viejo amigo, tras largos años de separación. Durante un momento se mantuvo rígido<br />
mientras disfrutaba del magnífico espectáculo que ofrecía el' señor del desierto.<br />
Pero Numa se agazapaba ya para saltar. Muy despacio, Tarzán se echó el rifle a la<br />
cara. Nunca, en toda su vida, había matado a un animal grande con arma de fuego, hasta<br />
aquel momento siempre se valió del venablo, de las flechas envenenadas, de la cuerda,<br />
del cuchillo o simplemente de las manos. Lamentó de modo instintivo no disponer de<br />
sus flechas y de su cuchillo... se hubiera sentido más seguro con ellos.<br />
Numa tenía ya todo el cuerpo aplastado contra el suelo, sólo presentaba la cabeza.<br />
Tarzán hubiera preferido disparar ligeramente ladeado, porque no ignoraba que, de vivir<br />
un par de minutos o incluso nada más que uno, el león podía ocasionar un daño<br />
tremendo. A espaldas de Tarzán, el caballo temblaba de pánico. Con enorme cautela, el